Cuba Avant-Garde: Contemporary Cuban Art from the Farber Collection
Lowe Art Museum, Miami
La exposición Cuba Avant-Garde: Contemporary Cuban Art from the Farber Collection, presentada en el Lowe Art Museum, es la primera que reúne en Miami el arte de esa generación políticamente díscola que introdujo en los tempranos años 80 la contemporaneidad artística en Cuba antes de partir, y el de quienes viven en la isla y/o vuelven periódicamente a ella.
La colección de arte contemporáneo cubano de Howard Farber iniciada en 2001 abarca obras de artistas que viven en la isla y fuera de ella, en distintos países. Esa ventaja no garantiza per se el acierto de la curaduría, pero supone un desafío a esa divi- sión entre el arte “hecho en Cuba”, o por artistas que entran y salen continuamente; y el “hecho fuera de Cuba”, particular mente si es “Made in Miami” y/o relacionado con esa generación disidente que a fines de los 80 rompió con el régimen.
Es clave la inclusión de Nosotros los de entonces ya no somos los mismos (1986), una fotografía rescatada e intervenida por Rubén Torres Llorca en la que aparece junto a compañeros suyos en la puerta de la mítica exposición Volumen I, Centro de Arte Internacional, Habana Vieja, 1981 que cambió la historia del arte cubano. Se ve a José Bedia, y Flavio Garciandía, además de Gustavo Pérez Monzón los dos últimos exiliados en México y los desaparecidos Juan Francisco Elso, la crítica Lucy Lippard, y Ana Mendieta.
Una pieza de Ponjuán-René Francisco se titula justamente Outside Cuba Inside. La bandera cubana es una iconografía deconstruida por la ironía. En la obra de Tania Bruguera, Estadísticas (1996), la bandera se ha tejido con cabellos de residentes de la isla, enrollados sobre tiras de ropa con su ayuda. Los materiales contienen la identidad de una comunidad disminuida por los éxodos. Un aspecto central son los varios modos de crítica que ejercen los artistas residentes con distinta anuencia de la oficialidad sobre el contexto político y económico cubano. Con mordacidad, Lázaro Saavedra pinta en El sagrado corazón (1995), la bandera cubana en el lugar del corazón, en la boca el símbolo de la hoz y el martillo, y en la mente la bandera estadounidense. Yoan Capote y Los Carpinteros, capaces de someter objetos, muebles o construcciones a una transformación bajo la ironía cultural, están obviamente presentes, así como las balsas de K-cho o las fotos de Garaicoa sobre La Habana en ruinas. Se incluye hasta una torre esculpida en Cuba por Abel Barroso, dedicada a las víctimas inesperadas del World Trade Center y conmueve la obra subjetiva y llena de iconografías culturales de la desaparecida Belkis Ayón. Hay piezas llenas de humor sobre temas como los desafíos de la estrechez económica, como La patera (2002) de Armando Mariño, residente en Madrid. De Glexis Novoa se incluye una de esas piezas que caricaturizaban las iconografías del poder cuando aún vivía en Cuba; pero no las que continúan socavándolo con imágenes hechas en Miami alusivas a seguridad y vigilancia. Si la acuarela de Tonel Autorretrato comiéndome una rata (1997) tiene innegable fuerza, su escultura La silla (otro posible autorretrato sin brazos) carece de ésta y su ubicación a la entrada fue banal.
La isla espera una señal (2000) de Bedia, única pieza de un artista de los tempranos 80 realizada en Miami que fue escogida, se refiere a la isla. De Arturo Cuenca y Gustavo Acosta se escogieron piezas anteriores a su salida. Sólo hay obras recientes de artistas de Miami como Carlos Estévez, perteneciente a la generación posterior que salió sin esa ruptura radical que a los otros los despojó de la cotizada aura del artista conectado al mito de Cuba. Faltaron piezas adquiridas por Farber de los artistas de la diáspora cubana en Miami que reflejan formas de arte crítico desarrollado en el contexto estadounidense. Esta perspectiva permitiría que la colección cumpliera su propósito de abarcar, como anuncia, el alcance completo del arte cubano contemporáneo.