23 artistas en “Caminar en los zapatos del otro. Identidades en tránsito” en AAF, Miami
La exhibición Caminar en los zapatos del otro (Identidades en tránsito) en Aluna Art Foundation, en Miami, reúne un grupo de obras contemporáneas que giran en torno a la trashumancia como método, y que reflejan el inquieto pasaje de individuos y comunidades que caminan en tiempos turbulentos.
Muchas obras incluyen la representación concreta del zapato y una poética de este objeto ligada a los tránsitos individuales, a formas íntimas de la memoria, pero no menos a los cursos de la historia colectiva, incluyendo la ruta de las migraciones, y los rastros de éxodos o una visión psico-geográfica del escenario de las desapariciones.
La exhibición muestra cruces de caminos que en cierto modo parten de toda América, pues la mayoría de trabajos han sido creados por artistas de diversas generaciones y estadios en distintas ciudades desde Buenos Aires hasta Nueva York. Pero sus visiones atraviesan lo local y abarcan los tránsitos globales en un tiempo de incertidumbre, donde se extiende un nuevo nomadismo.
Los artistas participantes son Graciela Sacco (Argentina), Patricio Reig (Argentina/España), Marina Font (Argentina/EEUU), Roberto Huarcaya (Perú), Cecilia Paredes (Perú/Estados Unidos), Luis F. Peláez (Colombia), Linda Pongutá (Colombia), Luis Roldán (Colombia/EEUU), Manuel Zapata (Colombia/EEUU), Andrés Michelena (Venezuela/EEUU), Felipe Ehrenberg (México/Brasil), Mario Bellatín (Perú/ México ), Regina José Galindo (Guatemala), Ronald Morán (Salvador), Walterio Iraheta (Salvador), Antuan (Cuba/ EEUU), Humberto Castro (Cuba/ EEUU), Willy Castellanos (Cuba/ EEUU), Gustavo Gavilondo (Cuba/ EEUU), Hugo Moro (Cuba/ EEUU), Debra Holt (EEUU), Patricia Schnall Gutiérrez (EEUU), Alexandra Rowley (EEUU), y Xavier G-Solis (España).
La curaduría, hecha por Aluna Curatorial Collective (Adriana Herrera & Willy Castellanos) propuso acompañar las obras con textos muy personales: cada artista narra las historias de los tránsitos representados. Como un elemento lúdico y pedagógico la exhibición incluye algunas cajas de zapatos que contienen referencias teóricas que van desde el significado que la caminata tenía para los aristotélicos o peripatéticos, hasta fragmentos del Manifiesto de la Deriva Situacionista de Guy Debord, o de las reflexiones de Michael de Certau sobre el privilegio de andar. Igualmente, los espectadores encontrarán una pared con referencias a famosas obras de arte alusivas a la caminata o a los zapatos como objeto metonímico.
El recorrido propuesto empieza con fotografías de los espectadores que transitan las instalaciones de laberintos cuasi invisibles de Ronald Morán, una serie muy reciente que refiere a las situaciones de incertidumbre de una humanidad a la deriva, y termina con un video del performance de Regina José Galindo encarnando una versión contemporánea del hilo de Ariadna que nos confronta con la violencia continental.
En la primera sala se extiende en el suelo una suerte de mapa construido con los residuos de papeles flotantes encontrados por Luis Roldán en sus caminatas alrededor de su estudio en Nueva York y en torno suyo están una instalación y un video de la serie Metro2 de Gaciela Sacco, surgida de la pregunta sobre el espacio mínimo que necesita un cuerpo humano y la indagación en la tensión entre el afuera y el adentro que genera el movimiento y la misma historia de nuestro andar. Las esculturas de Luis F. Peláez con maletas contenedoras de los mismos caminos activan la memoria de los desplazamientos y una poética de los horizontes que sucesivamente quedan atrás y son recuerdo o anhelo evocados en pleno transito.
Una sección de la exhibición explora la relación entre los pasos y la memoria histórica. Una pieza de Morán captura el rastro en fuga de los mismos espectadores en la instalación donde reconstruyó con hilos de nylon los barrotes de una antigua prisión en Tegucigalpa, abandonada poco después de que el mal del hacinamiento en las celdas –tan común en Centroamérica- y un furioso huracán la convirtieran en tumba para decenas de presos. Por su parte, una bella instalación con zapatos blancos usados de Walterio Iraheta conforma una suerte de “mandala”, una figura sagrada que evoca y a la vez exorciza la violencia experimentada por los habitantes de San Salvador. El “Mercurio” andino que Cecilia Paredes representa en la fotografía de unos zapatos desvencijados y con las alas desgarradas recrea la mitología de la vida cotidiana en las poblaciones pobres de un continente donde los mensajeros han andado mucho sin poder ir muy lejos.
