Moris

Arroniz Arte Contemporáneo, Ciudad de México

Por Fernando Carabajal | junio 13, 2012

La obra presentada por Moris (Israel Meza Moreno) es un doble juego constante, una clase de glosario en torno al cotidiano de la Ciudad de México simultáneamente alterada, vulnerada, evidenciada, y cuyas zonas de riesgo o de estabilidad son cada vez menos identificables.

Moris

A partir del eje propuesto por Bandera a media asta, (una escultura ensamblada con madera, llantas usadas, una rama de árbol, una chaqueta de cuero vieja y un letrero en cartón) la muestra se desplaza centrífugamente, al igual que los carroñeros lo hacen por encima de un cadáver. El visitante se desplaza por debajo de esculturas de concreto y caucho, mientras desde los muros, esta vez más desnudos que recubiertos, se enumeran diferentes dialécticas a un solo tiempo: las pinturas son documentos, los documentos son títulos, los títulos son herramientas.

Si la experiencia de entrar en una galería puede ser breve, de acuerdo a la clase de situacionismo en lo que se ha convertido el visitar arte hoy, es en su mecanismo a contraflujo, en su poder de frenar el frenesí (valga la cacofonía), donde la obra de Moris detona y resuena, no en un sentido únicamente sensorial, sino en aquel entramado que propicia enunciados y contradicciones. Así, nos corresponsabiliza del acto y del no actuar; nos propone elegir un rol distinto cada día como en la pieza Asesino, planteada a partir de un juego de sinónimos sobre cartones, listos para colgarse del cuello cada día de la semana, al modo del ensamblaje titulado Semana 1, y de su armería detallada, artesanal.

Un tomo periodístico de nota roja se ha procesado como materia prima y como forma sintáctica de su producción, y en tal disección ha canalizado hacia distintos medios lo que el documento de “certeza social” provee a quien lo compra para leerlo o a quien sólo mira la portada sórdida sin adquirirlo. Miradas es una serie de collages que subrayan esa postura del lector y, quizá, esa impostura de la fotografía como relato: imágenes de grupos delincuenciales que una vez capturados son amplificadas y recubiertas con acrílico negro, pero no a manera de censura sino de condensación, pues la única parte sin velar se halla en los ojos expectantes del visitante, que acaba por percibirse como semejante.

Dos enunciados contrapuestos, uno construido con ramas pintadas de blanco y otro con objetos punzantes usados en delitos, generan un paréntesis en donde el espectador acaba por asumir una postura: A veces el cobarde sobrevive y Muerte a los cobardes. Y el contrapunto de la vorágine, el objeto develado poéticamente como microcosmos en el ejercicio pictórico, es Morir gallo, una tela que ha servido de redondel y cuyas huellas circunscriben la clandestinidad en las peleas de gallos y una metáfora de dicha confrontación: tiempo, violencia y muerte para sobrevivir.