Nicolás Lobo

Purple-Goo, Miami

Por Gean Moreno | octubre 24, 2013

El primero de agosto, el artista Nicolás Lobo y el desarrollador de software Dylan Romer lanzaron Purple-Goo, una aplicación para Iphone y Ipad que prolonga sonidos. La misma permite que los usuarios extiendan la duración de una canción 100 mil veces.

Nicolás Lobo

Es sorprendente como una balada pop de tres minutos puede prolongarse y convertirse en una pieza musical pegajosa que perdura varios días, una especie de zumbido infinito, de reconfortantes gárgaras que se funden y perforan la definición del sentido común sobre la música. La “app” permite esta manipulación del sonido mediante la prolongación de archivos digitales. Es una intensificación y actualización de los procesos análogos que caracterizaron a la técnica chopped-and-screwed para mezclar pistas de hip hop inventada por DJ Screw en los años 90, y que se aplicó específicamente en la ciudad de Houston. Se atenúa el tempo de las canciones de ese género para simular la densidad y viscosidad ̶ y emular la euforia ̶ del “purple drank”, una mezcla de jarabe para la tos conteniendo codeína y prometazina con una bebida gaseosa, la droga que eligen los que escuchan y producen las mezclas.

Lobo, quien siempre ha mostrado interés por las subculturas musicales y el potencial para afectarnos que tiene la distorsión del sonido, suele incluir canciones alargadas como componentes de audio de sus esculturas y proyectos.

La aplicación Purple-Goo facilita el manejo de audio a través de un teléfono móvil y permite que entusiastas y adolescentes aburridos produzcan música.

Además de arrebatarles el control a los productores profesionales, lo que resulta interesante de Purple-Goo es que indica un cambio exponencial en la producción artística. La aplicación fue creada y funciona fuera de los confines del mundo artístico formal y de sus numerosísimas instituciones.

El “estudio” se encuentra ahora en la frontera entre múltiples campos. También representa la porosidad, la apertura de las fronteras. Esto marca un cambio ̶ uno categórico, según creo ̶ en cuanto a los artistas que coquetean con esferas de la cultura y la industria cercanas; artistas que hacen impresiones para Hugo Boss o diseños a pedido para BMW, o hacen películas. Esta nueva categoría de artistas, si es que lo siguen siendo, asume una movilidad que es irrevocable de un modo diferente. No existe un sitio cerrado o establecido para producir arte, física o conceptualmente (como suele ser para los que practican la estética situacional y post-estudio) al que se pueda regresar luego de incursionar en otros campos. Aquí, todo es inestable, “la práctica del arte” se inventa a sí misma a medida que se va desarrollando, tal vez aun perdiendo por el camino aquello que se supone que el término “arte” reviste y protege. Más que un sitio físico, el “estudio” representa una serie de oportunidades para modular los flujos contemporáneos.

Ésta no es la primera vez que Lobo se mueve fuera de las fronteras preestablecidas de la producción de arte, complicando la definición de los límites de lo que puede considerarse su obra artística. El año pasado formó parte de un equipo cuya tarea era diseñar un algoritmo de ordenamiento para las montañas de datos de reconocimiento facial que se registran diariamente. Fue un proyecto desarrollado con el auspicio de la aterradora DARPA (Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa), el ala de experimentos, el frente de vanguardia del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Se toma conciencia de esto, según creo, siguiendo el rastro de una gran cantidad de preguntas agudas y engorrosas relativas a las ideas políticas de este “artista” versátil que se está convirtiendo en un prototipo como resultado de sus excursiones fuera de los confines del arte tradicional. Y estas preguntas reflejan un problema mayor: cómo pueden los artistas seguir siendo fuerzas críticas relevantes en un mundo como el actual, en el cual los sitios de producción cultural parecen limitarse a ser solamente campos de pruebas para los innovadores modos de depredación que el capitalismo tardío genera constantemente.