Nicola Costantino

La seducción de la violencia

Por Ana Martínez Quijano (Buenos Aires) | marzo 31, 2010

Con la fuerza de un atavismo que depara emociones intensas al imaginario del arte contemporáneo, la violencia que cruza la historia argentina pareciera resurgir en la obra de la artista Nicola Costantino. La carne, producto simbólico y generador de riqueza por excelencia en un país donde los ritos se mantienen con devoción casi religiosa, lleva la marca de la violencia y es motivo central en la obra de Costantino. La comida, el cuerpo usado como arma de seducción, el pelo y la piel humana y la carne de los animales, son temas que esconden -de modo casi subversivo y bajo un pulido lenguaje-, su especial arraigo en nuestras tradiciones bárbaras.

The Dinner, Death of Nicola No. 1 / La Cena, Muerte de Nicola No 1, 2008. Retablo. Inkjet print, 73 x 110 in. Edition 3. Impresión a chorro de tinta, 185 x 280 cm. Edición 3.

Nuestra artista no compra tubos de pintura Winsor & Newton, ni finos pinceles con pelo de visón en las casas que frecuentan sus colegas, el material para realizar sus obras lo busca en las carnicerías. De allí salen los animales que luego de un complicado proceso adquieren cualidades escultóricas o, en ocasiones, las de una joya. Atracción, revulsión y reflexión, en ese orden y en dosis que varían de acuerdo a la sensibilidad del observador, son las respuestas que suele cosechar la obra. Los Chancho Bola son esferas de metal plateado o de resina que reproducen la piel, cabeza y pezuñas de cerdos -en ocasiones nonatos- despellejados, plegados e introducidos a presión en un molde esférico hasta lograr, con un proceso de vaciado, calcos exactos del animal. Con medidas variadas, las esferas ostentan un acabado de máximo refinamiento, lucen como un must de Cartier en los espacios neutros de las salas de exhibición, y para penetrar su contenido violento es preciso observarlas en detalle. Recién entonces se pueden asociar a una de las “formas gauchas” de la muerte que describe Sarmiento, cuando señala: (...)”Enchalecaban” a sus enemigos; esto es, los cosían dentro de un retobo de cuero fresco, y los dejaban así abandonados en los campos”. No cabe duda que el amplio y monótono territorio de La Pampa resultó especialmente propicio para esparcir con criminal displicencia esos cuerpos comprimidos. Pequeños bultos en el paisaje que hoy evocan los impecables productos de Costantino.

Bárbara, la faena de la artista adquiere una sofisticación estética que envidiarían nuestros burdos antepasados. Es que no faltan antecedentes documentando el afán por la elegancia en las prácticas gauchas. Roberto Payró, en el cuento Poncho de verano, establece un cruel paralelismo entre la confección de un modelo de alta costura y el suplicio que consistía en colocarle a la víctima un cuero de vacuno fresco con el pelo hacia adentro, para que se estrechara al secarse, y causara la muerte por asfixia. “¡Lindo poncho fresco... de verano!”, exclama el verdugo, en un perverso coqueteo con la moda. En sus frisos, Costantino despliega la violencia sin rodeos, deja al descubierto un holocausto que se desliza por las tuberías: potrillos, corderos y cerdos en estado fetal, que se acumulan en los recodos. Los grupos escultóricos, calcos de animales muertos en tamaño natural, se constituyen -por su delicada apariencia y labilidad- en metáfora de las víctimas humanas. René Girard observa que el sacrificio cumple una función en la sociedad, dice que la protege de su propia violencia, la aplaca y la desvía al provocar una satisfacción parcial del instinto y, especifica: (...)”Todas las víctimas, incluso las animales, para ofrecer al apetito de violencia un alimento que le apetezca, deben semejarse a aquellas que sustituyen”. Costantino reflexiona sobre su trabajo y lo coteja con las labores rutinarias del campo argentino, donde manipulan vísceras y carnes con naturalidad y habilidad carnicera. Y es Rodolfo Kusch, autor de La seducción de la barbarie, quien le asigna a ese sentimiento, la atracción que ejerce la barbarie, el poder de sacar a luz una violencia que se vuelve negativa por ser clandestina. Justamente, en el contenido de las cañerías que cruzan la superficie de sus muros, la artista, con precisión quirúrgica, realiza cortes transversales y pone en evidencia la rutina de desembarazarse de aquello que resulta intolerable a una sociedad consumista y vanidosa. Pero suturando distancias entre civilización y barbarie, equilibra la brutalidad de la imagen con las líneas puras de la arquitectura. Las elegantes curvas y el diseño de los caños destinados a proveer confort, otorgan a la obra una belleza ornamental que refleja la obsesión estetizante de nuestra época. El color neutro de la pared coincide con el matiz de la muerte, es pálido como los nonatos replegados unos junto a otros en su tumba de resina sintética. La muerte está también presente en la serie de máquinas que replican los movimientos de unos potrillos, que se mueven como fantasmas. La carne ha desaparecido, sólo queda el movimiento abstraído. Lo aberrante, lo ominoso, enmascarado bajo una apariencia bella, engendra formas que aúnan lo que se plantea como antagónico: la civilización y la barbarie no se presentan en las obras como una disyuntiva, sino que se resuelven en un todo.

