Matias Duville
Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires
Una impactante topografía de asfalto apisonado con relieves y zonas llanas se extiende por la sala mayor del Centro Cultural Recoleta. La enigmática y atrayente instalación del artista argentino Matías Duville (Buenos Aires, 1974) da nombre a la exposición: Arena Parking.
Un estacionamiento de asfalto con las características de una superficie de arena y médanos. Así, el artista vuelve a poner en diálogo los términos cultura y naturaleza en una mixtura que otorga la posibilidad de que convivan o se enfrenten en un mismo cuerpo. “Me interesa lo que ve la mente cuando ve eso”, señala Duville, quien también se refiere a la instalación como “una topografía mental”. La mente reaparece cuando reflexiona sobre el conjunto de once dibujos, cuyo título es Edificio, exhibidos en otro sector de la misma sala: “Cada dibujo es como la punta de lanza de una expansión del mapa mental”. El dibujo, núcleo central de su trabajo desde el inicio de su carrera a fines de la década del 90, surge nuevamente en esta muestra y en pequeño formato. En uno de los dibujos encontramos un volcán en blanco y negro del cual parece brotar un cono curvo del que sale humo celeste; en otro, en blanco y negro, hallamos unas siluetas de palmeras (¿o fuegos artficiales?), que brotan de un fondo oscuro; en otro, vemos una esfera que parece contener un paisaje de palmeras la cual rueda por una línea descendente; en otro, también blanco y negro, aparece un pino en medio de una oscura noche cubriendo con sus ramas parte de una gran luna blanca. De esta forma, Duville traslada al plano o al espacio tridimensional ese mapa mental de motivos que caracterizan su obra, los cuales podríamos considerar simples desde lo figurativo: médanos, árboles, casas, planetas, volcanes, montañas. Pero la simpleza es sólo aparente en su trabajo porque juega con los límites entre realidad y fantasía, entre tiempo e intemporalidad, entre figura y fondo, entre cultura y naturaleza, entre movimiento e inmovilidad, entre pequeño y grande, entre sólido y líquido, entre exterior e interior. Y es en ese límite, incierto y laxo, donde sus obras alcanzan toda su potencia y fascinación. Luego de ver los dibujos volvemos a mirar la instalación Arena Parking y percibimos que, a pesar de su dimensión, es pequeña en relación con un médano, estática en relación a la arena, demasiado ondulante para un estacionamiento y que puede pertenecer a este tiempo o a un muy lejano pasado de la Tierra o a un paisaje de otro mundo. Pero aún falta la tercera obra de esta exposición, en otro sector de la sala, que es un video – Escenario, proyectil– , cuya música compuso el artista con su hermano Pablo. En el inicio, surgen en la pantalla pequeños puntos luminosos como estrellas que titilan en un cielo oscuro –tan oscuro como el asfalto de la instalación central. De pronto, aparecen relámpagos iluminando la escena y advertimos que se trata de una tormenta sobre el mar. Las imágenes del video –ralentizadas- encuentran, asimismo, su conexión con los dibujos en cuanto a cromatismo, líneas o atmósfera. No sabemos dónde sucede la tormenta o en qué tiempo, a pesar de vislumbrar unas edificaciones borrosas. Y, así, nos adentramos más y más en el mundo propuesto por el artista, un mundo tan conocido como desconocido, tan misterioso como revelador, tan lejano y tan cercano.