Lydia Rubio
Beaux-Arts des Amériques, Montreal
El título de la exhibición de Lydia Rubio en la galería Canadiense Beaux-Arts des Amériques, L’Étrangère, evoca el del célebre libro de Albert Camus, aunque la artista lo tomó de un poema de Marjorie Agosin. A diferencia del viajero indiferente al absurdo que lo rodea, “La extranjera” emprende sus travesías como quien intenta descifrar un sentido, una clave, a medida que anda. Esto se evidencia en la progresiva revelación de signos lingüísticos en los cuadros que conforman sus polípticos en subseries que narran estadías del viaje.
Hay un conjunto de cinco obras en las que La extranjera se desplaza sobre una tierra de un amarillo incendiario. La pala- bra “mundo” se va construyendo a partir de la inscripción de una sola letra en cada pieza. Por otra parte, hay un uso de imágenes con asociaciones esenciales extraídas del inconsciente colectivo como la barca, referida a las migraciones, o la casa asociada al yo. Si en la representación reiterativa de la isla hay una alusión a su propia condición de artista exiliada, paralelamente su simbología del desarraigo es existencial y ligada al género. La Extranjera vuela llevándose la isla con la casa y la barca, o corre por un campo con la barca en sus espaldas, o sostiene el peso del mundo sobre las manos como un Atlas femenino. En todos esos casos la carga ata o pesa, y los pies representados casi como manchones no se afianzan.
A estas piezas diurnas y terrestres, las preceden cuatro obras gráficas (dos dípticos) asociadas a la noche cósmica y a la for- mación de la palabra “Fata”, oráculo. Cada título corresponde al fragmento de un verso de Agosin y a otro estadio del viaje. Surgen figuras piramidales, y la misma espiral geométrica basada en el Nautilus que usó en una enorme escultura pública. La viajera se va desatando. Ahora se para sobre el mundo o sobre la isla, o maneja su carga con la levedad de los hilos, o flota en un plano superior sobre la casa, el barco y la isla que navegan a la deri- va. La segmentación de los cuadros en dos fondos drás- ticamente divididos configura una alegoría. Hay liberación del peso, pero no una integración plena. La travesía sigue transformán dose en un tercer conjunto, ahora conformado por un tríptico de óleos que ilustran una integración cósmica. La extranjera, ya no es “extraña” al entorno, no le pesa ni se separa de éste: ejecuta una suerte de danza azul en la que participan el mar, la tierra isleña y el cielo, tanto como las figuras geométricas esenciales y el juego especular del cuadro dentro del cuadro. Sólo entonces surge la pieza única, circular, en donde La Extranjera es la nadadora que lleva ligeramente la barca de su universo triangular de un lado a otro en el marco de un cua- drado blanco: Visa pour un rêve. En la exposición, los barcos de papel tomados de esa pieza instauran un hilo de continuidad con los estudios de dibujos sobre papel artesanal y el diseño del Pasaporte, la prueba de la extranjería, pero también el permiso para ir libremente de un lado a otro. La creación secuencial y el juego de correspondencias son decisivos. No hay en cierto modo piezas sueltas, ni la versión pictórica definitiva de un cuadro en sí misma tiene la relevancia de la propuesta conjunta que se arma justamente como un mundo completo en el cual la gráfica, con una fuerte carga textual, y el libro artístico que funciona como bitácora del proceso de pensamiento y creación, son esenciales. Rubio reúne así lo artesanal, con particular deleite en la estética caligráfica, y la exploración de la obra de arte que puede ser leída en su gestación no sólo de modo iconográfico sino textualmente. No hay duda de que toda exposición suya debe incluir esos cua- dernos artísticos que contienen lo intransferible en su obra.