Optimismo Radical, 2
Josée Bienvenu, New York
Como la primera exposición del mismo nombre, que pudimos ver en 2010, y con la que ésta comparte un espíritu contradictoriamente paradójico, la muestra inicia con una serie de graffiti que dirigen a la entrada de la galería.
Como en aquella ocasión, una peculiar sensación de estar ante algo que no concuerda – las palabras optimismo y radical no parecen funcionar bien juntas − nos embarga.
Una vez en la galería las cosas siguen sin centrarse; hay algo patente que no acaba de materializarse. Un cierto compromiso político y social se desprende de la sobriedad de un conjunto de obras de apariencia formalista, geométrica y serenamente abstracta. Algo meditativo flota entre todas ellas. Desde la Eight ways for dividing in half (2011), una serie de ocho composiciones de aceite de motor sobre papel del guatemalteco Darío Escobar; una pintura que referencia la tradición de la abstracción geométrica de Alejandro Corujeira; los papeles donde Fidel Sclavo parece reinventar un alfabeto abstracto a través de pequeñas intervenciones; o las excepcionales pinturas de Benjamin Appel, Möbel und Schranken (2011). El artista alemán, el único no latinoamericano junto con Philomene Pirecki, parece comprometido con lo frágil y lo no espectacular. Mediante elementos matéricos más propios de la escultura, sus composiciones geométricas abstractas a base de capas de color develan un contenido más allá de lo mostrado. De modo similar, tanto las pinturas como las composiciones fotográficas de Pirecki – que toman el carácter de instalación en la galería − utilizan pequeños gestos para modificar coordenadas temporales y espaciales, cuestionando la noción de una representación que sea definitiva. Así parece pintar y repintar sus cuadros, o utilizar obras antiguas para configurar nuevas — como en Equivalence (Zinc) (2011) donde la fotografía de una plancha metálica es enfrentada a una plancha real colocada sobre una obra descartada de unos años atrás.
Pero quizá donde se haga más patente – pero no de forma menos delicada − el compromiso social de la propuesta sea en los magníficos dibujos de Johanna Calle o en la pintura de Ricardo Alcaide. Las piezas de Calle, centrada desde hace una década en el dibujo, parecen aludir mediante alambres, grafito y tinta en sutil equilibrio, a estructuras –sociales, urbanísticas, lingüísticas y habitacionales. También Alcaide, interesado en la relación entre el movimiento modernista latinoamericano y la arquitectura vernácula mundial, se mueve entre lo poético y lo político. En Hide nº 45 (2011), perteneciente a una serie donde investiga la noción del refugio, se basa en estructuras temporales construidas por los vagabundos, generando una enigmática imagen multifacética que parece flotar entre lo real y lo factible.
Finalmente, los libros plegados de Marco Rountree y las irónicas fotografías de Miguel Mitlag remiten al sutil humor de la primera parte de la muestra. En The Black Pill, Sr. (2010) o Minilab (2010), donde elementos convencionales pero abstractos son colocados metódicamente sobre fondos de color brillante y congelados por la toma fotográfica, Mitlag construye una narrativa que parece escaparse y pertenecer a otro momento de la historia –difuminando los límites entre la ciencia y la ficción.