Luis Fernando Peláez
Sextante, Bogotá
El nombre de Luis Fernando Peláez equivale ya a una vía de partida hacia paisajes silenciosos, invernales, donde una poética de grises nos lleva a una suerte de añoranza, a las nostalgias recónditas que encierran esas esculturas suyas, con parajes casi fotográficos que parecen haber salido de un cuadro, y que, instalados en la realidad de los objetos tridimensionales, contienen la más solitaria condición humana. Son obras imbuidas de una desolación que no obstante se sobrepasa porque existe en ellas una sublime poetización de la relación entre paisaje y naturaleza construida a partir de elementos constantes − hombre, casa, mundo, cosmos − que nos remiten al tránsito de la humanidad por la frontera entre lo fugaz y lo infinito.
La tradición paisajística desde los bucólicos italianos, pasando por el mítico pintor Caspar David Friedrich, y llegando a Wyeth es vasta y única. En Colombia el paisajismo es tan arraigado que escritores como Caballero Calderón lo ubican como la cuarta dimensión de nuestro ser.
Peláez mantiene en su exhibición El río, en la Galería Sextante, la frescura de los primeros trabajos, la insinuación de los ensamblajes surrealistas fabricados con una suerte de inocencia lúdica, un juego que remite simultáneamente a las cajas de Cornell, clarificadora de las realidades trascendentes y a las fotografías de ciudades solitarias de Atget.
En la presente exposición se nos muestran dos facetas de ese paisaje o fábula, mito o leyenda de de la cual Peláez nos hace partícipes. Por un lado, la línea horizontal nos invita a la contemplación de alguna tragedia, explicitada por el árbol (de alambre) que se agita al son del temporal que pasa y arrasa todo existente. Es una línea horizontal opresiva, que demarca el curso del río.
Por otro lado, nos presenta obras cuyo trasfondo son fotografías de carrileras, añoranza del viaje, invitación a la aventura, enfatizada por líneas en perspectiva, diagonales que recalcan puntos de fuga que rompen la horizontal monótona y arrítmica del paisaje y que nos invitan a perseguir el sueño, a salir del encierro agobiante del monótono transcurrir del río o vida. La obra que más nos acerca a esta incitación al viaje es precisamente una maleta, imagen-objeto, que condensa toda la añoranza sugerida. Poética de la nostalgia y del espacio, ensoñación que nos trasciende, tornándose en un espacio real que nos abarca y acaba por habitar la totalidad del ser.
El río evoca una línea de la poeta Blanca Andreu “…algo falta y hay que ponerle nombre…”. Las obras de Luis Fernando Peláez nos acercan al espacio donde lo indecible se nombra.