Villa Datris, Isle-Sur-La Sorgue

Por Patricia Avena Navarro | noviembre 23, 2012

La apertura de un espacio dedicado a la escultura es un acontecimiento bastante raro en Francia. La decisión de Daniele Marcovici y Fourtine Tristán de crear en Isle-sur-la-Sorgue, cerca de Avignon, una fundación especializada en la escultura contemporánea, en la diversidad y la evolución de este medio artístico cuya riqueza se corresponde con su multiplicidad, fue recibida con beneplácito.

Villa Datris, Isle-Sur-La Sorgue

Para dar cabida a la colección y las exposiciones temporales, un extenso trabajo de transformación se realizó en un hotel provenzal del siglo XIX, la Villa Datris, para hacer de él "un lugar único y mágico", habitado por sus esculturas.

Inaugurado en 2011, este año la Villa Datris presenta "Luz y Movimiento". La exposición reúne a unos cincuenta artistas franceses e internacionales y explora a partir de una selección de obras, los diferentes aspectos de los dos grandes movimientos del siglo XX: el arte cinético y el arte óptico. Todos los espacios de la villa, los jardines y las salas de exposición, se llenan de vida con los ritmos de las 85 obras, una selección

que entrelaza obras históricas a la de jóvenes artistas en pos de una gran libertad poética y formal. La muestra, atractiva, sorprendente y ecléctica, interactiva, participativa y lúdica, supone un diálogo íntimo, una conversación entre artistas vivos y muertos.

En 1955, los artistas cinéticos declaran inseparables el universo artístico y el mundo científico. Sus búsquedas se organizan alrededor de los fenómenos ópticos, de las máquinas, de los juegos de luz y sonido. Este arte, llamado “de movimiento” engloba dos tendencias muy próximas, el arte cinético y el Op Art a veces confundibles porque comparten la misma herencia. Los cinéticos trabajan sobre el espacio y la luz, orientan su investigación hacia el movimiento para liberar la obra, tanto física como simbólicamente. Y otros buscan, por medio de los fenómenos de la óptica y los efectos lumícos, restaurar el carácter inestable, cambiante, de un mundo al que se consideraba anteriormente fijo e inmutable. Diez años más tarde −en 1965− el término Op Art se impone en Europa y competirá con el arte cinético. El nombre, que proviene de la abreviación de la frase "Optical Art", nace en Inglaterra para designar el trabajo centrado en los juegos ópticos. Sin embargo, como su nombre lo indica, a diferencia del cinetismo, los efectos de ilusión producidos por la obra del Op Art son estrictamente virtuales, sólo registrados en la superficie de la retina. El ojo es el motor de la obra, donde estos requisitos visuales sitúan el cuerpo del espectador en una posición inestable, entre el placer y el displacer, inmersa en una sensación de mareo próxima a un estado de ligera embriaguez.

La exposición es un recorrido por la historia del arte óptico y cinético, cuyas obras ilustran el tema del movimiento y la luz que Tinguely definió con la frase "lo único estable es el movimiento en todas partes y siempre". Ya sea un movimiento real creado por un motor o por la luz o un movimiento virtual creado por la ilusión óptica, todas las esculturas que se exhiben implican la participación del público invitado a formar parte integrante de la obra y a jugar con ella. Así, están expuestos los testigos de esos años en que cada uno de ellos quería encontrar una verdad pictórica a través del movimiento y la luz, creando el arte cinético y óptico en todas sus formas de expresión. Con una selección que agrupa el trabajo de Alexander Calder, Jean Tinguely y Nicolas Schöffer, entre otros, la muestra, propone explorar estas dos vías y otorga una consideración preferente a los grandes maestros del cinetismo latinoamericano: Le Parc, Cruz Diez, Soto, a través de obras que muestran la fuerza retinal del arte cinético y sus enriquecedores trompe l’oeil, junto a la de jóvenes artistas latinoamericanos − Santiago Torres, Iván Navarro, Jaildo Marinho.

Las diferentes salas reciben al visitante, que se enfrenta con una explosión de color y movimiento emergente de las obras cinéticas, cuyos procesos de creación, de método científico o completamente ligadas a la intuición llevan al espectador, por un instante, solamente, a “ver”; tal el caso de las cajas lumínicas de Martha Boto, Hugo Demarco, Hans Kotter, Gregorio Vardanega, Francis Guerrier, Alain Le Boucher, Miguel Chevalier, Nicolas Schöffer, Gabriel Sobin; los neones de Iván Navarro, François Morellet, Roger Vilder, Ben, Laurent Baude, Chul Hyun Ahn y los móviles de Alexander Calder, Jean Tinguely, Roger Vilder, Daniel Grobet, Philippe Hiquily, Manuel Mérida, Susumu Shingu, Gabriel Sobin y François Weil, entre otros. A la salida de las salas, se descubre una gran escultura en resina de Jaildo Marinho, de carácter arquitectónico, de volúmenes y estructuras a fuerza del vacío, juega un papel relevante en los jardines de la villa. De cuidadosa elaboración, presentadas con colores tímbricos, de realización lenta y trabajosa, las esculturas dialogan con libre albedrío. En continua transformación, fruto de una desbordante imaginación, desaparecen y reaparecen frente a los ojos del espectador.

Lo interesante de esta exposición es que el espacio de la Villa Datris, transformado en espacio lúdico poblado de móviles y cajas lumínicas, capta la atención del visitante y sugiere un paseo delirante a través de memorias infantiles. Cinetismo y transparencia, plexiglas y metal, así se presentan, como una metáfora de formas modulares que responden a una verdadera genealogía de la geometría.