Luis Roldán
Casas Riegner, Bogotá
Una de las imágenes más importantes del imaginario cultural colombiano es el Salto del Tequendama; representaciones de Alexander von Humboldt o de Manuel María Paz en el siglo XIX, han acompañado los libros de viajeros y los de historia de Colombia hasta nuestros días. La importancia de este lugar se remonta a la leyenda muisca, en la que Bochica abre las rocas para dar paso a las aguas anegadas en la sabana de Bogotá. Ese innegable peso histórico contrasta con el delgado hilo de aguas putrefactas que es hoy en día, acompañado de una hermosa construcción, hotel inaugurado en 1928 y abandonado por la gradual contaminación del río Bogotá.
Y Roldán reflexiona en torno a la memoria de este sitio, y al estado en que se encuentra esta memoria colectiva. Una instalación presenta dos rejas semicirculares, idénticas a las que se encuentran en el hotel, están enfrentadas y dejan apenas el espacio justo por donde sólo puede pasar una persona. Al cruzar estas rejas se llega a una pared de adobe, que enmarca un dibujo del Salto del Tequendama, que parece una fotografía y tiene cierto tono amarillo, similar a la oxidación de las sales de plata presente en la fotografía de principios del siglo XX. Es como si Roldán nos llevara al salto mismo, pero al estar frente a él, primero, no lo encontramos a él sino a una representación dibujada y segundo, esta representación dibujada es amarillenta, lo cual sólo nos remite a nuestra propia memoria.
Completan la exposición varios conjuntos de dibujos, que muestran al salto en compañía del hotel y los cuales aparentemente están incompletos, obligando al espectador a forzar la memoria con el fin de completar la imagen. Es una metáfora “en la que la memoria tiene que completar la imagen que ve, tal como lo haría frente al espacio físico: completarlo con el recuerdo, ya que el presente deja mucho que desear. Lo que se ve son fragmentos de una realidad pasada cada vez más lejana”, tal como propone el texto que acompaña esta exposición.