Manuel Carbonell
Carbonell, la maestría y la monumentalidad
Por
Álvarez Bravo, Armando
Entre los grandes maestros del arte latinoamericano que, en el siglo XX, lograron para nuestra creación el reconocimiento y el rango internacional que actualmente ostenta, figura Manuel Carbonell. Su quehacer mayor, que prosigue tenazmente a los 84 años de edad, constituye una singular saga personal que no sólo confirma su maestría, sino su capacidad para vencer a la adversidad e imponer su obra escultórica por sus extraordinarias calidades. Esa proyección de su obra, siempre bajo el signo de lo monumental -su firma de estilo-, comenzó en 1954, cuando obtuvo el primer premio de la Bienal Hispano-Americana de Arte, celebrada en Barcelona. En 1959, la carrera ascendente del maestro Carbonell sufrió un duro golpe cuando tuvo que exiliarse de su patria, Cuba, y reiniciar, a partir de cero, su carrera en los Estados Unidos. En este sentido, su historia personal es emblemática de una zona de lo más significativo de la historia de la creación latinoamericana en un largo período histórico. Sus protagonistas -y esto todavía tan sólo sucede con y en la patria de este escultor magnífico- sólo podían prevalecer y proyectar su obra en todos sus registros de universalidad en la andadura rigurosa de la expatriación o el exilio. Más allá de los matices más elaborados, no siempre ese logro se alcanzaba. El inventario de pérdidas es un enigma, una tragedia. En el otro inventario, el excepcional -integrado por figuras mayores-, Carbonell es definitivo. Pasamos a la paradoja. La mágica creatividad, la fuerza y la delicadeza, hicieron que Carbonell impusiera otra vez su obra, ya para siempre. De la misma manera, el que esa escultura fuese más allá de su nombre y origen e hiciera que se convirtiese en un maestro de maestros, trascendiendo todo punto referencial, ha influido en ciertas zonas del mundo de la crítica y el arte latinoamericano con el peso del olvido o la confusión. Ese más alla que ignora que, desde su universalidad, Carbonell es excepcional representante en que se cumple a plenitud la diversidad que es impronta de nuestro arte. Esa firma de origen, individualidad y, sí, universalidad, es la que, en un copioso inventario, figura, entre otras piezas mayores, en "El águila del Bicentenario", en Washington; la "Madonna de Fátima", en New Jersey; la estatua de José Martí, en Key West; el excepcional conjunto escultórico del puente de Brickell Avenue, "El centinela del río" y "La fuente de manatíes", en Miami. En estas imponentes obras ejecutadas bajo el signo de la permanencia, el maestro Carbonell ha plasmado lo que constituye la definición y esencia del quehacer de su vida, la poética de su arte. La escultura es confluencia, más allá del enigma de la esencial creatividad, de anatomía y forma. Estas son inseparables para el maestro. Sólo que Carbonell, desde su dominada y dominante visión del arte, hace que la anatomía se supedite, sin menoscabo de su dominio del equilibrio y gravitación de ambas valencias, a la destilación de la forma. Esa destilación que Carbonell eleva a absoluto sin pérdida de definición final. En la alquimia de ese proceso, fiel a lo esencial de la anatomía -que acarrea la monumentalidad que le es propia e inherente-, Carbonell destila la imagen y la lleva a lo más puro y esencial de su espíritu y su materialización. La convierte en cristalización. Encarnación irreversible que, más allá de su precipitado, se impone hacia/en lo inmenso, sin por ello perder intimidad ni desfigurar la intensidad de las fuerzas que son destilación de su expresividad trascendente. Ese ascenso, esa incesante culminación -y ya ese entrañable maestro que es Carbonell nos ha probado con creces que su tiempo y el tiempo son unas insólitas ficciones en que se cumple la monumental y exquisita belleza de su obra escultórica- encarna en la deslumbrante humanidad de sus esculturas "Torso", "Couple in Love" y "Lovers" (2001/02). Más allá de su real y caleidoscópica monumentalidad, estas delicadas y poderosas piezas -en la escultura de Carbonell los opuestos se reconcilian y devienen cifra de otredad definitiva- nos adentran en la alquimia del apasionado y apasionante maestro que cifra su existencia en su posibilidad de crear de manera incesante. Y, desde la maestría de esa monumentalidad, dar testimonio del inmenso registro de la existencia y la belleza. La escultura en sus máximos. Eso es Carbonell: maestro cubano, latinoamericano y universal. Por y para siempre. |
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