Mario Carreño: obras selectas (1936-1957):

Un capítulo pendiente en la plástica cubana

El lanzamiento del libro Mario Carreño: obras selectas (1936-1957 ) en el Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, MNBA, durante la semana inaugural de la Oncena Bienal de La Habana, Cuba, marca el inicio de una relectura de la obra del legendario pionero de la modernidad cubana. Incluye una revisión de los fértiles “años cubanos” en su pintura, y el reconocimiento de su aporte como crítico y artista en la abstracción geométrica en la isla.

Mario Carreño: obras selectas (1936-1957):

La publicación, realizada conjuntamente por el museo y por Torna & Prado Fine Art Collection, de Miami, que preside el investigador Jesús Fernández Torna, quien es el autor de la antología, se lanzó en un evento en el museo, en el que estuvo presente Moraima Clavijo Colón, su directora, quien destacó cómo este copioso material, que abarca treinta años de vida y creación, era un “capítulo pendiente en la plástica cubana”. Participaron también otros funcionarios del MNBA que colaboraron con sus ensayos en este revelador estudio sobre la vida y obra de Carreño: Luz Merino Acosta, subdirectora técnica; Roberto Cobas Amate, curador de la sección de Vanguardia Cubana; y Elsa Vega Dopico, curadora de los Años Cincuenta.

Además intervinieron el periodista Jorge Rivas Rodríguez, que escribió otro ensayo, y Pablo Pérez-Cisneros, crítico e hijo de Guy Pérez-Cisneros, quien cedió un histórico texto escrito por su padre sobre Carreño que se incluye en este libro de imprescindible consulta, cuyo diseño y edición estuvieron a cargo del historiador de arte Guillermo “Willy” Castellanos Simmons. En su intervención, Fernando Rodríguez Sosa destacó, entre los valores de esta “obra monumental”, la labor de investigación realizada por Fernández Torna, su trabajo de orfebre en el cotejo de datos, así como la “impecable factura” que permitió presentar un libro que además de constituirse como referencia obligatoria es bello en su presentación.

Tal como se destaca en la contraportada de Mario Carreño: obras selectas (1936-1957 ) el libro revela la travesía de un artista que parte del legado renacentista y se aboca a la búsqueda del arte latinoamericano en un tiempo crucial para la construcción de la identidad. Pero especialmente, ilumina la adhesión de Carreño a una época en la que como él escribiera, “todo iba hacia el cuadrado.

El extenso ensayo de Jesús Fernández Torna revela una minuciosa investigación de la biografía de Carreño, dando lugar a rectificaciones de datos acuñados de modo impreciso por la historia del arte. Constata así que la fecha de su nacimiento es el 24 de mayo y no de junio, y que su casamiento con la promotora de arte María Luisa Mena, no ocurrió en 1942 en México, como se ha dicho, sino en 1941 en La Habana. El libro incluye numerosos detalles de la época –como la descripción de la primera visita de Alfred Bar Jr. a La Habana en 1942 y no dos años después como se pensaba- o precisiones sobre fechas de obras, y una reconstrucción sin precedente de su vida familiar con la historia de sus ocho hermanos, y de su medio hermana, junto con inéditos documentos fotográficos.

Merino Acosta recupera los inicios de Carreño como ilustrador del Diario de la Marina o la revista Octubre de Rafael Alberti, en Madrid, así como su trabajo gráfico en la revista Norte, de Nueva York, y el modo en que, estando en Chile, la nostalgia por el Caribe lo lleva a crear Antillanas, “una excelente mezcla de las diferentes vertientes de su dibujo” que contenía el germen de muchas obras posteriores. Destaca que en su trabajo paralelo como crítico, enseñó a ver el arte concreto y apoyó obras como las de Sandú Darié.

Cobas Amate, quien “tuvo el gusto de conocer a Carreño siendo un niño” recrea la importancia del periodo mexicano del maestro, ya como pintor; su formación en París en contacto con la pintura moderna y el fructífero periodo en Nueva York, cuando realizó obras como El descubrimiento de las Antillas y Nacimiento de las naciones americanas, alegorías sobre el origen del continente. Tras su retorno a Cuba, Carreño redescubre pictóricamente la vida del trópico con elementos de la iconografía popular. El año 1943, el mismo de La jungla, de Lam, es el de las icónicas piezas realizadas al duco, con la técnica aprendida de Siqueiros: Cortadores de caña; Fuego en el batey o Danza afrocubana. El ensayo reconstruye el paso gradual hacia a una morfología abstracta en esas pinturas de 1951 -como Papalotes y Saludos al mar Caribe-, que demuestran la importancia de los años cubanos en su pintura.

Dopico ahonda en cómo Carreño derivó hacia un “orden geometrizante”, una tendencia que había apreciado particularmente en su viaje a países como Argentina y que marcó el surgimiento de piezas abstractas como Mediodía lunar, con las que participa en la Bienal de Sao Paulo de 1953, y en la histórica exposición en el Lyceum de La Habana que sería conocida como La antibienal. Igualmente destaca la escritura de textos como La pintura abstracta, o la presentación de la exposición Pintura de hoy. Vanguardia de la Escuela de París, organizada en el Palacio de Bellas Artes de La Habana, donde en 1957 se hizo su exhibición, Carreño 1950-1957, con obras como Tensión espacial o Elegía a la diagonal.

Rivas vuelve por su parte sobre la obra concreta de Carreño profundizando en la historia de la abstracción en Cuba y en su relación con los diversos movimientos en el mundo; y en su afán por llevar más lejos el sentido de la plasticidad para desarrollar una nueva sensibilidad en el ser humano, pues –como lo entendiera el crítico Rafael Marquina- para Carreño la pintura no era “mero ejercicio creador”, sino un modo de dar estructura al presente. Igualmente registra la resistencia que a partir de los 60 encontró en la isla el arte geométrico abstracto, frente a lo cual, el lanzamiento de Mario Carreño: obras selectas (1936-1957 ) cobra adicional valor para la historia del arte siempre en construcción.