Patricia y Juan Ruiz-Healy: Colección de arte contemporáneo de Oaxaca
Instituto de Cultura de México
Coleccionar arte hoy en día implica un modo de diálogo entre el propio imaginario y el de las obras que se escogen como propias. Es decir, un puente hacia modos de iconografía colectiva. Patricia y Juan Ruiz Healy lo tuvieron bien claro en el primer momento que un Rufino Tamayo cayó en sus manos. Desde 1980 se han dedicado a coleccionar arte mexicano. Su punto de partida: los creadores que han tenido su orígen en lo que se ha venido a llamar la escuela de Oaxaca. Los que de alguna forma, han seguido la tradición del gran maestro que hiciera de su erotismo, instinto y expresividad, un aporte –paralelo, y no obstante divergente del de Rivera, Orozco o Siqueiros – esencial para la historia del arte mexicano en el siglo XX.
Si partimos que el pintor que declaró “un verdadero artista es el que sobrevive a su estilo”, y que nunca tuvo descendientes de su amor con la pianista Olga Flores, la muestra perfectamente podría titularse: Testimonio y obra de los hijos de Tamayo. Y si bien esta línea de descendencia no implica ni obediencia ni copia al padre, se observan características que sugieren un homenaje en temas como el Bodegón I en Jesús Urbieta , donde las sandías o zanahorias del huerto se alternan con peces o cangrejos de mar, en una composición superpuesta y colorista. O en los collages tan deliberadamente simples como emotivos que Rodolfo Morales muestra en una serie de mujeres representadas con rellenos de encajes de puntilla sobre el cuerpo, creando una suerte de atmósfera naïf sobre sus vidas cotidianas.
En una línea quizás más influenciada por Paul Klee y su relación con el cosmos y el mundo de la noche, se distinguen tres artistas: Rubén Leyva, Victor Chaca, y Sergio Hernández . De este último, una de las piezas que a mi entender hacen más honor al movimiento en sí y elevan la muestra es Juguetes y Fantasmas,1993. Se trata de una obra de diálogo entre los objetos recreativos infantiles - principalmente aviones y caballos de cartón- que se contrapone a una hilera de fantasmas negros dirigidos hacia un soñador omitido en el lienzo. En la otra orilla, más ligado al surrealismo, hay que destacar la pieza de Cecilio Sánchez Sintiendo la música, 1992, por la transformación sinfónica de su particular bestiario de animales marinos, aves y primates. Y las telas más ligadas a lo matérico y a la figuración popular, respectivamente, de José Villalobos Tierra Colorada, 1998, y del artista de origen japonés pero muy ligado a México, Shinzanburo Takeda con Tierra del Lagarto III, 2006.
Y como en toda familia siempre existen los hijos preferidos, escojo para el final a un discípulo que comparte la gestualidad del Matta o Lam más expresionistas, sólo que añade aún más matíces y un relato distinto a sus figuras: Alejandro Santiago. Así se aprecia en una serie, ligada al mundo de la inmigración, a través del paso fronterizo por EE.UU: Coyote encuentra un zapato,1994. Para finalizar, destaco también la ecuánime, pero representativa muestra de algunos grabados y el gouache del reconocido artista Francisco Toledo, a quien Tamayo le dejó sus pinceles en París, antes de regresar a las tierras oaxaqueñas: El Mono y el Cangrejo, 1984, obra referida a dos metáforas conectadas a este origen sobre la habilidad y la lentitud del tiempo.