Wifredo Lam: O la modernidad transcontinental. Centre Georges Pompidou, París
La escenografía de la exposición marca las diferentes etapas del largo viaje que fue su vida y revela a la par los múltiples rumbos de su obra.
En la continuación lógica de la nueva presentación de su colección de arte moderno que terminó a principios del año, Modernités plurielles (Modernidades plurales), muestra que se proponía mirar la modernidad artística a través de un prisma geográfico que fuera más allá de la clásica visión euro-centrista, el Pompidou inauguró el mes pasado la primera retrospectiva de la obra del artista Wilfredo Lam (Cuba, 1902 -1982). Con esta exposición, intentamos “pensar de otra manera las cuestiones estéticas y éticas de la modernidad”, señala Bernard Blistène, el director de la institución.
Dividida en cinco secciones cronológicas, la escenografía de la exposición marca las diferentes etapas del largo viaje que fue su vida y revela a la par los múltiples rumbos de su obra. Unas 300 obras (grabados, pinturas, dibujos, cerámica, etc.), muchas fotografías así como otros documentos de archivo documentan sus caminos de vida, sus encuentros y sus investigaciones plásticas. Luego de una formación académica en su isla natal y gracias a una beca del estado cubano – que pronto le seria retirada, ya que rápidamente el joven Lam se orienta hacia nuevas investigaciones –, se va a Madrid para estudiar en la Academia de Bellas Artes. Sus inicios españoles (1923-1938) están marcados por la pintura de maestros clásicos cuyas obras pudo observar en el Museo del Prado. Luego, al completar su aprendizaje, se nutre de las vanguardias con las obras de Gauguin, Gris, Miro, Picasso o Matisse, entre otros. La curadora Catherine David resume el periodo en la metrópoli española: “si hubiera muerto en la guerra civil a la que participó en los rangos republicanos, hoy quedarían sin duda el nombre y la memoria de un joven pintor desigual pero prometedor”.
Huye de la España franquista para refugiarse en Paris. Alli, las relaciones que entretuvo con el surrealismo y el cubismo moldearon sus intenciones artísticas. Descubre la estatuaria africana, recuperada por las vanguardias europeas, en el Musée de l’Homme y en el taller de Picasso. Las caras de sus personajes se vuelven mascaras geométricas para expresar con intensidad sus dramas personales (el exilio asi como la muerte de su esposa y de su hijo).
En 1940, se ve en la obligación de exiliarse – otra vez – en Marsella donde se reúne con André Breton y los surrealistas. Con ellos participa en la realización de obras colectivas y a ciertas prácticas automáticas: la segunda sección de la exposición presenta unos cadáveres exquisitos sobre papel muy bellos y otros dibujos a la tinta con figuritas hibridas. El erotismo y la monstruosidad manifiestan una liberación mental y formal a la que aspira Lam.
Tras 18 años en Europa y dos exilios, vuelve a Cuba donde se queda hasta el 1952. Esa decisión lo afecta profundamente. Lam encarna y va fortaleciendo un vitalismo sincrético. Sus fuentes de inspiración son plurales, sin orden ninguno : la abstracción gestual americana, el arte popular, su propia lectura de las vanguardias europeas, las practicas de hechicería de su madrina, los ritos de santería, lucumi o vaudou, elementos yoruba y católicos, y más.
Esta hibridez, o sincretismo, característica de la obra de Lam, encuentra una representación máxima en La Jungla (1943) ya que ese principio parece regir la esencia misma de esta obra. El cuadro no presenta ninguna jerarquía entre los diferentes elementos que la componen: lo humano, lo animal, lo vegetal y lo divino conviven harmónicamente. El artista operó una ruptura liberatoria del orden del mundo superando una lectura clásica o dualista del mundo (vida/muerte, natural/artificial, etc.) donde la metamorfosis es un principio primero. A modo de all over, La Jungla no presenta un punto de convergencia, y de esa manera expresa la crucial cuestión del descentramiento.
Del 1962 hasta su muerte el artista pasa mucho tiempo entre Paris y Albissola, donde descubre la luz italiana y un centro importante de producción de cerámica, técnica que gozó hasta su muerte por la liberación que procura el trabajo con la tierra.
Volviendo a la génesis de su trabajo, a las diversas etapas y a las condiciones de la recepción de una obra lentamente madurada y elaborada entre España, Paris-Marsella y Cuba, la exposición permite una toma de conciencia de cómo la obra de Lam es irreductible a cualquier origen geográfico y/o cultural. Y ese, precisamente, es uno de los objetivos que persiguió Catherine David y su equipo con esta exposición: proponer una nueva lectura crítica de la obra de Lam.
Es un artista de la diáspora, hijo de un chino de Cantón y de una mulata descendiente de esclavos y españoles. Es un verdadero enlace, un puente transatlántico – a semejanza de Joaquín Torres García (ver la retrospectiva que le dedica en el mismo tiempo el MoMA)–, que propone una mirada singular sobre el mundo post-colonial: “Mi pintura es un gesto de descolonización”.
“No, mi pintura no será el equivalente de una música seudo-cubana para dancings, jamás. ¡No quiero nada de chachachá!” declara el artista al llegar al país que dejo muy joven y que encuentra ahora en un estancamiento folklórico y primitivista. Frente a esta situación opone su proyecto: “seré como un caballo de Troya del que saldrían figuras alucinantes, capaces de sorprender, de perturbar los sueños de los explotadores”, y añade “correré el riesgo de no ser comprendido ni por los hombres de la calle ni por los otros”.