Matías Duville

Historias de intemperie. Dibujos y pinturas

Por Eva Grinstein | mayo 21, 2010

El nombre de Matías Duville (Buenos Aires, 1974) comenzó a aparecer tímidamente en el circuito argentino a comienzos de esta década. Duville vivía entonces en Mar del Plata, ciudad costera que sostiene con esfuerzo una actividad artística considerable, a una distancia corta del epicentro basado en Buenos Aires. En sintonía con su entorno fuertemente ligado a la Naturaleza –Mar del Plata es sinónimo de la playa más popular de las vacaciones en el país-, Duville creaba pequeños paisajes sobre soportes atípicos. Sus dibujos en bolígrafo sobre seda o en lápiz sobre hojas plásticas de álbumes fotográficos fueron las primeras series que dio a conocer, estimulado por admiradores precoces de su obra como el artista Jorge Macchi (joven maestro de lujo para un joven artista en formación) o el galerista Alberto Sendrós, quien rápidamente lo incorporó a su flamante galería porteña en 2003. Cuando ese mismo año fue uno de los elegidos

Primitive wild, 2007. Acrylic on chipboard. 95.16 x 190.32 in. Primitivo agreste, 2007 Acrílico sobre aglomerado. 244 x 488 cm. Courtesy/Cortesía: Galeria Alberto Sendrós.

de Guillermo Kuitca para integrar su selecto programa de becas para artistas, Duville consolidó su inserción en el sistema local, donde le cupo el privilegio de convertirse en uno de los favoritos indiscutidos de artistas, curadores y coleccionistas. Hoy, apenas cinco años después, la carrera de Duville traspasó con comodidad las fronteras de la Argentina, ampliando sus horizontes en todo sentido. Pero veamos en qué consiste su obra: entrar en su universo es un poco irse de viaje.

Lo primero que resalta de Duville es su pasión por el dibujo, que aplica a las diversas superficies que aborda. El suyo no es un trazo limpio, aunque sí de raíz figurativa; sus líneas duras, algo toscas sin llegar a ser infantiles, se separan de los cánones de la representación virtuosa pero permiten discriminar con claridad formas reconocibles, construcciones, lugares, situaciones, cosas. Lo segundo que llama la atención al mirar su obra en perspectiva, cruzando los saltos de soporte y de técnica que han sido habituales en estos años, es su tendencia a generar paisajes, escenas que ocurren bajo el embrujo del aire libre. Pero si bien están levemente ancladas en un registro realista, sus imágenes están plagadas de detalles extraños subsumidos bajo una pátina de normalidad que a simple vista promete algún tipo de aventura narrativa. Es recién en la segunda mirada donde esos detalles estallan, enrareciendo por completo la historia, despegándola de su aparente correspondencia con lo real. Esos paisajes, poblados de casas, árboles y autos, no hablan del mundo que conocemos. El recurso del dibujo, la forma del paisaje, el desvío por fuera de lo real y en cuarto lugar la cercanía de una acción. A veces sus escenas parecen el resultado de algo que acaba de acontecer y a veces parecen esperar, estáticas y mudas, lo que está por venir. Como sea, no se presentan a modo de recortes desprendidos del tiempo sino como fijaciones fugaces de tiempos que transcurren, como momentos robados a contextos mayores. Algunas pinturas de Duville verifican la acción mientras ésta tiene lugar, y entonces nos topamos con autos de colores que vuelan por el aire, escupidos desde el corazón de un tornado en la obra titulada Huracán, o con los maravillosos dibujos de la serie Travelling donde entrecruza montañas rusas con ramas, autos con pozos, trenes con rocas, helicópteros con olas. Otras veces la acción es tácita, y puede ser inferida en la inclinación de un tronco quebrado por algo lo suficientemente fuerte como para quebrar un tronco. Los abismos, las islas, los cráteres, los objetos suspendidos en posiciones imposibles: todo se complota para convertir estas imágenes en pedazos de tramas signadas por la influencia del cine, o de la cultura audiovisual contemporánea en términos más amplios.

