Santiago Cárdenas
Freites, Caracas
La primera aproximación a la obra de Santiago Cárdenas (Colombia, 1937) la tuvimos en Bogotá –movidos por una nota de Galaor Carbonell.
En el desarrollo de su trabajo hemos visto ganchos, juegos con espejos, pizarras y demás objetos, en espacios neutros y con colores, casi monocromos. Los tonos grises y blancos; así como, la uniformidad de la superficie hacían pensar que se trataba de un pintor nórdico –que manejaba matices, que iban desde diversas calidades de blancos a grises.
Tiempo después conocimos al artista que descolla por su humildad y discreción –que contrasta con esos artistas que exhalan un divismo, que muchas veces no les corresponde. Cárdenas, formado en EUA, nunca dejó de ser colombiano. Alumno de Rosenquist y de Wesselmann, tuvo como condiscípulos a Richard Serra, Chuck Close, Nancy Graves, Janet Fish y Jennifer Bartlett. Nadie es poca cosa. Pero Cárdenas prefiere regresar a su país y desarrollar allí su trabajo.
En todo este tiempo nos hemos asombrado por cada etapa que le fuimos conociendo. Hubo una fase –de profundo color e influencia matissiana-, que nos confundió y que devino en otra momento muy superior, en la que el hiperrealismo se confundía con un expresionismo de fondo – ahí Cárdenas demostró que también era un maestro del color. Partiendo, en sus inicios, del pop art, Matisse y los clásicos flamencos nuestro artista se inserta en la marcada influencia de la figuración colombiana, de su tiempo.
En esta muestra de su obra reciente, en Caracas, la primera mirada es de asombro. El oficio de Cárdenas se ha exacerbado. Es tan impecable la pintura que parece decirnos que si no altera, no merece la pena mi pintura. Son composiciones impecables, sombras perfectas. Todas con un aura de misterio. Pizarras desmemoriadas con ideas lejanas. O una flor, una simple flor, quizás levitando, gritando su soledad y belleza para que la admiren. Pero el pensamiento comienza con la vacilación. Y las dudas deben aumentar con la edad. Porque lo único que sabemos es que casi no nos quedan certezas. Las pizarras –como los demás objetos-, pueden dejarnos asombrados. No hay personajes, solo sus huellas. Y esta se percibe en las cosas que el hombre utiliza más no concientiza.
Durante más de cuarenta años Cárdenas ha pasado por muchas etapas, en un proceso de permanente búsqueda. Al final de su carrera quiere volver a sus inicios. Puede haber diferencias en el trazo. Pero hay un conocimiento profundo del manejo de las técnicas. Estas no tienen secreto para el artista. Se acabaron las incursiones de color. Vuelve a los orígenes. Dice que tiene la fuerza mental, más no la fuerza física. Y que si bien antes pasaba dieciséis horas en el taller, hoy no resiste más de seis. También que ahora no le importa la crítica –que era muy feroz en Colombia y en USA, en décadas pasadas. ¿Cual será la razón para que un maestro que ha demostrado que es capaz –a lo largo de su dilatada trayectoria-, de innovar e innovarse, volver a revisarse en sus inicios? ¿Es que la madurez nos hace ser más reflexivos? Esas preguntas no le corresponden al crítico. El artista quizás no lo sepa. Dejamos esa incógnita al espectador, ya suficientemente perturbado.