* Sofisticación y barbarie

En los objetos e instalaciones coinciden la atracción que provoca la sofisticada elaboración y la repulsión que inspira el material que utiliza la artista: animales muertos, pelo humano y el calco de la piel humana. Elegantes vestidos, chaquetas, pantalones y accesorios de silicona con impresiones en relieve, fascinan por su valor ornamental y lucen como productos de consumo de alto vuelo. Las modelos que visten su ropa transmiten cierta excitación, exhiben el llamado “nervio del tiempo”.
La mayor sensualidad la alcanza un pequeño corset con dos tetillas impresas en el sitio exacto que corresponde a los pezones. La ubicación de las tetillas tensa el límite entre el cuerpo que se adivina y el vestido que lo revela, exalta la voluptuosidad de ambos y los carga de erotismo. Es un trompe l’oeil, el juego de una hechicera. En sus suntuosos embalajes para animales muertos, o en la cadena de pollos, que insertando unos en otros dentro de sus orificios naturales recrea un modelo de Gucci, se reitera la trampa: el encanto de la apariencia encubre el contenido violento. Pero a todo lo fatuo que ostenta esta obra se contrapone un intenso significado: su sentido oscuro y oculto.

El arte de Costantino se puede ver como una crítica al consumismo, aunque de ser así, se trata de una crítica embozada. La artista participa del sistema, construye su obra en las propias entrañas del sistema, utiliza las mismas herramientas y manipula la apariencia que suscita el deseo. Conoce los más íntimos secretos de la cultura del consumo. Savon de corp, una serie de 100 jabones con forma de torso dentro de unas bonitas jaboneras, se presenta acompañada por el slogan publicitario: “Prends ton bain avec moi”, (Báñate conmigo). La cuestión, más allá de las glamorosas imágenes que acompañan la obra, es la aberración del contenido: los jabones están elaborados con un porcentaje de grasa humana, con el tejido adiposo de la artista, que se sometió a una cirugía plástica (liposucción) para realizarlos.

Al igual que Bret Easton Ellis, autor de la novela American Psycho, quien relata la historia de un asesino serial fanático de las marcas, Costantino establece una inquietante relación entre la desenfrenada incitación al consumo y la violencia, denuncia la esquizofrenia que provoca el doble mensaje de estetización y deshumanización. El escritor contribuye a interpretar el status de los objetos de Costantino, que por un lado bien pueden engrosar la lista de productos que satisfacen a los consumidores top, pero que además son sustitutos de una satisfacción vital, honda y fatalmente enraizada en la barbarie.

*Teatralidad

En los últimos años, como una actriz consumada, Costantino ha encarnado distintos personajes del mundo del arte y ha posado para sus autorretratos. Dueña de una versatilidad que la convierte en excelente intérprete de diversos prototipos psicológicos, la artista se apropia de los personajes de Man Ray, se convierte en la misteriosa Gloria Swanson de Edward Steichen, en la Ofelia muerta y en la jovencita expectante que pinta el alemán Gerhard Richter. Es La mujer del sweater rojo, del argentino Antonio Berni, ensimismada y melancólica con la cabeza apoyada sobre su mano, ajena al mundo que la rodea, y, también, es Nicola, desdoblándose con su fantasía sangrienta en la trilogía que retrata su muerte.
La cena es la fotografía y el video de una performance. La imagen, que se abre como un retablo y descubre el cuerpo desnudo de Costantino sobre una bandeja, está llena de resonancias pictóricas del pasado. Esa figura yacente, iluminada como un Vermeer y utilizada como encarnación y metáfora del arte, se abre a las más diversas interpretaciones, desde el sacrificio hasta el halago de los sentidos.