Julio Suárez
Museo de Arte Moderno, Santo Domingo
“Nada disturba más que el incesante movimiento de lo que parece inmóvil”. La cita es del filósofo francés Gilles Deleuze (1925-1995). Aireándose sobre su despejada y vertiginosa disposición especular, la redescubre Julio Suárez (1947), declaran- do una mínima clave que nos posiciona de manera privilegia- da ante el alto grado de vitalidad y nitidez conceptual que registra la producción de este gran pintor puertorriqueño con- temporáneo en su muestra individual titulada “Pinturas recien- tes/Serie Santo Domingo”, que le ha organizado el Museo de Arte Moderno de la República Dominicana.
Suárez es un autentico renovador. Su obra pictórica evolucio- na desde la estética del color field en la década de los 70, pasando por un período abstracto-expresionista de lírica pro- funda y vehemente gestualidad en los 80, hasta llegar a un pos- minimalismo definitivamente admirable en cuanto a síntesis formal; pureza del color-luz; precisión del diseño y efectividad poética de los espacios contenidos. “El flujo de energía que pro- duce una porción de espacio con determinado color es expe- riencia de vida. Siempre he querido hacer algo para un lugar específico; que el trabajo realizado se convierta en el lugar. Lo imagino con un solo color, con una sola forma; que exista cuando hay alguien presente para luego desaparecer”
En su ensayo inédito titulado “Julio Suárez y el sonido de una mano que aplaude”, el reconocido artista dominicano Dionis Figueroa (1956) nos revela claves significativas sobre la “Serie Santo Domingo”: “Las seis salas contiguas donde el artista inte- gra su obra, con la sola presencia de éstas, se han transformado en otro espacio vivo y dinámico. Probablemente en el espacio que sus arquitectos visualizaron al concebirlo como san- tuario del arte. Un lugar donde se dignifica la calidad creativa del espí- ritu del artista y donde se estimula esta condición innata en el hombre cual proyecta lo divino en él. Lejos de ser política o religión.
“Cuando veo la obra de Suárez, entiendo todo eso porque sé que estoy ante una obra simple que comunica acerca de las comple- jidades de la existencia en su propia realidad, pictórica y con- ceptual, simple y compleja, grande o pequeña. Percibo y valoro su capacidad de síntesis. De simplificar y reducir aún lo más a lo mínimo, a lo esencial. Y esta relación directa con la esencia es lo que distingue esta serie de obras. Porque desde esa esencia es donde se logra entender el sentido de un koan zen que nos llama a escuchar sólo “el sonido de una mano que aplaude”.