Antonia Guzmán

Americas Collection, Miami

Por Adriana Herrera Tellez | abril 05, 2010

En buena medida, el salvoconducto en el arte contemporáneo para intentar un len- guaje que asuma lo femenino, ha sido la agresividad de pro- puestas que, por su fuerte contenido de violencia emocional o social, no pueden considerarse “débiles”. De Louise Bourgeois a Tracey Emin, la inmersión en la intimidad y en la propia condición de género –sea la patológica filiación madre-hija, o los rastros de proce- sos biológicos femeninos−, la “confidencia”, adquiere una dureza que la hace invulnerable en el establishment.

Prendidos y desprendidos. Acrylic, 48 x 60 in. Acrílico, 122 x 152.4 cm. Courtesy/Cortesía Galería Americas Collection

En el caso de Antonia Guzmán, lo transgresor y arriesgado –pero también defendible− es la opción por un lenguaje sutil, donde las tensiones de los vínculos afectivos y la relación arte-vida cotidia- na se transfieren a las construcción de superficies pictóricas apa- rentemente apacibles habitadas por personajes reducidos a trazos básicos y a su acción con figuras simbólicas elementales. En la exposición Lazos de Amor, en the Americas Collection de Miami, se advierte su modo de asumirse como mujer artista, encarando los acontecimientos de la pareja o de la cotidianidad de madre, con una obra que transforma la memoria remota de ciertas iconogra- fías geométricas precolombinas presentes en las indagaciones de la Escuela del Sur; que funde abstracción y representación del mundo y que usa códigos simbólicos que el espectador identifica como un alfabeto emocional: el triángulo negro o violeta está liga- do al sexo y al corazón y funciona como signo del deseo.

Hay una narratividad del mundo emocional, acontecimientos de atracción-rechazo, exploraciones de la identidad solitaria o del juego de la alteridad que tienen lugar en vastos espacios geomé- tricos. La dimensión de sus casas es cósmica, y los personajes pueden gravitar cuando se acercan entre sí, aunque es reiterativa la imagen de la figura que medita en el vano de una suerte de ventana, o en el techo de una azotea, sentada en cualquier caso en un espacio límite entre el propio hábitat y el mundo, el aden- tro y el afuera. De hecho, las composiciones espaciales suponen la noción de un tránsito ligado a la dinámica de las relaciones. En la expresión de los vínculos –donde también hay cierta filiación con Joan Miró− la referencia que invoca Guzmán es igualmente transgresora de los cánones: el arte “real” de los niños autistas o sordos a los que sirvió como profesora de arte, pero que acabaron por enseñarle el poder de la simplificación de formas contenedoras de fuerte carga emocional y liberadas tanto de detalles superfluos como de reglas de representación lógicas. Al tiempo, trabaja con la noción del residuo, consciente de que toda pintura es un palimp- sesto de obras anteriores tanto como de capas de la propia vida. Las memorias artísticas y personales se acumulan en una superficie de papeles hechos a mano o tela de algodón donde aplica capas de acuarelas o acrílicos para raspar zonas que rescatan la huella de colores anteriores y yuxtaponer nuevos colores. La noción de la