La última gran exhibición individual de Duville en Buenos Aires, a fines del año pasado, reveló a un artista maduro dentro de su innegable juventud, un artista que, luego de realizar diversos murales dibujando con carbonilla sobre papel o directamente sobre la pared -como en Cover (MUSAC, España, 2007)- encontraba un nuevo soporte de enorme formato, aunque menos volátil. Bajo el título Una escena perdida, Duville presentó un conjunto de planchas de aglomerado de madera de hasta 7 metros de base, augurando una nueva dimensión para su trabajo. El modo en que intervino el aglomerado, con dibujo y pinceladas pero también pegando astillas arrancadas de la propia plancha de madera que servía como plano, devino en una serie de piezas deslumbrantes, sencillas y a la vez hiperbólicas. Estas obras recientes trajeron consigo la reaparición de algunos pájaros y otros animales que exacerbaron el carácter ficcional, fantasioso, de los paisajes. Las casas con techo a dos aguas, casitas rurales que no parecen remitir al imaginario arquetípico del campo argentino sino a ese ideal de farm estandarizado por las series de televisión y el cine norteamericano, podrían ser vistas como sets de filmación enfocados en tomas panorámicas, a punto de ocurrir o recién ocurrida la acción.

La ausencia casi total de figuras humanas en las obras de Duville es otra constante. Los paisajes se presentan en general desiertos, las casas rodantes parecieran llevar mucho tiempo estacionadas en el medio de la nada, las puertas de los galpones no parecen haber sido abiertas en largo tiempo. Son pueblos fantasmas. ¿Quién podría ocupar esa única casita rodeada de pinos, colocada sobre un terreno puntiagudo y en pendiente, asomando al precipicio? No son casas que puedan ser habitadas; pertenecen a otra lógica en la que las coordenadas sutilmente se han desquiciado. No es casual que uno de los pocos personajes antropomórficos de Duville sea un sonámbulo gigante que camina por un bosque o asoma desde el interior de un lago: buena parte de estas ficciones converge con la lógica errática de los sueños. También los objetos son escasos, y generalmente ligados a la vida al aire libre. Gomeras, redes para cazar mosquitos, linternas. El repertorio de Duville es el del campamento, el del kit de supervivencia utilizado para poder permanecer a la intemperie. Las casas rodantes y los fuegos humeantes, los mosquitos y los animales apenas esbozados conviven en un universo que se nutre tanto de los artefactos culturales creados para lidiar con lo salvaje, como de lo salvaje mismo, y que encuentra su apoteosis en los fenómenos físico-climático-geográficos acaecidos en las imágenes. Es en el encuentro entre Naturaleza y Cultura -entre bosque y auto- donde el artista se mueve con mayor fluidez. Y por encima, o de soslayo, se produce algún acontecimiento extremo que licua las diferencias entre ambos mundos, camuflando los objetos hasta mimetizarlos con ese fondo de paisaje que los rodea y los envuelve hasta darles una entidad diferente.

Imposible anticipar hacia qué nuevos soportes virará Matías Duville en su rol de explorador. De aquellas sedas de los comienzos –telas normalmente utilizadas como filtros para piscinas, que el artista dibujaba con bolígrafo e intervenía corriendo los hilos, generando tramas delicadísimas- a los gigantescos murales sobre aglomerado; de los dibujos con crayones grasos que se desintegran a medida que se aprietan sobre el papel, a la carbonilla aplicada sobre paredes: a esta altura de su carrera Duville ya ha demostrado que la variación de materiales no hace más que potenciar su capacidad expresiva, imponiendo nuevos derroteros y “limitaciones” que marcan un tratamiento particular, una especificidad, que se traduce en la gestación de historias más o menos extensas pero nunca anodinas. Mientras para algunos artistas la investigación de materiales opera como justificación para los cambios temáticos, en el caso de Duville cada nuevo material o soporte representa una nueva oportunidad para dar forma a las historias de intemperie que parecen vivir desde siempre en su imaginación.

Perfil:

Matías Duville nació en Buenos Aires en 1974. Cursó el profesorado en Artes visuales en la Escuela Superior en Artes Visuales Martín Malharro, Mar del Plata (1995-1998) y el Programa de Talleres para las Artes Visuales, CC ROJA UBA / KUITCA (2003-2005). Posteriormente estudió con Jorge Macchi (2001-2002). Ha recibido numerosas becas, entre ellas la Civitella Ranieri Fellowship, Perugia, Italia (2007) y la RIAA, Residencia Internacional de Artistas en Argentina, Ostende, Prov. de Buenos Aires (2005). Ha realizado numerosas exposiciones colectivas en Argentina, Chile, Brasil, Estados Unidos, España y Alemania. También ha presentado 8 exposiciones individuales.