Leo Matiz
Ideobox, Miami
Paris Éternel, 1944: feux de la liberté, en Ideobox Art Space, y The Expanded Eye, curada por Osbel Suárez para Miami Biennale, muestran facetas del ojo omnímodo de Leo Matiz (Aracataca, Magdalena, 1917– Bogotá, 1998). De su hambre de luz y sombras, de horizontes, de formas, de modos de revelar la poética de la incesante aventura humana, las exhibiciones des- tacan, por un lado, la metáfora de la libertad de la humanidad formada con fuegos artificiales en el cielo de un día histórico; y, por otro, la existencia solitaria de las cosas que el ojo humano desdeña.
Matiz fija para siempre en una placa un rayo de luz sobre una pared, la simetría del cactus, las geometrías de las arquitecturas en construcción alzándose hacia el cielo, la espléndida silueta de los andamiajes ordinarios, la parábola visual de todas cosas repetidas y alineadas barras de metal, vasijas, zunchos, cajas que hablan de una silenciosa gesta.
Para el nacimiento de la modernidad en Caracas –Leo Matiz en Caracas, años 50, dirigido por Alejandra Szeplaki para la Fundacion de la Cultura Urbana en Caracas, Venezuela, y su propia biografía inseparable del ojo convertido en una cámara lúcida,
incluso tras perderlo en un accidente, como él mismo narra en el filme que hicieron filmaron en Italia Susanna Francalanci, Roberto Magrassi y Silvia Salamon. Porque Matiz alcanza el instante absoluto en que la imagen habla en el silencio: ese “cerrar los ojos, dejar subir sólo el detalle hasta la conciencia afectiva”, al que se refiere Barthes.
Puede captar un eco de Mondrian en un ventanal, y su ojo también atrapa directamente los trabajos de la luz sin que deba recurrir a la técnica de los fotogramas de László Moholy-Nagy. Comparte con el maestro Bauhaus la fascinación por las arquitecturas. Su cámara atestigua la prodigiosa década del 50 en Caracas, y volverá una y otra vez a la multiplicación de las construcciones. En lugar del picado del famoso Under the Eiffel Tower, de Andre Kertesz, Matiz recurre al contrapicado y al contraste entre piedra (o hierro y cemento) y cielo. En Bogotá, en Ciudad de Guatemala o Barranquilla fotografía la dinámica de las ciudades haciéndose.
Aunque la exhibición abarca la cualidad abstracta del mundo natural y de las obras humanas, el curador acierta al incluir varias imágenes donde las siluetas de los trabajadores se integran a las estructuras, pues Matiz, como Whitman, hizo un canto de los oficios de la tierra. Además la exhibición agrupa su fascinación por la integración entre arte y arquitectura, pero igualmente recorre la fascinación del ojo ante la geometría perfecta de las hojas, y ante los humildes materiales de construcción. Paralelamente, en Paris Eternel: Feux de la Liberté, Alejandra Matiz, no sólo exhibió una serie magnífica y poco conocida de su padre, las fotografías de luz que éste hiciera con el estallido de los fuegos artificiales aquel memorable 24 de agosto de 1944 en el que París (y el mundo entero) celebraron el fin de la pesadilla nazi; sino recurrió al proceso inusual de imprimir los negativos de cada imagen. Ambos procesos refuerzan la capacidad de Leo Matiz por captar, en la visión fugaz y prodigiosa de todas las cosas, los rastros de la historia y de lo infinito.