Leo Matiz

La Cometa, Bogota

Por Juan Pablo Zapata | octubre 13, 2010

En la galería La Cometa, bajo el título Geometría en Colombia, se presentó una pequeña exhibición de homenaje al fotógrafo Leo Matiz, dedicada a una faceta poco explorada de sus fotografías: la geometría abstracta, captada en un período que la galería fecha entre los años 40 y 50.

Forma de Hierro-Colombia. Black and white photograph, 10 x 7.8 in. Fotografía en blanco y negro. 25,4 x 20 cm.

Hablar de Leo Matiz, quien fuera en una época catalogado como uno de los diez mejores fotógrafos del mundo, es casi como contar un cuento fantástico tejido en las urdimbres fabulosas y enmarañadas de algún lugar ensoñado y mítico. Pero no, pues aunque Leo Matiz nació en 1917 en Aracataca, el pueblo en el departamento del Magdalena, Colombia, que dio origen al mítico Macondo, y vivió su existencia como un retal de aventuras entrelazadas como por los hilos de alguna alfombra mágica con mil y una historias para contar; sus fotografías son las de un incansable cazador de la realidad. Su trabajo como reportero gráfico, corresponsal por medio mundo, le hizo testigo de múltiples hechos, sociales y políticos de primera mano. Como diría el sabio profesor alemán Lichtenberg, “En nuestro tiempo, donde los insectos hablan de insectos y las mariposas coleccionan mariposas”, su obra su legado, llega a nosotros por el juicioso trabajo de acopio realizado por su hija Alejandra, que lo ha catapultado hacia un reconocimiento nacional e internacional.

Pues Matiz, quien murió en 1998, es de los pocos que lograron capturar instantes únicos e irrepetibles, efímeros, con ese ojo de cazador furtivo: con el asombro de quien ve por primera vez el mundo. Convirtió sus imágenes en entrañables experiencias, así no distingamos a primera vista de qué se tratan. Porque su luz nos atrapa y nos seduce, dejándonos ante el espectáculo de los misterios insondables. Lo conmovedor es que los caza en la red de la realidad.

Matiz es un fotógrafo de alto contrastes, pues tal vez acostumbrado a la luz de su tierra natal, más que a la del altiplano bogotano, veía mejor de esa manera, y dibujaba con su cámara esas siluetas perfectas, que simulan sombras chinescas o grafismos en el aire perfectamente delineados en los contornos de los trapecistas de un circo o el cable a medio desenrollar de alguna construcción o formas abstractas que aparecen por ahí en el mismo centro de alguna realidad palpable, de la simple y llana realidad, la del ojo que ve.