Juan Manuel Echavarría
Sextante, Bogotá
Uno de los más crudos ejemplos de desplazamiento forzado en Colombia como consecuencia de la lucha territorial, es el visto en la regíón de los Montes de María, entre los departamentos litorales de Bolívar y Sucre, al norte del país, corredor estratégico para el tránsito de drogas ilegales. Y es la población de Mampuján, en el corazón de esta zona, en donde Juan Manuel Echavarría retrata la primera pizarra de una escuela abandonada.
De nuevo la violencia en Colombia es el derrotero de su trabajo, la que resuelve con unas poéticas imágenes en las que la huella y la memoria juegan un papel fundamental. El título de la exhibición, que nace de la ausencia de la vocal “o” en una de las pizarras encontrada en la Escuela Rural Mixta de Mapuján, puede presentar la paradoja de la educación incompleta o la eterna circularidad de la violencia en estas zonas rurales, en donde lo último que importa son sus habitantes.
Cada fotografía muestra una pizarra literalmente devorada por la selva, cada una de ellas craquelada, adolorida, cuenta la misma historia, la historia del desplazamiento como consecuencia de una guerra civil instaurada por los grupos ilegales por el control del narcotráfico. Cada una en Silencio canta su propio dolor y su propia angustia, tal cómo sucede en su video de cantores Bocas de Ceniza (2004).
Dos funciones se pueden percibir en estas obras de Echavarría: la primera documental, en donde cada fotografía dotada de un alto contenido emocional, transmite el dolor y la incertidumbre de un espacio abandonado en particular; y la segunda artística, en la que establece un paralelo en el que la pizarra, instrumento de la educación, es la única esperanza que transmite mensajes tales como lo bonito es estar vivo. Doble función que aproxima la obra de este artista a límites más allá del arte, llevándola a lugares propios de otras disciplinas de las ciencias humanas, o viceversa.