José Dávila

OMR. Mexico City

Por Adriana Herrera | noviembre 04, 2010

En la exhibición individual de José Dávila en la galería OMR de Ciudad de México, Ningún donde puede ser aquí título tomado de la expresión “Nowhere can be there” hallada en una carta de Gordon Matta Clark este artista nacido en Guadalajara en 1974, realiza una muestra tan coherente, en términos de su propia trayectoria, como iluminadora para reflexión sobre las propiedades de los cuerpos y las maneras en que la materia y la representación se relacionan en los terrenos fronterizos del arte y la arquitectura.

Sombra sobre linea 3, 2010. Vinyl and 9 mm. glass, 63 x 82,7 x 7,8 in. Courtesy OMR Gallery. Vinil y vidrio de 9 mm. 160 x 210 x 20 cm. Cortesía: galería OMR.

Una instalación fotográfica con 35 tomas intervenidas y enmarcadas por separado de construcciones que tienen un carácter icónico desde la pirámide de Keops, hasta la casa de la cascada de Frank Lloyd Wright, desde el Coliseo Romano hasta el Museo Niemeyer plantea interrogantes sobre la rela- ción entre el espacio y la edificación de las formas, o el con torno y el volumen. Con una mirada que se distancia de la naturalidad con que sumamos al mundo edificaciones que se convierten en parte inseparable del paisaje, y, en cierto modo, dejamos de sorprendernos por sus formas, revisa los grandes proyectos arquitectónicos de la humanidad de un modo inusual: los convierte en siluetas recortadas. Vistos así, se convierten en formas sin perspectiva, semejantes a un juego de sombras chinas, se tiñen de irrealidad. Pueden dar la falsa ilusión de emplazamientos falsos, de arquitecturas ficticias, casi imposibles. Y no obstante, son reales. Curiosamente esa distancia devuelve esas arquitecturas, que tienen en común la inmensidad, a los terrenos del sueño humano, de donde proviene en última instancia todo espacio construido. Y a una rara relación con la utopía. Porque sí han tenido lugar. Pero su intervención visual rigurosa, en cuanto no altera la forma, sólo borra volu men y detalles los refiere al espacio vacío. Hace una disección ya no de las construcciones como Matta Clark sino de la percepción sobre el modo en que oscureciéndolas, estas construcciones legendarias se convierten en formas abstractas. Y, como él mismo precisa, involucra la noción lacaniana de “extimidad” referida al viraje donde lo íntimo pasa a ser externo, y viceversa. Porque la obra refiere a la biolarga relación de fascinación grafía de sus búsquedas, a esa distancia con la arquitectura que en su formación le dio el rigor de requisitos y reglas claves para la composición, pero que debió sobrepasar para entrar en el terreno de la creación artística. En la arquitectura no hay una hoja en blanco: siempre se parte de un sitio.

Parte de la búsqueda de un no-lugar y a la vez del planteamien to del juego de reglas se desarrolla en otra magnífica obra documentada fotográficamente que explora la posibilidad de hacer un dibujo sin intervención directa de la mano. Ató a un globo rojo cargado de una poética, de referencias- una cuerda que se mantiene vertical gracias a una pequeña pesa que le da equilibrio y en el extremo de ésta colocó un plumón. Lo fue soltando sobre un papel para que trazara al azar su rastro hasta que se saliera de la hoja o dejara de moverse. Ningún dibujo resultante es idéntico al otro, aunque el procedimiento se repita tantas veces como las imágenes que construyen ese subconjunto. Otro modo de abordar la relación entre la pintura y la arquitectura es el recurrir a elementos de construcción como el vidrio y su sombra, o la pared intervenida con cuadrados o rayas negras para hacer, tridimensionalmente, obras geométricas abstractas que evocan una larga tradición pictórica. Desde los suprematistas rusos hasta los minimalistas ópticos o los pioneros del arte concreto invención. La reflexión sobre la materia y la forma alcanza un punto cumbre en la escultura que fabrica con ladrillos de construcción muy baratos y por tanto, rústicos, dotados de organicidad, y ligeramente distintos entre sí, y que rodea con cuadrados de neón por todas sus caras. Si la pieza evoca a Carl André, o a Dan Flavin y a Lewitt, es al mismo tiempo transfigura todo esa tradición por la selec- ción de una materia imperfecta, como el ladrillo que construye el volumen y su contraste con la perfección del neón. En su obra, las reglas de relación que explora a partir de cierto con junto de procedimientos preestablecidos, pero desde un vasto campo mental, están sujetas a una tensión permanente entre arte y arquitectura (con toda su tradición), o entre lo conceptual y su solución formal. Pero el signo inequívoco es la incesante transformación.