Joaquín Torres García
Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), Valencia
Con motivo de sus 25 años de existencia, el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) recorre parte de la creación de Latinoamérica a través de 127 obras de su colección, bajo la influencia especial del uruguayo Joaquín Torres-García.
Los primeros años en España de Torres-García son de formación neoclásica en Barcelona (donde llegó a ser colaborador temporal de Gaudí), hasta convertirse en una figura del noucentismo catalán, con un realismo alegórico en el cambio de siglo que se opone al modernismo. Tras residir en Nueva York, Italia y Villafranche-sur-Mer entre 1926 y 1932, en pleno fauvismo, cubismo, y la abstracción geométrica de Mondrian, Arp y Hélion, se instala, a partir de 1926 en París. Después de una exposición exitosa, conoce a Theo van Doesburg y a Piet Mondrian. Su arte comienza a experimentar cambios decisivos trabajando sobre estructuras constructivistas e incorporando lenguajes de signos.
Por iniciativa de Torres-García, se crearon, en 1929, el Grupo y la Revista “Cercle et Carré” (Círculo y Cuadrado). Logo original de carácter universalista que, más tarde, también publicó en Montevideo.
En su ensayo “Vouloir construire” menciona como puntos esenciales los conceptos de la razón y la construcción para un arte del orden universal, en el cual el cuadro, al mismo tiempo forma parte y es símbolo de una unidad superior.
Torres-García quería hacer con el constructivismo un arte americano, con el empleo en sus obras de signos inspirados en las culturas antiguas americanas, convertidos en elementos elaborados. "Buscaba un arte nuevo, americano, de vanguardia, con orden, donde la geometría surge de la estructura interior del cuadro".
La paleta de Torres-García está compuesta fundamentalmente por colores primarios, como rojo, azul, amarillo, así como blanco y negro, donde se manifiesta la influencia de sus amigos holandeses.
La concreción de la propuesta universalista de Torres García requiere un nuevo arte que incorpore ideas filosóficas y estéticas del constructivismo, pero dando lugar a los arquetipos de las culturas prehispánicas. Se trata de una síntesis de lo moderno y lo prehistórico. Se busca retomar los aspectos esenciales del arte constructivo y las artes americanas precolombinas, como el sentido de universalidad, la geometrización de las formas, los ritmos sostenidos de los paramentos de piedras, la integración armónica que existe entre monumentos y medio circundante.
Apunta a la realización de un arte monumental contemporáneo asociado con la arquitectura, la mayor expresión del ordenamiento constructivo, un núcleo de posibilidades expresivas que se ven limitadas por el uso del caballete.
En 1939 publica su ensayo “Metafísica de la prehistoria indoamericana”, donde intenta vincular la tradición abstracta del arte precolombino con el arte moderno. Después de “Historia de mi vida” sale, en 1944, “Universalismo Constructivo” donde resume sus ideas sobre el arte plástico: “No puede existir para mí convicción mayor que ésta: primero la estructura, después la geometría, luego el signo, finalmente el espíritu, y siempre la geometría” (Universalismo Constructivo, 1944, pág.119).
"He dicho Escuela del Sur; porque en realidad, nuestro norte es el Sur. No debe haber norte, para nosotros, sino por oposición a nuestro Sur. Por eso ahora ponemos el mapa al revés, y entonces ya tenemos justa idea de nuestra posición, y no como quieren en el resto del mundo. La punta de América, desde ahora, prolongándose, señala insistentemente el Sur, nuestro norte.”
Invirtió el mapa de América del Sur como modo de anunciar el final del período colonial del arte de la América Latina y el comienzo de una nueva era artística.
¿Por qué hurga en lo griego si busca lo propio? ¿Por qué estudia la abstracción si persigue lo más real? El arte, creía Torres, debe poder conectar al hombre actual con “la música del cosmos”. La sociedad industrial moderna se ha desconectado del arte mágico primitivo que, como en Grecia, propiciaba en el espíritu humano un encuentro sagrado con la realidad más profunda y misteriosa. Esa lectura llevó al artista uruguayo al abandono de su formación europea y la búsqueda de nuevos horizontes artísticos.
En su vuelta a Uruguay en 1934, con 60 años de edad y siendo un pintor reconocido en Europa, estudió el arte precolombino indígena y dedicó su energía a analizar las culturas y los símbolos primitivos del continente.
Latinoamérica encerraba una gran tradición simbólica que estaba relegada por el arte europeo. Pero Torres-García insistía: “Hay que olvidar artistas y escuelas, olvidar aquella literatura y aquella filosofía.”
Universalismo Constructivo, el testamento teórico de Torres-García, de enorme trascendencia para varias generaciones de artistas, fue publicado en Buenos Aires por la editorial Poseidón.
El epilogo de la fructífera relación entre Uruguay y Argentina llegó en 1970 con la exposición, Universalismo Constructivo , en el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires.