Nicanor Aráoz
Daniel Abate. Buenos Aires
Nicanor Aráoz, un joven que hasta hace muy poco, con apenas un tarro de cacao y un estante roto se las ingeniaba para representar la angustia, presenta en la galería Daniel Abate una muestra dedicada a Hitchcock. El espíritu rupturista y la elocuencia perduran, pero las obras tienen un nuevo estatus, ostentan las cualidades del arte que ingresa con mayor facilidad en los museos y también en el mercado. Los pájaros (embalsamados) tienen su razón de ser, integran la obra que domina la sala y evoca la película que lleva ese título. En la década del 90 los artistas descubrieron las posibilidades visuales que brinda la imagen cinematográfica, y la tecnología facilitó el uso de fragmentos para proyectarlos sin tener en cuenta la continuidad del relato. En esta categoría figura, con seguidores cada día más numerosos, la imagen ralentizada de una película de Hitchcock, “Psycho 24 horas” de Douglas Gordon, que resulta exasperadamente lenta. Ahora, mientras la clave de la morosa obra de Gordon reside en su acentuada lentitud; Los pájaros de Araóz vuelan en sentido inverso.
El artista avanza furiosamente rápido hacia el presente, evoca el incomprensible ataque de “Los pájaros” y lo transporta al mundo de un joven de hoy. La violencia que ejercen los pája- ros es una potente metáfora, tan fuerte como la imagen de ese magma de resina poliéster que flota en el medio de la sala. En esa tridimensión innominada que se asemeja a una inmensa nube, sobresale la agudeza de un pico de ave con un pájaro ensartado. Tan surrealistas y siniestros como los de Hitchcock, “los pájaros” lo invaden todo y, sin explicación aparente, se matan entre sí. Como anunciaba Thomas Hobbes en el siglo XVII : “Lobo es el hombre para el hombre”.1
El título de la muestra, “Mocoso insolente”, le resta dramatismo a la exhibición, pero allí hay un jinete con su cuerpo desgarrado y con “la furia, la angustia y la ira” del bíblico Leviatán. La poderosa figura, un calco del artista, ostenta su piel rota y unos costurones dignos de Frankenstein. Pero el color de su piel, verde almodovariano, es llamativo, más propicio para un juguete que para ese personaje atroz. El jinete revolea una cadena con una sierra dentada en su extremo. A pesar de la ferocidad de la imagen, la curva que dibuja la cadena en el espacio, tiene la gracia que exhibe un cowboy diestro cuando arroja el lazo. Por un lado recuerda las publicidades que copiaba Richard Prince, y por otro lado, invita a evocar de inmediato el reguero de semen con forma de lazo de My lonesome cowboy, un personaje manga del japonés Takashi Murakami,2 que se pagó en Sotheby’s 15 millones de dólares y hoy es una pieza clave de nuevo Museo veneciano de Francoise Pinault. La inspiración híbrida de Aráoz, como la de Murakami, se nutre del comic, de allí surge en gran medida el carácter icónico de las obras de ambos, su elocuencia, su efectiva inmediatez. Sin embargo, la estética es absolutamente diferente: la de Aráoz hunde sus raíces más profundas en las recreaciones románticas del arte gótico, en su oscuridad y en sus excesos, mientras la inspiración de Murakami, como un flamante Warhol, se alimenta de la luminosa frivolidad de las marcas.
Entretanto, las cualidades visuales de los films de Hitchcock, sus referencias veladas a las pinturas de los Prerrafaelitas, Magritte o Hopper, o las obras de Man Ray o Dalí, continúan seduciendo e inspirando a los artistas, y sus atrapantes relatos también.
1 http://es.wikipedia.org/wiki/Thomas_Hobbes
2 http/www.takashimurakami.com