Kazimir Malevich: Retrospectiva. Fundación Proa. Buenos Aires
La llegada de esta exhibición en Argentina representa un episodio excepcional en términos de gestión institucional que no obstante se inscribe en un escenario nacional en el que los comentarios a la obra de Malevich se han producido con originalidad crítica y en el que han circulado con una creciente intensidad.
La retrospectiva de Kazimir Malevich (1878-1935) en Fundación Proa desembarca en Buenos Aires con una serie de trabajos representativa de todos sus momentos, desde las exploraciones simbolistas y cubo-futuristas hasta obras emblemáticas de los períodos suprematista, supranaturalista y soviético del artista, pertenecientes todas al Museo Estatal Ruso de San Petesburgo. La exposición tiene como antecedente inmediato la retrospectiva realizada en el Tate Modern en el 2014 en colaboración con el Stedelijk Museum de Amsterdam, la otra institución en el mundo que aloja una nutrida colección del artista. En Argentina, representa un episodio excepcional en términos de gestión institucional que no obstante se inscribe en un escenario nacional en el que los comentarios a la obra de Malevich se han producido con originalidad crítica y en el que han circulado con una creciente intensidad. Para ceñirnos al Cuadrado negro -del cual Proa recibió la segunda versión, de 1923- pensemos en el proyecto de Martín Legón en el museo MACRo de Rosario, que lo evocó con un estanque de tinta china, o en las traducciones locales de Boris Groys, cuyo estudio sobre el artista ruso se ha convertido en una de las referencias preferidas por la crítica argentina.
La experiencia del espectador en esta exposición gravita sin duda en torno de aquello que Walter Benjamin llamaba el aura de las obras de arte, la experiencia del aquí y ahora que las reproducciones fotográficas debilitan y que la presencia efectiva del original pone en el primer lugar. Parece evidente que en el arte de Malevich es la operación conceptual antes que la ejecución formal aquello que hay que ponderar. Pero, antes que nada, la exposición de estas obras nos pone frente a la materialidad de lo que se ha convertido en un mito. Una mirada atenta y entrenada por las recientes investigaciones podrá comprobar las diferencias de reflectividad y opacidad que se producen por el uso de diferentes tipos de blancos, las líneas de bocetado visibles en la superficie del cuadro y los craquelados que evidencian la superposición de capas pictóricas. Craquelados en los que nuestra época, que nos dispone en partes iguales para la nostalgia y la ironía, puede encontrar la metáfora de una envejecida modernidad.
Pero no nos podemos pensar tan lejos de aquella modernidad. El orden de la exposición, que parte del entrenamiento de Malevich en la pintura moderna francesa y culmina con su velatorio –mitificado en Argentina en la citada exposición de Legón- revela que nuestra manera cronológica de pensar la historia del arte no se aleja tanto de la del propio Malevich, quien, consciente de la cronología como imagen del Sentido, modificaba la fecha de algunas de sus obras para ubicarlas mejor en su evolución como artista.