LA PRIMERA ESPADA FUE UN REGALO

Por Matías Helbig | agosto 28, 2019

Las dos salas están planteadas como si un espejo las uniera. La primera exhibe, en el centro, una placa de cemento sumergida en una bandeja con un dedo de agua. En una esquina, un santuario hecho de género rosado con espadas y rosas bordadas abraza una cerámica en forma de cuenco. Esta está construida con pedazos de piezas dispares pegadas, como si se tratara de un kintsugui japonés con hilos de oro; de los bordes emergen las figuras de un ángel y una criatura ominosa, como de inframundo. En la pared opuesta, aquella que sería el espejo, hay una fotografía: un muro de piedras y un monolito gris y negro desplomado ― muy similar a un Rothko, pero también una representación de la obra en el centro de la sala― constituyen un espacio ritual donde una figura humana acerca las manos al núcleo negro del monolito. En el texto de Camila Carella, el quinto versículo empieza: “Si apoyaras tus manos en busca del calor de tu propio reflejo, pasarían al otro lado”.

Ph: @botonrojoestudio.

Así, la sala izquierda de La primera espada fue un regalo ― exposición colectiva de Constanza Chiappini, Gonzalo Maggi y Julia Rosetti organizada por la plataforma de arte contemporáneo INTEMPERIE en el espacio Walter, casa para artistas y con texto de Camila Carella― introduce al espectador en una especie de relato bíblico-mitológico. La fotografía de Maggi obliga a regresar a la tabla sumergida en agua, agacharse y acercar el rostro hasta poder leer la inscripción que yace en el cemento húmedo. Sin embargo, el esfuerzo es inútil y el cansancio lleva al visitante a la sala subsiguiente: al otro lado del espejo, debajo de la placa, al hemisferio opuesto de la sala que parece una radiografía de la anterior.

Todos los elementos ― la placa, el santuario y el kintsugui, la fotografía― se repiten en las posiciones exactas. Pero el contenido es otro, y es evidente que uno, como espectador, fue inducido a completar el ritual. En la fotografía hay ahora una mujer secándose las manos de una materia oscura, el cuenco de cerámica contiene un frasco lleno de caña con ruda ― elemento al que volveremos más adelante― y el santuario está hecho con una bolsa de plástico azul, como de cosecha; en lugar de la fuente y la placa húmeda, descansa en el suelo una hoja con el texto de la inscripción grabado, que comienza: “Bajaba la noche y la penumbra no me dejaba ver lo que escribía. No importaba igual, estaba todo adentro…

     

           

De esta forma, La primera espada fue un regalo está plagado de simbolismos y elementos dispares. La intertextualidad, por ejemplo, con El testamento de Orfeo (1960) ― última película realizada por el director francés Jean Cocteau―, donde el protagonista, el propio Cocteau, logra habitar dos dimensiones ― la real, por un lado, y la fantástica, por el otro― y observarse a sí mismo en su obra y sus creaciones (los personajes de los dos filmes anteriores que completan la trilogía: La sagre de un poeta, 1932,y Orfeo, 1950) modifica el carácter ritual de la muestra y mediante el sincretismo la hace dialogar con cuestiones estéticas y políticas contemporáneas ― dadas incluso por los materiales que constituyen algunas de las obras. Lo mismo genera la presencia de los kinstsugui. De origen japonés, la técnica viene a mezclarse con toda una mitología occidental ― en lo que refiere a Orfeo― y folclórica local ― en cuanto a la Bendición de la Ruda― que, a su vez, está inmersa en un marco contemporáneo ― una vez entablado el diálogo con el cine francés―, y propone repararlas (hacerlas otras) para revalorizarlas, de la misma manera que lo hace con las partes de otras cerámicas, a partir de los sedimentos que cada uno de estos relatos ha dejado.

Como corolario de esta hibridación de culturas y mitologías, el 26 de julio ― día de la inauguración― Julia Rosetti y Valeria Anzuate llevaron a cabo la performance La Bendición de la Ruda Trans. Haciendo una apropiación del ritual original, las artistas recodificaron el proceso en clave del presente: en vez de utilizar nada más que la caña con ruda macho, como se hizo durante centenares de años, Rosetti y Anzuate agregaron a la mezcla caña con ruda hembra. Así, La primera espada fue un regalo, muestra colectiva pequeña pero inabarcable en una visita y un texto, juega con el sincretismo y el dinamismo de la cultura a través del travestismo de las técnicas y los relatos milenarios.

           

           

INFORMACIÓN GENERAL

Del 26 de julio hasta el viernes 6 de septiembre, en Walter, casa para artistas (Honduras 4861, Palermo Soho, Ciudad de Buenos Aires).

Entrada gratuita con cita previa.

Organizado por INTEMPERIE (http://www.enlaintemperie.com/).