Milton Becerra
Arqueología de lo visible - invisible
Muchas veces, como ocurre en la plástica, se nos ofrece una narración compleja, en ocasiones anacrónica, o una síntesis que llega al minimalismo y nos obliga a imaginar lo no representado o, a la inversa, representar lo inimaginable.
Milton Becerra nos enfrenta con lo indescifrable, lo oculto, lo primitivo. Recurre a elementos y materiales orgánicos y naturales: piedra, guijarros, cáñamo, nudos y nódulos que recontextualiza. Y entremezcla para constituir con un lenguaje muy particular estructuras que juegan con la gravedad y ponen en tensión los materiales utilizados. Propone en sus obras un equilibrio entre la civilización contemporánea y los elementos más primitivos y ancestrales de la cultura humana. He tenido mucha curiosidad en ver, observar y estudiar toda la parte cultural que hemos tenido en el pasado y tratar de venir al presente con esa carga y expresarlo de una manera mucho más contemporánea; yo soy una especie de vehículo, de vínculo, de enlace con una cultura del pasado.*
Si se mira retrospectivamente la obra de Milton Becerra, encontramos que en ella existen variantes importantes que se relacionan con la memoria de la cultura precolombina, sus iconos y mitos. Omnipresentes en su obra, son abordados a través de interpretaciones y enfoques personales donde se observa que ha recurrido a distintos medios como el dibujo, ensamblajes, esculturas e instalaciones. En cuanto a los materiales utilizados, por una parte se destaca la presencia constante de la piedra y las cuerdas, así como también es recurrente el uso de los objetos encontrados, como pequeñas figuras o fragmentos de cerámica. Objetos que tienen su propia memoria, que traen consigo la existencia de un tiempo pasado, experiencias e historias que agrupando, superponiendo, se transforman en nuevas piezas, iconos modernos. Utilizo la piedra y le doy un espacio dentro del espacio; lo hago a través de la visión que yo tengo y en que me he formado, que es la de escultor; utilizo muchos medios para expresar lo que hago, pero en el fondo soy un escultor de naturaleza.*
Alumno de Rafael Soto y de Cruz Diez, con quienes trabajó entre 1974 y 1980, es uno de los artistas plásticos venezolanos más relevante de la escena artística contemporánea. Su trabajo se inserta no sólo en las coordenadas del arte universal, sino también en los nuevos lenguajes planteados por las vanguardias artísticas, como el arte cinético, el óptico, el minimalismo, el land art y las instalaciones. Viajero incansable, Becerra divide su tiempo entre Paris, Venezuela y Miami y efectúa travesías por el mundo, coleccionando piedras y objetos.
Su trabajo no sólo es forma en el espacio sino materia que se realza, enaltece y proyecta. Un diálogo de asociaciones y de oposiciones: blando- duro, objeto-sombra. Esculturas, que el artista prefiere denominar “estados de relación”, de cuidadosa elaboración, de realización lenta y trabajosa, como es el gesto del tejido. Con una mirada en la exposición realizada en la Galerie13 Jeannette Mariani, “Ale'ya”, es posible intuir, a pesar de la magnitud del espectáculo, por la manera como son presentadas las pieles, que el espacio se ha formado a partir del gesto íntimo, privado del artista; nos damos cuenta de que Becerra posee un oficio que hace del material un sumiso instrumento en sus manos. Una geometría orgánica de una labor minuciosa
donde recortar esas pieles se transforma también en un acto ritual. Además, su obra trasciende por medio de su expresión y rompe con las barreras de lo conocido para hacer de su acción algo vigente, más allá de las épocas y el tiempo. Elegí las pieles porque me transmitían ciertos códigos que a mí me interesaban, como los problemas de matar al animal, comer la carne, códigos que existen hoy día y que no se pueden dejar de lado.*
Paralelamente a su labor tridimensional, dedica sus esfuerzos a las posibilidades de la fotografía en el estudio de detalles de su obra o en las variantes compositivas de la forma en el espacio, creando un elemento más de producción estética. Lo mismo puede decirse de sus collages y dibujos, que denotan una sensibilidad que apuesta por la narración, de manera que mantienen un cierto carácter figurativo. En ellos Becerra busca sugerir una historia a partir de los objetos utilizados, de manera que, a través de ellos, atrapa una mínima fracción de tiempo, nos pone ante él para que nosotros completemos su misterio, inventemos un antes y un después. Desde su posición naturalista y abstracta, lanza los misterios centrales de su discurso artístico.
