Obras-puente en la Oncena Bienal de La Habana
A propósito de la Oncena Bienal de La Habana, 11BH, dedicada a Prácticas artísticas e imaginarios sociales no por azar viene a la mente la palabra “puentes” con sus múltiples significados: “Pasadero, suelo que se hace sobre cuerpos flotantes, conexión para dar continuidad a un circuito eléctrico interrumpido, pieza de montura de gafas que une dos lentes, comunicación frecuente y continua que se establece entre dos lugares para facilitar el desplazamiento de personas y mercancías de uno al otro, conjunto de instalaciones que en un aeropuerto están al servicio de dicha causa”.
Cuatro proyectos –el de María Magdalena Campos-Pons y Neil Leonard en el Centro Wifredo Lam, el de Ilya y Emilia Kavakov en el Castillo de la Fuerza, el de Kcho en el Gran Teatro de La Habana, y el de Sandra Ramos incluido en las exposiciones colaterales, pueden definirse como puentes. Instalados en espacios dispersos según la metodología de la Bienal, ofrecen un contrapeso a la apreciación de Slavoj Zizek “después del 11 de septiembre, se sabe que las divisiones continúan estando ahí y bien ahí”.
La instalación de Campos Pons y Leonard, como músico, se planteó como una construcción abierta que incluía una sala con dos mesas con cintas anudadas y el pan de “Fefa”, como ella quiso llamarse, asumiendo un personaje que oía y grababa en los barrios de La Habana, lo que aquellos que tienen familias en el extranjero deseaban pedirles. El país de origen de la artista (Cuba) y su lugar de residencia (Estados Unidos) confieren una tensión específica a las peticiones que igual refieren a la explosión mundial del fenómeno de la emigración. En todo caso, Fefa llegó a la Bienal con bolsas empaquetadas en plástico azul como el mar o como las maletas vía Cuba en los aeropuertos americanos, que contenían lo pedido, tal y como lo testimoniaban las voces del video que se proyectaba en el fondo y al que se sumaba el eco de los pregones grabados en La Habana que Leonard integró al sonido. Esta ritualidad acústica de los objetos ofrecidos por los pregoneros que recientemente han reaparecido en La Habana y que fueron invitados por los artistas a competir establece una relación entre pregones y deseos que si bien involucra la movilidad en el nivel de la supervivencia supone también un derruir distancias tanto entre el arte y estos “artesanos de la palabra”, como los definiera Leonard, como entre los habitantes de la isla y la diáspora. Una cortina de copas transparentes volcadas en posición de ofrendar que ha ido aumentando a medida que se entregan los pedidos –en una acción documentada- y los mismos pedazos de cintas azules con los que Campos Pons aspiraría a armar un día una gran bola de 90 millas, son metonimias de la resolución de ir acortando la distancia con prácticas que equivalen a reunificar fragmentos dispersos de una unidad.
The Ship of Tolerance, (El barco de la tolerancia) de los Kavakov es un proyecto que iniciaron en 2005 en Siwa, Egipto, cerca de la frontera de Libia, como un barco de los sueños que conectaba a los niños que dibujaban motivos que se izaron en las velas con su remoto pasado. Tras ser lanzado en sus aguas y surcar ciudades distantes como St. Moritz, Venecia o Sharjah, el proyecto se llevó a Miami en conjunción con el Miami Children´s Museum y Art Basel Miami Beach. En la 11BH, este proyecto-instalación hecho con dibujos de niños habaneros, maestros carpinteros de Manchester, Inglaterra, y estudiantes de la Escuela Taller Gaspar Melchor de Jovellanos, se instaló en el Castillo de la Real Fuerza, con la contundencia de los sustantivos o frases de los niños: “Tolerancia”, o “No me odies por no ser como tú”. El barco, su primer trabajo en Cuba, permanecerá en la isla. Aun enclavado, tácitamente surca los mares y las distancias entre las ciudades visitadas.
Curiosamente, la instalación Puentes: entre lejanías y cercanías, realizada por Sandra Ramos con curaduría de Corina Matamoros en la sección de Exposiciones colaterales, tuvo como antecedente inmediato la exposición de la artista en la galería Dot Fifty One de Miami, 90 millas, Living in the Vortex, realizada con la curaduría de Janet Batet, y planteaba la posibilidad de un pasadizo sobre la isla tendido sobre la distancia que separa sus orillas de la Florida. El espectador transitaba por este puente de arcos de metal y cajas de luz que iluminan las fotografías tomadas por Ramos durante el vuelo que realizó en marzo de 2011 de La Habana a Miami. En la galería, la instalación estaba colocada en sentido contrario, pero en la 11BH, conformaba la otra mitad, con la intención de crear “un puente no sólo para el Estrecho de la Florida sino para todos los puntos de las geografías en disenso. Para todo lugar donde el paso de la gente sea necesario y beneficioso. Para los innumerables espacios en que el hombre quisiera probar suerte, refugiarse, trabajar o encontrar a sus hermanos”. Son puentes en construcción creados con la consciencia de que sólo la re-humanización de los tránsitos, el viaje a la alteridad, puede afianzar la visión del futuro común.
Por su parte, la instalación de Kcho (Alexis Machado), El David, es una de sus mejores obras. Consiste en un muelle flotante construido en forma de una silueta humana que además de maderas, incluye elementos flotantes como tanques vacíos, y, como se advierte en los videos que lo acompañan, puede ser transitado o lanzado al mar como una inmensa balsa que facilita el desplazamiento humano y puede incluso convertirse en puente lúdico.
No es tampoco azar traer a colación finalmente otro de los proyectos expositivos de la Bienal: La exposición bien temperada, performance-taller de Pablo Helguera que unificaba teatralmente estructuras de composición musicales y verbales se presentó en espacios como la sala de concierto Iglesia de Paula o el Lyceum Mozartiano. El proyecto experimental seguía una colección de ejercicios de Bach que buscaba “traducir sus composiciones a formas correlacionales, como el contrapunto verbal, la armonía contextual, o el movimiento”. En cierto punto, se escuchaba la frase “Preferiría estar hecho de paradojas”, y los espectadores recibían una tarjeta en blanco que decía: “En la concavidad de la historia”. Los puentes tendidos en la 11BH inscriben en ella esa suerte de paradojas en tránsito que refuerzan el planteamiento del director Jorge Fernández Torres sobre lo que implica intervenir el espacio público: “Es la forma más evidente de bordear fronteras y transitar por ese círculo de tiza que establece los contornos de la permisividad y la tolerancia”.