Evocación de Armando Morales
Armando Morales (Nicaragua 1927- Miami 2011) uno de los maestros pioneros del diálogo con las vanguardias modernistas en el continente y quien además construyó su lenguaje -tan moderno como contemporáneo- sobre el vasto territorio del paisaje del centro y sur de América, con sus extensas selvas y sus indómitos reductos. Su muerte no extingue la fuerza del paisaje que es también metáfora del alma latinoamericana. Sencillamente, lo hace entrar en la eternidad.
Desde la infancia, Morales sintió fascinación por las herramientas de la pintura. Según una de las galerías que lo representaron –Rogallery- a los siete años, buscó apoderarse de una caja de óleos que su hermana había usado con una espátula para decorar unas artesanías.
Morales narraba que hacia 1938 había ejecutado por primera vez una pintura “realista” de algunos paisajes imaginarios y situaba en ese momento el inicio de su carrera. Estudió en la Escuela de Bellas Artes de Managua, donde finalmente cumplió el sueño de iniciar el aprendizaje del óleo.
A los 29 años, aunque para entonces solo podía pintar los fines de semana, ganó el concurso de pintura “15 de Septiembre” con la obra de un árbol-parlante, una figura que tiene raíces en la tradición maya y que posteriormente, gracias a la visión del legendario historiador de arte y director del Museum of Modern Art de Nueva York, Alfred H.Barr, fue adquirida para la poderosa colección permanente. En 1957, participó en la exhibición “Six Nicaraguan Artists” que fue inaugurada en Washington. Morales recibió excelentes comentarios y fueron vendidas todas sus pinturas en la exhibición. Ese mismo año se le concedió una beca del Consejo Americano de Educación y en 1958 obtuvo la beca de la Fundación Guggenheim. Morales fue reconocido con el premio Ernest Wolf de la bienal, resultando el “Mejor Artista Latinoamericano” en una bienal de São Paulo.
En 1964, antes de asentarse en Cadiz, España, Morales recibió el premio “J.L. Hudson & Co.” en el Carnegie International en Pittsburgh. En 1966 ganó el premio “Industrial Tandil” Prize en la III Bienal Americana en Córdoba, Argentina y fijó su residencia en Nueva York.
En 1970, comenzó a pintar sensuales frutas que evocaban la suavidad de la piel humana y que lo llevaron a los desnudos ejecutados con enorme deleite en los detalles. Después de haber intentado vanamente asentarse en Nicaragua en 1976, se trasladó a Costa Rica, donde trabajó una serie de litografías en blanco y negro para Herbert Kassner de Lithographic Editions y para el taller de ediciones Kyron de la ciudad de México.
Si bien durante su estancia en Nueva York, tuvo una etapa en la que se vio arrastrado hacia la abstracción, desde finales de los 60 retornó a los dos temas omnipresentes en su obra: el paisaje tropical y la figura humana, y a la combinación entre éstos y texturas o espacios que podían recordar la fuerza onírica de un Chirico. Morales también tuvo exposiciones en los principales museos de Perú, Bogotá, Caracas y México, D. F., entre otros.
En 1972 trabajó como profesor de pintura en el Cooper Union de Nueva York y luego se desempeñó como agregado cultural del Consulado de Nicaragua en esa ciudad. En 1982, recibió del gobierno Sandinista, la Orden Rubén Dario. El viaje a su país le permitió visitar la selva tropical de la costa Atlántica antes de trasladarse a Paris y viajar por África. Ese regreso le llevó a profundizar aún más la ruta de las selvas en su pintura. En 1983, siendo delegado alternativo de Nicaragua antes la UNESCO, conoció al galerista Claude Bernard, quien comenzó a representarlo y lo llevaría a ferias como FIAC y Art Miami.
En 1993, terminó un portafolio de litografías titulado La saga de Sandino, el que sería exhibido posteriormente en el Museo Rufino Tamayo de Ciudad de México y un retrato de García Márquez, uno de los grandes admiradores de su pintura y quien escribió acerca de la fascinación que el pintor ejercía. Morales declaró que sus cuadros no tenían los colores brillantes, vistosos que se identificaban con la idea que se tenía de lo latinoamericano, pero que era “muy latinoamericana en la forma de acercarse a la pintura y a sus temas… Siempre son mis bodegones, mis desnudos y mis selvas”. Ahora ha entrado para siempre, en esas selvas atemporales de sus pinturas.