Marcos Castro: El influjo de lo sublime.
La pasión causada por lo grande y sublime en la naturaleza, cuando aquellas causas operan más poderosamente, es el asombro, y el asombro es aquel estado del alma en el que todos sus movimientos se suspenden con cierto grado de horror.
En este caso, la mente está llena de su objeto, que no puede reparar en ninguno más, ni en consecuencia razonar sobre el objeto que la absorbe. De ahí nace el gran poder de lo sublime, que, lejos de ser producido por nuestros razonamientos, los anticipa y nos arrebata mediante una fuerza irresistible.
(Burke, Edmund, Indagación filosófica sobre el origen de nuestra idea acerca de lo sublime y de lo bello.)
La obra de Marcos Castro (México D.F. 1981) parece, delicada, renunciar al eje enfático que define –y sentencia- al arte occidental en tanto disciplina autónoma. De hecho, su propuesta se estructura magistralmente justo al límite entre arte y chamanismo, entre la estética y el pensamiento mágico. Es por ello que cuando nos adentramos en la galería, la empatía resultante de la comunión con el “objeto” –no es casual que Castro haya titulado la muestra Objetos necesarios- es de orden mítico más que estético.
" El dibujo ha sido una necesidad humana desde la edad de las pinturas rupestres” -explica Marcos Castro. “ Hay algo orgánico sobre el dibujo que te hace sentir parte del proceso. Hay un puente de la mente a tus brazos y de ahí a los materiales que te permite crear algo más grande que tú. Esa es mi forma de búsqueda de lo sublime.”
Objetos necesarios, presentada por Dotfiftyone, está integrada por dibujos de pequeño, mediano y gran formato realizados sobre papel o directamente sobre la pared del recinto, así como una instalación central que a modo de enigmático tótem habita el centro de la galería. En los dibujos, realizados con tinta y acuarela, predomina el trazo delicado y espontáneo inherente al medio elegido que se traduce en esa atmósfera intimista tan cara a la propuesta de Marcos Castro. Invariablemente, el ente retratado –ese objeto necesario- es ubicado en el centro focal de la composición, invariablemente en primer plano, y extirpado de todo contexto que pueda, en definitiva, desviar nuestra atención del centro de interés.
Pequeñas aves moribundas, anodinos guijarros, ramas enmarañadas e inquietantes monolitos inaccesibles son los temas recurrentes que como ritornelo o necesidad compulsiva se reiteran una y otra vez ante nuestra mirada, primero atónita, luego transfigurada.
En estos caprichosos paisajes de Marcos Castro –necesario es advertir que estamos en presencia a un tiempo de una unidad dialógica en lo que a género pictórico se refiere: retrato y paisaje- hay una suerte de zoom-in psicológico que resulta en el plano detalle a través del cual el artista obliga al receptor a concentrarse en ese punto ínfimo -de otro modo desapercibido- de un paisaje más vasto que, luego, infaliblemente, reconstruimos en nuestra mente como parte de la obra que se extiende más allá de los límites físicos del cuadro.
Este efecto de sinécdoque es fundamental en la readecuación de significados –y prioridades- que propone Objetos necesarios donde el razonamiento inductivo incitado desde la obra nos lleva a la reformulación de nuestra percepción general de una realidad mucho más vasta. En este proceso de transfiguración juega un rol esencial la repetición de un mismo motivo una y otra vez (piedra, ave, tronco) como en una suerte de invocación o gesto animista.
Ritual Object 1 y Ritual Object 2, ambas del 2014, son vitales en este sentido. En ellas, como clave, asoma a través de la aguada del fondo sobre el que reposa el objeto, la silueta de un torso humano cuyos brazos frente al objeto venerado se levan al empíreo en medio de un culto esencial y primigenio.
Ineludible en estas obras la asociación con la alegoría platónica del mito de las cavernas que parece ser reafirmada por la insidiosa estructura que ocupa el centro del inmueble.
Compuesta por listones de madera presentados en arreglo piramidal y cubiertos por lienzo, la estructura que bien podría se una hoguera o una antorcha, se convierte en eje central alrededor del cual giran todas las piezas. El espectador, a medio camino entre la fuente de luz y las obras sería capaz de generar sus propias sombras sobre los cuadros si la fuente de luz fuera activada –lo cual no tiene que alcanzarse únicamente por el acto físico sino de un estado mental: esa iluminación, ese estado de transfiguración al que aludíamos desde un comienzo.
A partir de este eje central, todas las obras se integran en esa única instalación que es, en definitiva, la alegoría o piedra angular que soporta Objetos necesarios. Esa donde la galería, en una suerte de regresión temporal liberadora, renuncia al cubo blanco y deviene de nuevo cueva, nicho propiciador de ese acto sublime, esa ritual antiquísimo y necesario que es la creación humana.