RIVELINO

La Danza Macabra

Por Calzada Villanueva, Mirna
RIVELINO

Rivelino se esconde, nadie lo ve. Debajo de cada fragmento, de cada personaje, de la cerámica y el metal, de su caparazón, yace, desprotegido, el niño rey, el rey Rivelino.
Su carisma abrumador tiene muchos componentes negativos siendo, sin duda, personaje exhaustivo que vaticina las laberí­nticas complejidades de la voluntad.
Rivelino, el héroe malvado, es buscador perspicaz e inagotable de sus propias motivaciones. Lo vemos, en sus incansables negaciones, como el analista supremo de las más oscuras obstinaciones del yo. El carácter es el destino, una aterradora doctrina que mantiene el miedo de que no existen los accidentes, de que la determinación nos rige durante toda la vida.
Tal como comedia shakespeareana, Rivelino alcanza su auténtica apoteosis artí­stica, la representación de la libertad interior, capaz de ser creada sólo por una gran inteligencia. Ya sea en el modo cómico o moderno, ha establecido el patrón de referencia en el equilibrio entre él, como personaje, y su pasión.
En el teatro clásico, el espectador, ví­a identificación proyectiva con lo representado logra un efecto catártico y una concientización sobre lo dramatizado, haciendo eco, resonando con sus vivencias e historia. En el psicodrama de Rivelino, el antiguo espectador toma el rol de protagonista y la catarsis se obtiene por la representación de su propio drama.
Toda pieza es la representación de una ausencia. La dramatización le permite repetir ahora de un modo activo escenas de lo que en otro momento soportó pasivamente consumiéndose en dolor. Rivelino, cual Hamlet, con su minuciosa puesta en escena, que con todo detalle dirige, representa la verdad del ser o no ser, sabiendo él la verdad, el único que conoce la verdad.
En el escenario dramático de Rivelino, el sujeto puede "recrear" la escena traumática. Pero la dramatización es también una "creación", porque es una escena nueva, donde el sujeto puede ser él pero también puede ser el otro.
La obra de Rivelino, aparentemente inocente, de formas sencillas y minimalistas, que a muchos hace pensar en homenajes étnicos, no es más que una representación de lo mí­stico como influencia primaria en nuestra cultura, en su historia personal, un recurso de expresión que oculta en su interior un profundo sentir, el apasionamiento de un hombre ante las circunstancias vitales que lo rodean. En cada retí­cula, perfectamente simétrica y bien bordeada, hay una pequeña historia, tal vez un momento, que ha marcado permanentemente el material, proveyéndolo de un alma individual, sumada al gran conjunto que narra su existir. La vida, narrada a través de un tzompantli, en donde cada cabeza, cada cráneo, es uno de los guerreros que habitan dentro de su ser.
Rivelino, dispuesto a todo, clama: "mi Reino por un corcel", luchando hasta las últimas consecuencias, siendo éstas su muerte y la coronación del artista, Rivelino. Pero no se guarda luto. Aquél que murió, debí­a morir. Es así­ la teorí­a del caos, para todo nuevo origen se requiere de una total destrucción. El nuevo Rivelino ha cambiado su piel y es ahora más fuerte, más bello, más grande, más puro. Es aquél que, cual Ave Fénix, resurge de sus cenizas, y cual héroe épico, no desiste en su misión, preparado para cualquier desventura, cada vez más determinado. A partir de la tormenta se habla de un tema antiguo y cruel, la supervivencia. Él quita máscaras para enfrentar a los hombres con su verdad y enloquecerlos. Es un cí­rculo cruel en el que Rivelino finalmente renuncia y acepta todo, dando equilibrio y contraparte. Se percibe el aprendizaje a través del amor. Ese es el secreto del gran artista, que de sus muertes -tal es la vida, sucesión de despedidas - renace en todo su esplendor, para mostrarse cada vez más entero y con mucho más que decir.
Rivelino en su locura, mitad fingida, mitad real, alcanza su grado de lucidez total, en donde muestra, a partir de su obra, la terrible confusión de su existencia, la forma en la que debe actuar, sabiendo la verdad. Rompe sus lazos, resignándose al destino que sabe tendrá y cierra así­ el cí­rculo de su vida anterior al descubrimiento de la verdad. Montaje sobre montaje, el énfasis está en donde debe, cuando debe, en tiempo, materia y espacio, necesario para ser.
El ser es lenguaje y únicamente éste posibilita lo real, porque es el medio a través del cual el "ser" se deja oí­r. El lenguaje plástico de Rivelino devela a gritos el ser del artista, no verosí­mil, sí­ verdadero, que enriquece por segundo la vida ajena, la de el espectador que ante su obra, tal vez no de manera inmediata, pero sí­ inminente, descubrirá la propia en el interior de cada pieza. El arte de Rivelino posee una enorme densidad teatral y descubre rápidamente un cierto aspecto de la condición humana en el que el espectador queda forzado a reconocerse.
Rivelino centra su atención en la angustia indisociable de la condición humana, que en última instancia, reduce al yo solitario o a la nada. Pero, sin embargo, la vida en realidad empieza cuando vivimos en lo más verdadero de ella, cuando hay algo, un conflicto, que nos detiene, nos absorbe, y entonces, tenemos que afrontarlo. Vivir consiste en vivir para crear y crear para poder seguir viviendo.

Rivelino nació en San José de Gracia, Jalisco, en 1973. De formación básicamente autodidacta, hace estudios de cerámica en la Escuela de Artesaní­as del Instituto Nacional de Bellas Artes y lleva a cabo diversas investigaciones acerca de conservación de materiales orgánicos, restauración y fibras naturales. Su obra está representada en colecciones de México, Canadá, Bélgica, Alemania, Japón, Francia, Australia, EE.UU. y España. Cuenta con más de 30 exposiciones en galerí­as, museos y ferias de arte. Actualmente es artista de la Galerí­a Óscar Román.