Patrick Hamilton /Group Show
Paço das Artes São Paulo
Una historia que se relata con frecuencia es que los Nazis confiscaron oro durante su persecución de los judíos en la Alemania de la década de 1930 y luego desviaron esa acumulación de riquezas hacia Suramérica, ocultando el valioso metal dentro de repuestos para tractores y aun en submarinos que iban en camino a países como Chile. Los tractores eran fabricados por Heinrich Lanz AG y los submarinos llevaban la marca U-Boot.
Patrick Hamilton, artista chileno que se encuentra presentando una muestra individual en el Paço das Artes en San Pablo, cree en esta historia, o simula pensar que es verídica para ridiculizarla en sus instalaciones y dibujos. Crea diferentes repuestos para tractores, pistones y piezas por el estilo, bañadas en oro como si se tratase de un sólido metal precioso, mientras denuncia al mismo tiempo su capa de brillo superficial, un ready-made falso que a primera vista puede despistar al ojo para enseguida causar una honda decepción.
El artista parece tener esta visión de la historia, en especial en el contexto de su Chile natal, donde la verdad no siempre es algo seguro y puede venir envuelta en leyendas y cuentos de hadas, ya sean truculentos o no. También presenta una réplica de un submarino reproduciendo hasta su más mínimo detalle, todo en oro o enchapado en oro, para ilustrar con dosis exageradas de ironía lo que se convierte en un souvenir decorativo. Reduce el dolor y la difícil situación históricos a una pieza para ser expuesta en la repisa de la chimenea hogareña, arrojando luz sobre las injusticias del pasado escondidas baja la alfombra o condensadas en inútiles trofeos.
Va un paso más allá y retira la swastika de la bandera nazi, transformándola en un diseño insulso que estampa sobre las paredes. Se convierten en un empapelado inocente, casi neutro, pero continúan siendo un extraño recordatorio de algo que falta. Un video proyectado al final de un largo corredor oscuro muestra un submarino, tal vez cargado con oro, sumergiéndose bajo el agua, una línea que divide el mar y el cielo en el punto en que la proyección toca el piso, acercando lo más posible la experiencia de la inmersión al espectador.
En la obra de Hamilton, Chile podría así llegar a representar la realidad difusa y los lazos poco firmes que vinculan a los países de América Latina, una idea o concepto más abstracto que real que aparece con fuerza arrolladora en la obra de otros artistas presentes en una muestra colectiva que se exhibe paralelamente a la exposición de Hamilton.
El artista colombiano Alberto Baraya filma un río al que se le está disparando con armas de fuego, lanzando balas dentro de una corriente que de otro modo sería plácida. La suya es una reflexión sobre las perturbaciones a menudo violentas que pasan desapercibidas en contextos ya sumidos en disturbios. La misma estrategia de esconder bajo la superficie aparece en la obra de Jota Castro, de Perú, y en la de Alexander Apóstol, de Venezuela.
Castro disimula un discurso beligerante envolviéndolo en un aria interpretada por un cantante de ópera. Habla de mafiosos, de capos de la droga y barones de la corrupción en un rutilante escenario barroco, con marcos y muebles rococó por doquier. El discurso violento se transforma en un canto sin sentido para los oídos domesticados. Lo mismo ocurre con la pieza de Apóstol, en la que travestis de Caracas miran hacia la cámara y afirman ser artistas como Jesús Soto, Armando Reverón y otros nombres insignes de la cultura latinoamericana.
Teresa Margolles mezcla las relaciones de género con una metáfora de una cultura avasallada o un potencial económico atrofiado en la región. Un hombre desnudo se encuentra empapado en agua fría, encogiéndose indefenso mientras mantiene la pose de una fuerte deidad masculina. O mejor aun, la imagen de una flor marchita en lugar de un vigoroso semental.