Sus obras, además de reflejar imaginación y creatividad en el uso de elementos reciclados, demuestran una significativa carga política, conocimiento científico y un urgente mensaje ecológico. “Mi moneda favorita” y “Cetros de poder” son obras que tienen relación con los cambios y situación política y económica de Venezuela. Es un trabajo como un recordatorio del pasado; la gente volvía a guardar el dinero en sus casas como lo hacían los abuelos. En los años 70, la moneda era un buen soporte.* Becerra busca incitar más preguntas que respuestas, un plano superior de contemplación sobre la naturaleza, donde él siempre ha buscado nuevas direcciones y posibles vías de evolución.
Utilizando la cuerda natural como material de predilección, crea instalaciones espectaculares que consisten en monumentales “enredos” de hilos que, tensados o a veces como una malla de trama contenedora en el espacio, perturban e interpelan − Libélula, 1986, Represa, homenaje a Gego, 1994. Estas cuerdas o hilos, de lino o cáñamo, llevados a la periferia de las instalaciones, encierran piedras u objetos que reflejan la visión y mitología personal del artista y su relación con el cosmos y lo infinito. La impresión que se tiene frente a estas obras creadas generalmente in-situ, es ambivalente: ¿están ellas protegidas por esos hilos, como en un capullo, o por el contrario, están atrapadas? Inmovilizadas, presentes y a la vez inaccesibles detrás del entrecruzamiento de hilos cuya densidad forma una cortina, las piedras aparecen como una metáfora de la memoria y del recuerdo. Son esas relaciones tan simples con la materia orgánica que hacen que la obra tenga una trascendencia diferente cuando la persona la ve.* Es por ello que cada una de las partes que conforman sus instalaciones tiene un significado preciso y una connotación exacta que nos hacen asistir a una suerte de celebración de la naturaleza y de su lectura particular.
Un algo de tótem y mucho de mitos arcaicos resuena en estos “estados de relación”, pero cada anfractuosidad, cada cascadura, está conscientemente realizada por mandato ético. Tanto cuando recurre a la verticalidad, como cuando lo hace con la horizontalidad, o como cuando incluye el color, hay un ascetismo y un simbolismo que nos dejan perplejos. Una obra permite invocar y transmitir ciertos juegos que son
sencillos y la gente de alguna manera entra en ese mundo ficticio. Porque creo que en el arte, una parte es ficción y una parte es real. La parte de la ficción es la que evoca en cada individuo un camino en su proceso de imaginación. La realidad es la que constantemente vivimos de manera cotidiana y hoy día, a través de los medios de comunicación, somos bombardeados por las cosas que suceden en el mundo; uno tiene que aislar toda esa realidad que uno percibe e ir a esa otra realidad que cada individuo busca en sí mismo.*
La suya es una obra crítica, dentro de una poética que no condesciende al lugar común ni repara en el lenguaje críptico cuando la exigencia estética así lo determina. La capacidad de Milton Becerra para cifrar en símbolo su ideología, su enorme voluntad de trabajo y su potencia estética, permiten analogías múltiples. Las referencias a civilizaciones antiguas, más allá del conocimiento que presupone, nos llevan a comparar, a añorar, como siempre, el pasado y le sirven de pretexto estético. Su obra nos obliga a estar claros en el aquí y en el ahora. En apariencia intemporal o atada más a las costumbres prehispánicas que se piensan extintas, sus instalaciones cobran vigencia y contemporaneidad.
El poderoso contenido expuesto a un solo golpe de vista y la presencia, a la vez, de lo remoto y lo actual, nos lleva a la mudez ante sus obras y resulta embarazoso no cargarlas de interpretaciones, en una época en que pareciera obligatorio explicarlo todo. ¿No es mejor el respetuoso silencio al que invitan esas piedras, cuerdas
y maderas, para que los acompañemos y los internalicemos como se hace con el arte con mayúscula? Sus “estados de relación” nos vuelcan hacia adentro, nos hacen pensar y suelen intrigarnos hasta la desesperación. Nos revelan que hay algo más que lo visible y lo perecedero.
* Entrevista con Milton Becerra, por Patricia Avena Navarro, abril 2011