Mateo Tannatt: Horse. Gallery Diet, Miami
No hay en esta muestra ideas frontales o precisas; impera en todo momento la tangente, la oblicuidad del discurso.
Hay exposiciones tan buenas que lo dejan a uno sin palabras. Su fuerza es tal que obnubila el pensamiento e intimida el acto de la escritura. Suponen un shock demasiado fuerte. Ello me ha ocurrido recientemente al visitar Gallery Diet y su exposición Horse, del artista radicado en Los Ángeles, Mateo Tannatt (Los Ángeles, 1979). Si bien la muestra me ha cautivado sobremanera, ha sido difícil comenzar a escribir sobre ella. Mucho. Quizás por el carácter escurridizo de sus mensajes, por la sutileza de sus aproximaciones temáticas –en extremo metafísicas. No hay en esta muestra ideas frontales o precisas; impera en todo momento la tangente, la oblicuidad del discurso.
Lo primero que sorprende es la simplicidad de su montaje. Se distingue una puerta roja apoyada sobre el suelo, y recostada contra la pared; varios dados –y otros objetos de forma geométrica – realizados en madera o metal, también colocados de manera azarosa al centro de una de las salas, sin que respondan a una lógica aparente de distribución espacial; algunas pinturas abstractas, igualmente geométricas, cuya síntesis se reduce únicamente al empleo de los matices rojo, azul y verde (una de estas pinturas está tirada al suelo, sin más); y, por último, la proyección de un video, complejo y ambiguo, pero tremendamente bello.
A todo lo anterior hay que sumar el empleo del vacío como elemento de significación. Las numerosas paredes en blanco, así como los espacios que estas propician entre las obras, convierten al recorrido en una suerte de meditación o introspección psicológica. Se percibe un raro estatismo al interior de la muestra, una sensación de impasse, como si el tiempo no avanzara, o estuviésemos detenidos en un fotograma de un misterioso filme. Algo cercano a la experiencia de los sueños.
Prueba de ello es el video exhibido, titulado Studio Agony (Revisited), del año 2015. En él se muestra una escena bien onírica: un grupo de animales (gallinas, ovejas, burros, patos, entre otros) caminan al interior de un warehouse característico de las grandes exhibiciones de arte, solo que este se encuentra a medio construir. En varios momentos de la historia, dichos animales coinciden con un hombre, el cual se desplaza lenta y discretamente, hasta terminar levitando en una postura cercana a la de un ahorcado, mientras los animales le contemplan en un diálogo de sordos signado por el absurdo y el sinsentido. Aquí las lecturas pudieran ser muy disímiles. Una de ellas estaría asociada a una crítica al propio universo del arte y sus instituciones, en especial las concernientes al arte contemporáneo. El espacio de la recepción lo ocupan aquí animales; son ellos los protagonistas de esta exótica visita en la que no aparecen, por ningún sitio, obras de arte. ¿Qué buscan estos animales? ¿Cómo han llegado hasta ese paraje? ¿Cuál es su relación con el universo humano? ¿Qué misión les ha sido encomendada? Interesantes preguntas que convierten a esta pieza en lo más genuino dentro de la exposición que nos ocupa.
Esta es una de esas muestras que hay que visitar. Para salir llenos de dudas e incertidumbres, pero hay que visitarla. El arte contemporáneo muchas veces nos angustia, nos desafía con su ambigüedad, con su hermetismo. Pero a los seres humanos nos sigue gustando lo difícil. Es algo inevitable. Ahí está Horse para demostrarlo.