Camnitzer:

Parábola de la suspicacia conceptual

Por Adriana Herrera Téllez (Miami)

En la visión de Luis Camnitzer, la suspicacia –ese modo de sospechar o desconfiar- configura un método de creación que lleva las herramientas del arte conceptual a una frontera en la que interroga en conjunto el sistema del arte contemporáneo y sus propios métodos de proyección en relación con las estructuras económicas e institucionales que lo controlan.

This is a mirror. You are a written sentence, 1966-1968. Vacuum formed polystyrene mounted on synthetic board, 19 x 24.6 x 0.59 in. Daros Latinamerica Collection, Zürich. Photo: Peter Schälchli, Zürich. Esto es un espejo. Usted es una frase escrita, 1966-1968. Poliestireno formado al vacío, montado sobre panel sintético, 48 x 62,5 x 1,5 cm. Colección Daros Latinamerica, Zürich. Fotografía Peter Schälchli, Zürich.

En ese sentido, genera un sofisticado dispositivo de alarmas que funcionan en primer lugar de modo especular enfrentando al artista con las intenciones y recursos de su propio proceso de creación y con la paradoja de las obras críticas que de todos modos aspiran a insertarse en espacios de reconocimiento, y que, por otra parte, desplazan la noción de la ruptura de la cuarta pared bretchiana a una relación de alerta entre el espectador y el espectáculo de la obra de arte. El resultado es que éste, lejos de dejarse seducir fácilmente por los mecanismos que legitiman –e inactivan- la inicial potencia crítica de las obras, se mantiene en guardia, consciente de que la voracidad económica puede domesticar el arte más iconoclasta.

La suspicacia –ejercida mordazmente- es el signo que marca el conjunto de una obra que extiende los aportes de Joseph Kosuth y la reflexión estructuralista que vinculó teoría de la recepción y lenguaje, al mismo sistema de mercadeo del arte y a la crítica institucional. Pero sobre todo es el propio artista quien se intercepta a sí mismo, sujetándose a una interminable puesta en cuestión de las intenciones del propio quehacer. Lo cual no significa que, aún tratándose de alguien como él, más conocido por su labor de crítico y docente, que por sus esfuerzos de integración al sistema artístico –alguien que, por ende, no ha vivido de la venta de sus obras- se haya “apartado” hasta llegar al punto de trabajar en lo oculto, o sin aspirar al reconocimiento. En lugar de obras inacabadas ha mantenido, con una constancia sorprendente, una continuidad en el desarrollo de series que usan la misma pregunta que interroga su validez, para reafirmar la presencia del autor, su firma.

Si su primera obra conceptual, titulada y formada por la frase Esto es un espejo. Usted es una frase escrita (1966-1973), puede relacionarse con la anterior expresión de Monsieur Teste, “el universo sólo existe sobre el papel”; sin duda es pionera y paralela a las exploraciones del uso de lo tipográfico en Lawrence Wiener, quien resolvió la factura de la obra con una frase que concluía que ésta no tenía que ser hecha, y que sin embargo constituía en sí la factura de la obra. Ese mismo proceso textual de negación que irónicamente construye su propia afirmación alterna se ve imbuido en su obra de una particular sorna, tal vez más presente en Latinoamérica que en otros lugares del mundo, porque las estrategias de ocultamiento y reaparición se remontan a las prácticas culturales de maliciosa -ingeniosa- supervivencia de lo indígena recubiertas de otras envolturas culturales. La exhibición Luis Camnitzer en el Museo del Barrio, Nueva York, permite una inmersión en las suspicaces reglas de su juego conceptual.

Como parte de un ejercicio que desarrollaría luego en el New York Graphic Workshop conjuntamente con Liliana Porter y Guillermo Castillo, cuyas experimentaciones insertaron lo conceptual en la gráfica, en 1967 hizo Rubber Stamps para imprimir frases-imágenes como Un horizonte circular perfecto, o sencillamente su propia firma de autor, que juega con la reproducción ilimitada y la relación entre copia y original. La exhibición agrupa distintas obras cuya matriz es la autorreferencia al nombre del artista. En 1968, 1970, y 1972 hace tres autorretratos en aguafuerte, básicamente idénticos –imprimiendo su nombre en letra de molde- donde sólo cambia la fecha. En 1972 realiza Fragmentos de firma para vender por centímetro de-construyendo la relación mercantil con el signo de autoría. La idea se extiende a otras formas y materiales de modo que la firma se vende por peso, por tajadas o pulgadas, o bien, como ocurre en Plusvalía, se desplaza hacia el valor de un guante que va multiplicando su valor comercial a medida que cada artista lo usa y le añade el precio de ese contacto. Lo meta-artístico no interroga el proceso de creación, sino el del sistema paralelo que comercia su conversión en fetiche. La obra es una humorada que tiende a desenmascararlo y que en ese sentido atentaría contra la mercantilización, pero –claro está- alimenta su propio precio con el juego especular que revela los procesos de especulación.

En Selbstbedienung (Autoservicio) 1996-2010, obra titulada en alemán (la lengua de su lugar de nacimiento) el espectador imprime la firma de Camnitzer sobre frases fotocopiadas con declaraciones del artista como “El alma del arte habita en la firma”, o “Una firma es acción, dos firmas son transacción”. Cada hoja es de libre remoción y cada quien decide si el aura de esa firma se multiplica o reduce con la posibilidad de la reproducción y la libre elección de cada mano que decide en qué lugar de la hoja estamparla. El retrato del artista realizado de modo casual por un lápiz colgado de un hilo que mueve un ventilador supondría la inclinación duchampiana por la desmitificación. Pero el consumo es siempre tramposo y Camnitzer, ya se sabe, juega suspicazmente con lo ambiguo. En otra sala se exhiben las “Cajas” que Camnitzer hizo en los 70 con marcos de madera y vidrio. Los textos inscritos fueron anteriores al objeto, pero como en Aguafuerte de Picasso “modelo y escultura surrealista [...] convertido en una sola línea, en un hilo, en una espiral, en su precisa longitud”, el espectador correlaciona el hilo negro enrollado con la deconstrucción socarrona de la pieza. Es difícil dejar de sonreír al mirar el alambre horizontal que divide en dos el marco de madera sobre el título “Real Edge of the Line That Divides Reality From Fiction” (borde real de la línea que divide realidad y ficción), o notar, al mirar El instrumento y su obra la sagacidad con la que rompe la expectativa de la materia producida por el lápiz reemplazando la línea por una cuerda. El procedimiento alimenta formas de humor cercanas a la función cognoscitiva del arte autorreferencial. En The perception of one self, se ven los orificios donde debía estar quizás el soporte de una imagen que es reemplazada por el vacío. En cualquier caso, Luis Camnitzer encarna su convicción de la cercanía entre arte y pedagogía: recorrer la exhibición equivale a una lección inaugural del arte conceptual impartida por un artista con la suspicacia suficiente para convertir su matriz de pensamiento en un método de creación y reproducción inagotable.