Roberto Huarcaya
Dina Mitrani, Miami
El fotógrafo peruano Roberto Huarcaya (Lima, 1959) es de los artistas que usan la cámara como un instrumento cogitativo y analítico, captando y exponiendo la realidad de modo que nos hace descubrir aspectos de esta en los que usual mente no reparamos. Dina Mitrani Gallery ofrece la primera muestra personal de Huarcaya en Miami, compuesta por una colección de fotos nunca vistas en los Estados Unidos, que fueron exhibidas en París durante el Mois de la Foto 2010, y son parte de dos series diferentes: una recrea obras icónicas del Renacimiento usando modelos y ambientes propios del Perú y la otra está compuesta por panorámicos paisajes marinos en gran formato.
La primera serie va más allá del aparente juego con el arte sobre arte y las regresiones estilísticas que el Posmodernismo puso de moda hace ya un par de decenios, fustigadas por Frederic Jameson como expresión de una “conciencia esquizofrénica”. Huarcaya reinventa estas piezas clásicas de la cultura visual europea con la aparente intención de relativizar esos valores culturales supuestamente eternos y absolutos, reencarnando sus composiciones pero sustituyendo el aura pictórica por la reproducción fotográfica y sus originales personajes franceses, italianos u holandeses por personas reales cuya ascendencia étnica los ubica más cerca de los Andes que del Cáucaso. Sin embargo las imágenes, lejos de resultar grotescas o burlo- nas, poseen una extraña belleza plástica que potencia aún más la fuerza de la reflexión socio-cultural que lleva implícita. Algunas escenas exquisitamente montadas como la de Frecia y Samy, de Iquitos, representando a Gabrielle D’Estrees et sa soeur, luego de identificar instantáneamente la obra original, sobreviene una suerte de extrañamiento lúdico ante la sustitución de los rosados pezones franceses por oscuros y ubérrimos pezones peruanos, al fondo transcurre una escena doméstica en un patio tropical que contrasta vivamente con los finos cortinajes que le sirven de marco. Por su parte el joven de Chorrillos, personificando al Narciso de Caravaggio logra emular las sutilezas de las atmósferas y claroscuros de la pintura tenebrista, y la Gioconda Jendy, de Puno, viste una blusa tradicional con pechera de vibrantes colores que flotan sobre el fondo de medio tonos crepusculares, mientras conectan como un puente las manos y el rostro cobrizos de la modelo.
La escala y la atmósfera gigantes de las marinas conllevan reflexiones de índole más filosófica: en ellas casi se escucha el rugido del océano Pacífico y el murmullo de sus metáforas: una luna llena que la resaca dejó sobre la arena, el barco velero encallado en la playa y las playas pública y privada divididas por una línea y un contraste visibles parecen la sinécdoque de un planeta que expresa su malestar mediante códigos no tan secretos.