Leo Battistelli:

Intentando lo imposible

Por Daniel Molina, Buenos Aires | noviembre 22, 2011

La vida no tiene sentido. Por eso existe el arte. Estamos condenados a insistir, a querer permanecer, a perdurar, pero lo nuestro es irnos. Lo sabemos desde pequeños: en el futuro habrá un día en el que ya no estaremos. Aunque no tiene sentido, la vida es una explosión de intensidad. Esa intensidad surge de la conciencia del fin: la muerte es la que nos permite que cada día valga la pena. Esto que somos, esto que hacemos, no se repetirá jamás. Los artistas nos enfrentan a la belleza de la vida, a su poder descarnado. Pero no todos los artistas saben disfrutar de esa alegría que nos arrebata; no todos los artistas saben del placer del instante. Uno de esos pocos artistas que conoce el poder de lo efímero es Leo Battistelli, el que es capaz de petrificar lo que fluye.

Leo Battistelli:

Hace dos décadas que Battistelli viene intentando lo imposible. Cada obra es un nuevo desafío. Parte de la belleza en estado de incandescencia y va más allá. Para Battistelli la belleza no es una armonía visual ni formal, sino una forma de energía, una intensidad tan sutil como poderosa, que transforma las cosas, las relaciones, las situaciones. Sus obras son, además, talismanes; es decir, objetos apotropaicos: alejan el mal. Los talismanes nos defienden porque tienen el poder de distanciarnos del horror. Lo alejan (en griego, apotrepein significa literalmente “alejarse”). El mal no puede ser destruido: es lo que está siempre allí, acechando. Pero sí podemos alejarlo, tomarnos un respiro. Reír y cantar. Disfrutar de la vida hasta que llegue el fin: lo que no se alejará más. Battistelli trabaja en esa frecuencia: la intensidad en estado sublime.

En Dávida todo tiende a esa belleza que, a la vez, emociona y cura. Cada una de las obras es una puesta en escena ritual y también una celebración pagana. Hay magia y disfrute. Hay goce y recogimiento. Battistelli viene experimentando con la cerámica desde hace muchos años. Pasó de su pequeño taller hogareño a trabajar en gran escala con la fábrica Verbano, en la provincia de Santa Fe (Argentina), y luego con la empresa Cerâmica Luiz Salvador, en Río de Janeiro (Brasil). La apuesta a la cerámica implica un proceso y un riesgo. El proceso es alquímico: se trata de mezclar agua y tierra y con esa arcilla moldear un objeto, que surge de lo informe. Ese objeto (aún endeble, impreciso) pasa luego al horno. En el proceso de horneado hay una alta dosis de imprevisibilidad: nunca se sabe de antemano -menos aun cuando las obras son grandes y muy complejas- si la pieza soñada se parecerá realmente a la pieza lograda.

Battistelli comenzó hablando de la memoria. Recogió el legado de sus antepasados y presentó azulejos y fotografías que documentaban ese proceso. Luego fue interesándose por el agua, en tanto elemento esencial, pero sobre todo porque fluye: el agua es lo que pasa. Puede arrastrar, destruir, arrasar, pero también vivifica, nutre, contiene, acaricia. Soñó una casa en el agua y petrificó el fluir en cerámica. El paso siguiente, vacilante y audaz al mismo tiempo, fue apostar a lo alquímico: su obra comenzó a dialogar con los grandes maestros del saber oculto. La magia y lo arcano formaron parte de su lenguaje, que fue, sin embargo, cada vez más claro y sutil.

En Dávida da un paso más: se interna con más pasión que investigación en el mundo de las religiones africanas del Brasil, en especial el candomblé. Su obra no es una traducción estética de las creencias y rituales sino que encuentra en ellas una inspiración. O mejor: su energía. Porque Dávida es la muestra de la energía positiva en estado puro. Cada obra es un talismán: el objeto que aleja el mal, que nos protege del daño.