La serie de fotografías de tenis destrozados y reconstruidos de los jugadores callejeros de basquetbol en La Habana documenta parte de la vida barrial de Gustavo Gavilondo, cuyos propios zapatos de jugador forman parte de la obra, y su participación en actos de expresión lúdica-colectiva que entre otras cosas, permitieron conseguir tenis para los jugadores menos intervenidos por obra de la necesidad.
Una imagen documental de Willy Castellanos registra el instante en que un balsero, anónimo protagonista del éxodo de Cuba de 1994, entrega sus sandalias de embarcarse, y lo proyecta en la pared como sombra de una historia desvanecida. Mientras los límites de la interpretación de la escena se exponen en el texto que la acompaña, el gesto se inserta en un archivo que reconstruye la historia del mundo y la relación entre memoria y poder desde la época de Tutankamon hasta el presente, con imágenes de zapatos tomadas del internet y dispuestas para que los espectadores las reorganicen a su manera.
Felipe Ehrenberg, pionero del conceptualismo en Latinoamérica, manipula digitalmente la fotografía de sus propios zapatos en el borde de un balcón junto con el autorretrato en el que anda con el poder de un fantástico funámbulo que se desplaza en la cuerda floja por encima de las oscilaciones del mundo mercantilizado del presente.
Otras obras evocan por su parte la tensión entre presencia-ausencia que, más que ninguna otra pieza del vestido, pueden reflejar los zapatos usados, capaces de conservar la huella de quien anduvo en ellos. Linda Pongutá hace una indagación formal sobre la huella del zapato como objeto sobre un material; Hugo Moro dibuja el zapato que tantas veces debió haber perdido Rimbaud, como evocación, pero también homenaje, al desdén frente al mundo del poeta que cambió el lenguaje antes de extraviar voluntariamente su rastro. Roberto Huarcaya fotografía una historia de vida en los elegantes zapatos de mujer que halló en un basurero en París; Marina Font presenta un tríptico con zapatos azules evocadores de su infancia en Argentina; Patricio Reig un zapato de niña construido –a modo de capas de memoria- con el juego entre una fotografía impresa en vidrio y su propia sombra sobre el registro de viejos papeles. Alexandra Rowley presenta las fotografías que hizo en su estudio, tras la muerte de su padre, no sólo de sus zapatos usados sino de las huellas formadas por el polvo que dejaban en el suelo.
La instalación de Antuan con zapatos en los que crecen terrenos que se secan o reverdecen evoca la construcción personal del destino a partir del modo de andar. Manuel Zapata retrata los zapatos rojos de una caperucita en Nueva York perseguida por la ciudad feroz. Xavier G-Solis muestra un video de la intervención de unos zapatos-patines en el suelo de una galería donde reproducen el frenesí contemporáneo y prepara una intervención pública con sandalias que flotarán en una zona acuífera de la ciudad. El performance de Andrés Michelena cambia el gesto de lavar los pies a los discípulos por el de calzar a los espectadores para una caminata propuesta como auto-descubrimiento.
Otras obras siguen el rastro de los pies: en un video de Schnall-Gutiérrez la caminata por volver a casa ocurre en sueños, y sólo vemos sus pies desnudos moviéndose sobre la sábana mientras duerme. Otras instalaciones suyas de figuras femeninas sin pies evocan las limitaciones impuestas a su andar durante siglos.
Debra Holt fotografía los pies de un hombre en los Andes que ha andado tantas millas que parecen infinitas; Castro presenta un video que evoca sus propios pasos de migrante y la de todos los exilados en el Caribe atravesando terrenos cambiantes con unos metafóricos pies descalzos. Ese registro del andar de los migrantes se evoca con una intensa poética en el video de Morán, grabado desde el aire, sin rastro de huellas humanas: sólo aparecen la tierra, el agua y el cielo, y el largo camino por donde se inscribe la historia de los que buscan otra vida -y a veces hallan la muerte- mientras suben del sur al norte del continente.
Esta exhibición refleja la experiencia compartida de “identidades en tránsito” y nos pide imaginar a dónde nos llevarán nuestros pasos y cómo encontrar un lugar en un mundo que se aproxima al punto sin retorno. Zapatos y huellas de pisadas —aun las invisibles— funcionan como metonimia de una época de tránsitos incesantes de los que —como en la historia del Pequeño Príncipe concebida por Saint-Exupéry— no parece posible llegar muy lejos, a no ser que la serpiente de la imaginación nos muerda el tobillo.