IN MEMORIAM. TERESA BURGA
Chateaba ahora con unas amigas, que antes fueron mis alumnas, a raíz de tu partida. Me contaron que un día te vieron en una galería y te fueron a saludar, porque son tus fans. Mientras te recordábamos, una de ellas preguntó cómo habría sido tenerte de profesora. Me reí (XD), porque evidentemente ni ellas ni yo lo imaginamos y, de hecho, probablemente tú tampoco, considerando que en más de una ocasión nuestras conversaciones giraron en torno a las insatisfacciones que sentíamos frente a la formación recibida en nuestra alma mater (coincidentemente, con ellas también hablo de lo mismo). Sin embargo, aunque nunca me enseñaste, sí que he aprendido de ti. Tengo muy presente tu lección sobre la importancia de continuar, con o sin recesos. Tú, luego de tantos años, reconectaste con tu práctica artística y tus inquietudes creativas, recuperando esa capacidad para el juego y la sorpresa que caracteriza tu trabajo. Pero para poder continuar, antes tuviste que resistir: a la incomprensión de un público que difícilmente entendía tu apuesta y tus exploraciones y, aún antes, resistir el rechazo de colegas destacados que negaban tu talento, pues apuntaba en direcciones nuevas y arriesgadas a las que fueron incapaces de dirigirse. Y, aún antes de eso, resististe la crítica de tus profesores que menospreciaban el valor de tus exploraciones, acaso porque en el fondo las hallaban amenazantes. Todo ello requirió, primeramente, de una generosa dosis de sentido del humor. El humor te impulsó vitalmente y guió tus descubrimientos, infundiéndole un carácter lúdico y alegre a tu obra. Ese es hoy tu legado para todas y todos nosotros: la gran lección de la posibilidad inventada, acogida y celebrada. Tu obra es el testimonio tangible e intangible—objetual y no-objetual—de que es posible descubrir, ahí en donde aparentemente no hay nada, algo genial que luego no podemos dejar de ver, porque nos resulta indispensable.
Max Hernández Calvo