No importa si uno sabe o no del intrincado mundo del candomblé, de sus dioses alegres, de sus adivinaciones y sus promesas. Lo importante en Dávida es que cada obra, al mismo tiempo que dialoga con los señores y señoras del terreiro, que habla de un mundo espiritual que convive con nuestro mundo material, convoca una potencia que nos deslumbra. No hay secretos en las bellísimas obras de Battistelli: muestran todo; se exhiben sin pudor; pero nunca logramos saber todo lo que son capaces de manifestar. Es como si ellas tuvieran siempre algo más para decir.

En cierto sentido, la experiencia estética que provoca la producción de Battistelli puede entenderse también, y quizá mejor, desde otras tradiciones espirituales: la del I-Ching o la del Tarot. Tanto el candomblé, el I-Ching y el Tarot, más que religiones son experiencias vitales que surgen de lo espiritual. Son formas de leer los signos oscuros que nos provee la experiencia material. Baudelaire decía que caminamos entre catedrales de símbolos y que vivir consiste en descifrar esos símbolos. Battistelli lleva ese desciframiento a un estado extremo. Vemos todo, pero como en penumbra: la belleza del descubrimiento nos apabulla y, paradójicamente, nos enceguece. Por nuestro propio bien, vemos lo que podemos.

Gota de agua. Gota de sangre. Espuma. ¡Destilado de belleza! Fuego y piedras de trueno. La cura. La danza sin fin. Hoguera. Tales los títulos que Battistelli pone a sus obras. Son guías, pero también son mantras: son instrumentos que nos permiten liberar la mente del flujo de imágenes negativas que nos atormentan. Las obras de Battistelli tienen un poderoso componente espiritual, pero no son religiosas. Al menos, no lo son en el sentido tradicional de lo religioso: como el espacio de sometimiento de lo humano a lo divino o de lo individual a lo colectivo. No hay nada que evoque o convoque al sometimiento en Dávida. Por el contrario: todo habla de liberación, de alegría, de fluir, de fundirse en el devenir informe del futuro.

En Dávida, Battistelli pasa del color blanco (que caracterizó sus anteriores muestras) a una algarabía cromática que apabulla. Son los colores de los orixás, la exuberancia tonal del candomblé. A través del color señala la ofrenda: agradecer por lo que se tiene, por lo que se logra, por haber vivido, por seguir viviendo. Así como el blanco de sus obras anteriores llevaba la elegancia formal a un nivel exquisito, ahora la potencia del color manifiesta una belleza tumultuosa y delicada que hace pensar que Battistelli tiene el secreto de la perfección.

La vida no tiene sentido. El dolor es una puñalada triste que en cualquier momento puede derrumbarnos. Ofrendar, devolver al universo parte de la energía que nos provee, es una forma de ser justo. Dávida es la ofrenda que Battistelli le hace a la vida. Y que nosotros compartimos.

Leo Battistelli nació en 1972 en Rosario Argentina. Desde 2007 vive en Río de Janeiro. Estudió Bellas Artes en la Universidad Nacional de Rosario y cerámica en el Atelier de Leo Tavella con la Beca del Fondo Nacional de las Artes y la Beca de Cultura de la Provincia de Santa Fe. Esculturas, pinturas, instalaciones, fotografías, diseño y curadurías de exposiciones son parte de su hacer artístico desde 1993. Desde 2003 produce sus obras en Porcelana Verbano y desde 2007 en Cerâmica Luiz Salvador, Río de Janeiro.

Ha realizado muestras individuales y colectivas en el Museo Juan B. Castagnino, Rosario; la Fundación Federico J. Klemm, Buenos Aires; el MACRO, Museo de Arte Contemporáneo de Rosario; el Malba, Fundación Costantini, Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires; el MoMA, Museum of Modern Art, Nueva York; el Museu de Arte Moderna de São Paulo; Fundación Proa Buenos Aires; el Centro Cultural Rojas (Universidad de Buenos Aires), Buenos Aires; el Grand Hotel, Uzés, Francia; los Departamentos de Arte Contemporáneo, Rosario; el Centro Cultural dos Correios, Rio de Janeiro; la Biblioteca Argentina, Rosario; la Galería Belleza y Felicidad, Buenos Aires; la Sala de Amigos del Arte, Rosario; el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, Rosario; el Museo de Arte Contemporáneo de Misiones; la Rede Globo y la Galería Antonio Berni, ambas de Río de Janeiro.