Rosario Bond
Adler - Paris
Ser libre, para un artista, es digerir poco a poco las influencias, estar abierto al mundo pero sordo a las sirenas de la moda, con el fin de alcanzar su verdad. Es lo que muestra la exposición “Wishful Thinking “, de la artista Rosario Bond República Dominicana en la galería Adler, Paris. Con el aporte curatorial de Milagros Bello, la muestra comprende, de una parte, lo más destacado de su obra previa en una selección de importantes trabajos que enmarcan parte de su trayectoria como artista, e incluye una mirada al desarrollo formal y temático que ha depurado desde la década de 1980 hasta el presente.
Bond encuentra su verdadero lenguaje: materia torturada, pincelada violenta, suntuosidad de colores. Llenas de formas vagas, impacientes, seductoras, a veces reconocibles y perfectamente dominadas, sus obras constituyen un acontecimiento de lo afectivo, lo perceptivo y lo reflexivo. La visión de la artista llega aquí a la síntesis de su propia experiencia creadora manifestada en encuentros plásticos desprovistos de toda retórica.
Al desandar los caminos de esta pintora es inevitable hablar de la conexión artística entre Bond y el neoexpresionismo. En sus telas se siente la ascendencia de Lüpertz, de Polke, más en la aplicación del color con intensos contrastes cromáticos que en las sutiles distorsiones de su dibujo. Recurre a la pincelada gestual, gruesa; su paleta busca la acidez combinatoria, así como los contrastes de tonos fríos y cálidos, y en otras ocasiones explota las gradaciones de un color. La simplicidad de los fondos es intencional, solo se detiene en unos pocos elementos que denotan los entornos para intensificar el contraste fondo/figura. En su obra, la mancha y el color apa- recen como estrategias discursivas cuasi expresionistas que vinculan la obra a lo inconsciente.
Bond trabaja como la guía de una expedición fantástica, presentando ante nosotros sus grandes telas como recorridos por una zona sutil e íntima que incita a la contemplación. Sus composiciones se caracterizan por las fuertes tonalidades monocromas de fondo, las que aportan a la obra un
matiz sensible que precisa la impronta del artista, donde el vocabulario, discreto, deja lugar a motivos puramente líricos, con colores prismáticos, impresos subjetivamente por dinámicas pinceladas. Un cuadro de Bond es en primer lugar un espacio de trabajo, donde deja aflorar como en la serie “All my friends”, a través de la repetición insistente de capas sobre capas de pintura, el film de una construcción abierta. Los colores se entrelazan sin sacrificar ninguno. Complejidad y multiplicidad de fuentes ico- nográficas participan en la obra. La artista se adueña de los recuerdos de infancia, de la vida cotidiana, donde realidad y ficción de esa mitología inventada se frecuentan libremente. Líneas y color danzan sobre la superficie, presentando una animada colección de formas definidas por los rojos, ocres, verdes y violetas. Colocando capas de pigmento que se filtran y flu- yen sobre la superficie, crea una expresión táctil y extraordinariamente evocadora. Sus obras permiten interpretaciones infinitas, son espacios, en los que el espectador participa sen- sorialmente y emocionalmente.
Esta caligrafía seminal deja un sentimiento de una gran ligereza, donde los motivos oníricos son atraídos y aprisionados por ese fondo. El juego en tensión de los dos elementos, el estatismo del fondo opuesto a las enérgicas pinceladas empastadas de color, hacen emerger con vibración el movimiento creado por el paso del pincel, dejando ver el gesto, la huella vigorosa de su intervención. Dinámica y poderosa, entre la figuración y la abstracción, su obra parece súbitamente unificarse en lienzos donde se distin- gue en primer lugar, una abundancia de materia de donde se extrae poco a poco el motivo: un rostro Brigitte, flores Le jardin aux fleurs, un mono The monkey see-monkey do. Grumos, manchas, derrames, cada accidente provocado es instintivamente recuperado, metamorfoseado en un ballet cósmi- co. Más allá de la forma humana, de las naturalezas muertas y de los paisajes, que le han servido de punto de partida, es la energía que preludia a toda forma de vida y cada una de sus composiciones estalla e irradia.
Usando colores vivos pero elegantes, combinándolos con gran maestría, Bond, logra construir refinadas tensiones y armonías. Una pintura abstracta de fuerzas y energías enormes que no obligan a “ver” / “leer” una historia, sólo crean verdaderas complicidades. La pintura abstracta parece que aún tiene cosas para mostrar. Docere, Movere, Delectare enseñar, emocionar, agradar es, según Horacio, todo lo que debemos exigir del arte.