Liliana Porter

Mor-Charpentier, París

Por Patricia Avena Navarro | noviembre 14, 2012

El arte es una excelente plataforma desde la cual experimentar con la narración, ya que en él los lenguajes y su lectura se modifican constantemente. Cada artista altera la concepción sobre qué es una obra de arte, qué es lo que se cuenta o cómo se recibe.

Liliana Porter

No existen normas estrictas definidas, con lo que las posibilidades de escape poético son múltiples. Mientras que Liliana Porter ha trabajado con los cuentos de hadas y los juguetes de los niños desde hace muchos años, su tema parece inagotable. Cada escultura es un mundo particular que nace de una narración, de un imaginario, concebida como una apertura de espacio y punto de encuentro entre el conciente y el inconsciente. Asociando esculturas y objetos, pone en escena armonías frágiles e inventa un lirismo despojado de toda grandilocuencia. Su primera exposición individual en Francia, “The colour red”, aglutina una serie de piezas recientes y pone en relieve otras creadas especialmente para esta exposición; incluye fotos, vídeos, así como obras sobre tela, grabados, dibujos, collages y pequeñas instalaciones.

Los materiales que elige para sus obras son todo tipo de figuritas, juguetes, objetos inanimados y utensilios que forman parte de una colección que la artista fue reuniendo a través de su vida. Colocados en una variedad de situaciones y encuentros inesperados, estos personajes rara vez se exhiben como conjunto, siempre aparecen como ejemplares únicos. La cuestión de la soledad es central en el trabajo de Porter. En sus fotografías, objetos y vídeos, los personajes siempre están posando solos, aparecen estáticos en un campo de visión vacío y si dialogan lo hacen con personajes que pertenecen a una especie diferente. La artista los sitúa a la vista del espectador con ternura y crueldad, empequeñecidos en medio de una luz diáfana. Cada elemento se distingue por su discreta fragilidad, por una delgada línea entre lo perdurable y lo perecedero, donde la práctica y la repetición de ciertos gestos manuales forman la esencia de su trabajo. Con su presencia, estos objetos y personajes inauguran un mundo que, desde su pequeña escala, habla de la existencia solitaria del hombre, recordándonos que ésta tiene una duración en el tiempo y que sucede en el espacio, en algún lugar determinado. Cuanto más perfecto es el vacío en el que se encuentra el personaje y cuanto más pequeño es el objeto en relación con el fondo en el que se sitúa, más afectiva se vuelve nuestra mirada frente a ellos.

Gracias a la apropiación y desnaturalización de los objetos, las obras se manifiestan en un entorno y en una temporalidad que son propias de la artista; concentra en la estructura de la obra las unidades de tiempo, espacio y acción a lo que se le suma un movimiento, el del espectador, quien está obligado a detener la mirada. Intrigado, debe aproximarse para descubrir los detalles, creándose así un vínculo de reflexión con cada una de ellas. En esos mundos diminutos, la pequeña figura del hombre contrasta con la enormidad del espacio, y es en este contraste que surge una noción temporal que se vincula con lo finito y lo infinito, y otra de carácter espacial que se relaciona con lo enorme y lo diminuto.

Liliana Porter cambia las perspectivas, estableciendo así nuevas relaciones que no son las convencionales, las que crean nuevas ficciones, que en definitiva son una frágil narración expuesta a las transformaciones. Distorsiona sus juguetes en pinturas y fotografías Polaroid para crear el retrato imaginario de sus personajes que flota sobre un fondo neutro. El contorno encierra la forma y marca en sí mismo la presencia del objeto. La superficie está delimitada sin ser materializada. Como una nota musical, la obra llena el espacio sin saturarlo. Es un trabajo que se emancipa de cualquier peso, de cualquier materialidad, para centrarse en el vacío y la forma de la que emerge otra que se coloca en ella.

Hay algo de absurdo en las esculturas que conforman la muestra, de inquietante en estos objetos y personajes minúsculos que nos muestra la artista Un mundo intemporal, que impacta por la manera en que logra crear una especie de nueva arqueología escultórica. La producción de Porter supone una constante revisión y reformulación de elementos y conceptos perennes en su obra. Muchas de la piezas demuestran esa intención incisiva y argumental, casi narrativa, sobre diversos asuntos que atañen de forma directa a sus composiciones: la obra como caldo de cultivo de múltiples reflexiones, como lugar donde se depositan los puntos de vista cambiantes a lo largo del tiempo y como espacio histórico irremediablemente incompleto que recibe paulatinamente nuevas interpretaciones, terminando por configurar un extenso significado temporal de cada una de las piezas. Transformando y enriqueciendo, Liliana Porter ha conjugado dos lenguajes paralelos que posibilitan la apertura de un discurso hermético y estéril hacia terrenos más complejos y multidisciplinares, literarios o políticos, donde el texto formula nuevas vías respecto al discurso preestablecido de las propias imágenes.