Ana Mercedes Hoyos
Alonso Garcés, Bogotá
Desde hacia varias décadas los intereses de Ana Mercedes Hoyos se han concentrado en la importancia de la influencia cultural que una minoría social, en particular la de San Basilio de Palenque, puede tener sobre nuestra identidad como colombianos.
Delimitando su observación al papel femenino en esta sociedad, la artista comienza un largo proceso al preguntarse por el equilibrio con el que las mujeres cargan sobre su cabeza una bandeja con frutas que a nivel, tanto espacial como cromático también se encuentran equilibrados.
Sus observaciones sobre este grupo social, allí no se detienen, retrata el mercado, sus procesiones, su indumentaria, con una mirada en la que el enfoque fotográfico juega un papel fundamental. Lejos de ser representaciones realistas, Hoyos interpreta este mundo de objetos bajo rigurosas composiciones geométricas que maneja de manera muy atmosférica. En esta exhibición presenta una serie de pinturas, que representan los lazos que atan los vestidos de las mujeres palenqueras en las procesiones, solucionadas en planos de color plateado. Dispuestas de forma estrictamente lineal y enfrentadas todas ellas, conforman un corredor -en el que el espectador se puede sentir parte de la procesión-, que termina en un extremo con un mapa de América, dividido en los virreinatos de la colonia española, y en otro con una pintura dorada de varios eslabones de algún tipo de cadena; que plantean más allá del rito religioso, la pregunta sobre la existencia de esta población de origen africano en un lugar geográfico tan alejado de su continente. En una metáfora que interpreto como la posibilidad de existencia de esta procesión -que a la vez es un hecho cultural-, gracias a la promesa de las riquezas de América del Sur, en particular los yacimientos de plata, que por varios siglos impulsó el comercio de esclavos y su traslado hacia nuestras tierras.
Ya instalada en un cuestionamiento histórico particular la artista plantea, en la segunda sala de la galería, una serie de bronces pulidos al natural en los que son reconocibles cuatro símbolos: el mapa de América, un lazo de vestido de procesión, una cabeza de una mujer negra y un enigmático corte de una embarcación, tomado de un grabado del siglo XVIII, que muestra la manera en que eran transportados los esclavos a América, y que paradójicamente sirvió de bandera abolicionista en su momento; todos ellos suspendidos de diferentes tipos de cadenas desde el techo. Estos objetos con una baja iluminación adquieren un carácter sagrado, con el que la artista pareciera insinuar la importancia de que ese “oro negro, que transportan las carabelas en altamar” –en palabras de Luis-Martín Lozano-, sea hoy paradójicamente una de las pocas tradiciones culturales colombianas en ser elevada a la categoría de patrimonio inmaterial de la humanidad.
Lo que convierte a esta exhibición en una paradoja de la falsa leyenda de El Dorado, que hizo que 10 millones de personas descendieran al infierno al ser arrancados de la oscura belleza de su continente, tal como lo expresó el sociólogo estadounidense William E. B. DuBois.