María Thereza Negreiros
The Patricia & Phillip Frost Art Museum, Miami
Tal vez una de las trayectorias más polémicas en el vanguardismo latinoamericano es la de la artista colombo-brasilera María Thereza Negreiros (Maués,1930), cuyo itinerario evoluciona de manera inusual en la contemporaneidad artística del continente.
Digamos que desde sus inicios en los setenta, cuando le aporta al expresionismo abstracto un temperamento que pretende ser invasivo al intelecto más allá de la retina, la pintora se erige como protagonista de importantes exploraciones laterales, manteniéndose distante de los clichés de la modernidad. Lo demostró en sus experimentos con el informalismo, con los volúmenes y los relieves y con el uso pionero y experimental del plástico y aleaciones químicas y con sus esculturas ópticas. La crítica no vaciló en establecer sus esencialidades innovadoras.
Sin embargo, un giro doméstico en la vida de la artista habría de acercar nuevamente sus motivaciones creativas a las frondosidades de un medio del que afectivamente nunca se distanció: la selva amazónica. El regreso a cohabitar con la naturaleza profunda reorientó sus obsesiones por los caminos tradicionales de donde había partido alojándose entre la renovación pictórica y los tanteos conceptuales.
Ensimismada en una suerte de mística ecológica, Negreiros ha dedicado cerca de cuatro décadas de su vida a retomar la pintura de la selva, a contracorriente de la tecnología y el culto objetualista, pero más avezada en pretensiones y oficio. Fue un acto desafiante de reevaluación que en principio le significó extrañeza e incluso impugnación. Pero la inteligencia para traducir el detalle naturista en metáfora palpitante a través de las emociones del color y las delicadas soluciones entre las adyacencias de mancha o trazo, la convierten en una contra-reformista tan espontánea como excepcional.
Evocando ese acto de pasión que significa regresar sobre los pasos sin renunciar al gesto alternativo es que versa la tesis de las curadoras Adriana Herrera y Francine Birbragher-Rozencwaig para fundamentar la exposición “María Thereza Negreiros: Offerings” que actualmente exhibe The Patricia & Phillip Frost Art Museum. El proyecto intenta evidenciar que lo atípico curricular en Negreiros crece hacia la madurez intelectual en sentido inverso a la lógica del vanguardismo contemporáneo y que, contradiciendo las especulaciones trasnochadas de cierta historiografía, arroja como saldo saludable que la pintura en su manifestación más casta aún contiene planteamientos sensibles que estremecen el espíritu y desdicen el hipotético agotamiento del discurso.
Las curadoras dan testimonio de ello a partir de la atinada selección de diez logradísimas piezas desplegadas con meticulosa organicidad. En lo que puedo augurar serán paradas ineludibles, la percepción del visitante queda cautiva entre los efectos pictóricos surgidos desde la improvisación subjetiva. Color inflamable, profundidad y vibración son los elementos cruciales de los que se vale la autora para fundirse con la jungla, apropiarse de la poesía del agua recóndita que corre en la espesura y, sobre todo, denunciar la acción depredadora del hombre. Son lienzos donde nos sorprende la intención ecológica irguiéndose en tema de reflexión social apoyado en las posibilidades expresivas del color y en el dramatismo añadido a la cobertura pictórica.
Con este peregrinar estético-intimista al punto de partida, Negreiros nos convence de modo contundente de que, al margen de manifiestos postmodernos, la pintura sí puede funcionar como ideología. Y la valiente reafirmación origenista quizás signifique el gesto más transgresor de una trayectoria que ha marcado hondamente la concepción de la imagen en el continente.