Leonilson
Itaú Cultural, Sao Paulo
Leo no puede cambiar el mundo. Y lo sabía Leonilson, el artista que escribía esa frase como triste confesión en varios de sus dibujos. Toda su obra está cargada de un sentido de impotencia rara, mientras parecía crear un fuerte cuadro de su época. Sus hombres no tienen rostro, son figuras sin definición, de líneas transparentes que flotan en espacios vacíos, arquitecturas de soledad.
En los 300 trabajos reunidos en la gran retrospectiva dedicada a él en Itaú Cultural, en San Pablo, el artista que sur- gió como voz disonante en los años 80 deja claro que la suya era una existencia atada al fin de las utopías. En Brasil, era el momento exacto entre el fin del régimen militar, el inicio de la era democrática y principios de una apertura social y sexual que culminó con la epidemia del Sida. Leonilson fue una víctima de la enfermedad a los 36, un corte abrupto en su producción que queda claro en la muestra.
Mientras que en la planta baja estaban expuestas las pinturas de sus primeros años de artista, grandes cuadros en que parece buscar rutas por el mundo, el segundo piso tenía sus dibujos más pequeños. Son esas formas en miniatura las más potentes, el punto en que el artista desafía la escala de espacios expositivos, como si su tragedia fuera demasiado íntima, aunque no fuera. Tal vez haya sido solo el primero en ver por detrás de la euforia de su tiempo, como si anticipara un sufrimiento universal. En la funda de una almohada, escribió la palabra “nadie”, la pista de un porvenir lleno de fantasmas.