Arte en el Plata
Arte público, Edificio del Plata
Insoslayables e impactantes, las cuatro intervenciones con gigantografías de obras de ascendentes artistas contemporáneos, en la fachada del llamado Edificio del Plata, lograron trasladar al ámbito público imágenes que habitualmente son percibidas en recintos más íntimos, en museos y colecciones privadas.
El Edificio del Plata –ex Mercado del Plata, inaugurado en 1962– ya lleva más de un año con los 100 metros de superficie de su frente positivamente modificados por el trabajo de Fabián Burgos, Guillermo Ueno, Max Gómez Canle y Marcos López; queda a pasos del Obelisco, sitio neurálgico de la ciudad de Buenos Aires, en la Avenida 9 de Julio (según los porteños, la más ancha del mundo) en su cruce con la afamada Avenida Corrientes.
Arte en el Plata significa distintas cosas para cada uno de los actores participantes del proyecto. Mientras que para las curadoras, Eva Grinstein e Inés Katzenstein, esta es una “oportunidad de experimentación artística y curatorial”, para los artistas es una distinción y también un desafío por el cambio de escala de las obras. Para las autoridades de la Ciudad –Fundación Banco Ciudad, ministerios de Cultura y de Ambiente y Espacio Público– es la ocasión de acercar el arte contemporáneo a mayor cantidad de personas, subrayar la importancia y compromiso con el arte público y con la generación de marcas citadinas en “la gran cap- ital del turismo cultural”, tal como lo señaló el ministro de Cultura Hernán Lombardi. Las gigantografías, impresas sobre lona vinílica microperforada (conocida como mesh), alcanzan los 34 metros de alto por 88 metros de ancho y ocupan 2.990 metros2. Son imágenes que irrumpen en una de las avenidas más transitadas de un centro urbano nervioso y altamente poblado, invitando a los contempladores, transeúntes apurados y automovilistas agitados, a asomarse a un instante diferente, a la observación de una imagen artística.
Primero, en octubre de 2008, un inventivo equipo de montaje instala Velocidad, la obra de Fabián Burgos (Buenos Aires, 1962). Luz y vibración, repeticiones de formas y sombras de colores generan movimiento en la pintura, que ofrece trampas para el ojo en las abstracciones geométricas con relaciones ópticas, desafiando la percepción del espectador. Luego, en marzo de 2009 se monta Siesta, de Guillermo Ueno (Buenos Aires, 1968), la fotografía de una muchacha joven en reposo en medio del paisaje urbano fue recibida con desigual aceptación. Mientras que algunos vieron un remanso, otros percibieron a una “bella durmiente”, alejada de lo que es la praxis de la actual mujer porteña que trabaja, milita y lleva adelante una familia.
En julio aparece Ventana, de Max Gómez Canle (Buenos Aires, 1972) que utiliza en su pintura diversas formas del marco recortado –a la manera Madi– para componer un paisaje que incluye magníficos y perturbadores cielos y formaciones rocosas o mon- tañas, quizá dramáticas, definitivamente neorrománticas. Desde octubre, se exhibe Terraza, del fotógrafo Marcos López (Provincia de Santa Fe, 1958). El artista extrae impensados reg- istros de lo obvio y construye retratos improbables que pintan momentos más reales que la vida. Tiene una mirada privilegiada para descubrir a los protagonistas –algunos de los cuales, en este caso, se asemejan a los míticos Carlos Gardel e Isabel Sarli– de sus insólitas puestas en escena, tal como un muy porteño asado en la terraza, con el Puente Avellaneda de La Boca como fondo. La sucesión de intervenciones, en lo que es actualmente la sede de diversas áreas técnicas y de gestión del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, generó dis-
cusiones y fue registrada profusamente por la prensa diaria, que en general vio con buenos ojos la audaz iniciativa.