Hugo Lugo
Demasiado tarde, demasiado lejos
La más reciente exposición del artista Hugo Lugo (Los Mochis, Sin, 1974) en México se inauguró hace unas semanas en el MASIN (Museo de Arte Sinaloa), recuperando algunas de las piezas mostradas en “La superficie del precipicio” –su primera muestra individual museal expuesta en el Centro de las Artes de Nuevo León, 2010.
“Demasiado tarde, demasiado lejos” nace alimentada por una anécdota retomada del libro Anatomía del miedo, del filósofo español José Antonio Marina. Recuerda Marina en su texto la historia de un hombre que presenció – de lejos – un dramático accidente, imposibilitado para incidir en su desenlace por encontrarse ‘demasiado tarde, demasiado lejos’. Lugo decide iniciar así su apuesta expositiva para recorrer en pespuntes museográficos la inserción de obras creadas expresamente para esta exposición, y que remiten sobre referentes simbólicos/literales a sus memorias de infancia en el arenoso territorio sinaloense que engendra a su ciudad natal.
Entre esas obras nuevas sorprende la inclusión de una significativa producción en video –medio que se afirma cada vez más relevante en la propuesta del artista. La estructura ejercitada en estas obras dialogadas con la imagen móvil sucede develando un estado animado a sus ensayos y bocetos usuales. Así, los aconteceres en-loop que acompañan los cuerpos fotográficos – Ensayar la calma, Ensayar el fulgor, Ensayar el equilibrio – perfilan una vertiente prometedora para la poética visual-narrativa que le ha valido reconocimiento internacional.
Entre sus polémicos escritos de fines de la década de 1990, Jean Baudrillard abogaba por recuperar la ‘ilusión radical’ en la creación estética proponiendo una manera de lograrlo: “Arrancar lo mismo de lo mismo” – decía el teórico francés – para hacerlo desaparecer y en su desaparecimiento poder albergar nuevamente el tiempo de la seducción. Algunas de las obras recientes de Lugo parecen responder a esta invitación. Hablemos de una barca encallada en una de las salas. Es la barca en la que de niño cruzaba el río para ir a visitar a sus dos tías-abuelas (quienes criaron a su padre y llevaron solas un próspero rancho, hasta que pudieron), me platicó hace tiempo el artista. Esa barca que hace apenas un par de meses arrancó de alguna ribera sinaloense para trabajar consigo la sustancia del recuerdo y funcionalidad inútil. Una de esas mujeres murió hace un tiempo, su hermana cuenta 98 años. La añoranza de aquellos viajes fluviales en la niñez al lado del padre, restan fundidos en esa barca. Después de recuperarla, Lugo decidió quemar su superficie para después dibujar sobre ella una piel de trazos infinitos de grafito compuesta del tiempo que entrega el cuerpo encubierto al desaparecer de lo irrecuperable. Extracción contextual que Lugo ilumina por dentro con letras en luz neón en las que hace por negar también el vínculo sensible que muchas veces, a pesar de nuestra (in)voluntad, arranca los recuerdos desde sus más profundos soterramientos. Uno más de sus ensayos por empatar lo real con las imposibilidades replicantes del arte para confesar, justamente, esa búsqueda incesante de ‘ilusión radical’ que a veces logra desentumecer en nuestro mirar la práctica artística.
Ensayar la calma muestra un encuadre sostenido sobre un ralo conjunto de juncos al canto de un lago de agua clara en una mañana de límpido despuntar. La superficie se mueve en ondas casi invisibles, calmas, casi pasando nada. El ‘ensayo’ de Lugo sucede en un ánimo discreto pero insistente. Y sin embargo, ¿cómo es que se ensaya la calma?; ¿qué es lo que espera detrás de tal intento? A un lado, una fotografía en gran formato muestra en vista panorámica el lago con un delgado brazo de tierra que lo recorre por mitad hacia el centro; sobre él, un hombre en pie mirando esa misma nada.
Otro de los acompañamientos fotografía/video de Lugo llama por ensayar el fulgor y muestra una fogata pequeña, cuidadosamente emplazada entre un círculo de rocas en algún paraje despejado. La fotografía en vista expandida responde al pequeño incendio con un esplendoroso atardecer. De nuevo sobreviene la pregunta sobre lo ‘ensayable’ del fuego y su fruir.
Lugo elige ensayar aquellas cosas que no necesariamente dependen de nuestra habilidad, potencial o disposición. Seguir el vuelo de una parvada de zopilotes en presente vigilancia sobre nuestra igualmente pasajera existencia (“Recordar el trayecto”); como buscar dibujar el errar y el error de sus trazos a contra-cielo, responden al mismo impulso romántico decimonónico que ha conformado el proceso artístico de Lugo desde sus inicios. Ese impulso con el que hace algunos años quiso ensayar sobre las constelaciones garabatos como estrellas; o capturar en una cajita la oscuridad estelar invocada en la visita de un museo nocturno; es ese impulso desvalido el que le hace construir barcas indefensas –y sin embargo capaces
de ignorar el deshielo que a sus espaldas sucede inminente – para albergar el recreo de alguna pareja despreocupada.
Lo que Hugo Lugo nos ofrece en esta muestra es ese ‘detrás’ que anima la pregunta por la calma y el fulgor –ese ‘detrás’ del ensayo, de la previsión, del trazo en la mirada; develando el futuro de su andar presente. Seguramente le veremos venir ejercitando las vertientes de interacción que a sus sujetos ofrece la temporalidad desplegada de estos nuevos paisajes-móviles. Pues aunque pareciera que hay algo disciplinar en su proceso que no lo deja alejarse de la seducción certera de sus trabajos en óleo o en gouache, posiblemente sea ésta la marca que Lugo hará suya para rondar los intersticios entre medios, formatos y resoluciones; para estar-viendo más allá de los confines calmos del marco, el fulgor de la pantalla y la temporalidad cifrada del trazo; para seguir viendo detrás de la desilusión.
“Demasiado tarde, demasiado lejos” puede bien leerse como un anticipo del rastro dialógico interdisciplinar que promete orillar hacia sus últimas (¿o primeras?) consecuencias el trabajo de Lugo en los próximos años.