Monique Rozanès
CALEIDOSCOPIOS
Parecen joyas exóticas de un cuento de Las mil y una noches. Semejantes a ninguna otra, multicolores, multiformes, transparentes o irisadas, de un material emparentado con el ámbar, a veces con el rubí, a veces con el ónix, la esmeralda o el alabastro. Algunas parecen adoptar formas orgánicas, aquí un lobo marino, o construidas por el hombre, la quilla de un barco, un tótem o hasta un homenaje a Brancusi, el genial escultor rumano.
Nos referimos a la obra de una artista de larga y fecunda trayectoria, Monique Rozanès, una mujer menuda y potente que nació en 1936 en Bordeaux y vivió muchos años en la Argentina, cuando se enamoró de un artista, Leopoldo Torres Agüero, con quien compartió gran parte de su vida. Fue creadora de una técnica única que le permitió sacar provecho de un material contemporáneo como el acrílico; superponiendo capa tras capa y con un método de fusión especial, más un pulido que le da un acabado cristalino, Rozanès logró diferenciarse de sus colegas por atreverse a usar un soporte que debe competir con otros de abolengo, como la madera, el mármol o el bronce. Con este método ella logra un estallido multicolor que ninguno de los materiales tradicionales le permitiría. Su producción no se reduce a la novedad del material, aborda diferentes temas como una arqueóloga dispuesta a extraer lo más profundo de sus excavaciones y luego se muestran en series como -por citar unas pocas- la de los Samurais, de las Ruedas, de las Cabezas, de las Puertas, los Obeliscos, las Estelas, y las Estelas Birmanas.
En la década del noventa Rozanès comenzó su serie de samurai, esculturas monolíticas de gran tamaño, pues cada una de ellas llega a los casi tres metros de altura; evocan a aquella casta guerrera del Japón antiguo, las armaduras y sobre todo los cascos tenían una elaboración minuciosa que nuestra escultora supo captar en infinitas capas de color. Más allá de la atracción formal existe también una admiración por la forma de vida del samurai, su código de ética y conducta, conocido como bushido, y también por los estudios de literatura, filosofía e historia que practicaron estos guerreros en épocas de paz. Esta serie es una de las más logradas de toda su producción, basta comprobarlo en el Samurai del Triángulo Azul, El Samurai de la Flor, o el Samurai con dos Cabezas, pero sobre todo en el Samurai Riojano, inspirado en su compañero Leopoldo Torres Agüero. Más allá de Japón, Rozanès también encontró inspiración en el Sudeste Asiático, especialmente después de un viaje que realizó a Camboya y a Birmania en 2002. Schwedagon, las pagodas doradas de Yangon; el crepúsculo ardiente de la llanura de Pagan salpicada de santuarios de ladrillos y otros tantos monumentos budistas abrieron las compuertas de una creatividad desbordante. Se cuenta que aquellos soberanos birmanos inflamados por la fe se esmeraron en levantar pagodas magníficas, todas recubiertas de oro, a costa de un pueblo que se empobrecía y padecía hambrunas y enfermedades. Hasta que llegó un rey piadoso que prohibió levantar pagodas de oro, una ley que hoy nos parecería descabellada. Rozanès incorpora tenues laminillas de oro en su serie de Sueños birmanos para evocar aquel lujo desproporcionado. Dentro de su obra el oro renueva sus propiedades sagradas, aquellas que supieron ver tantos pueblos, como los egipcios o los incas, que corroboraron en este metal precioso la presencia de la divinidad; el oro es valor de intercambio comercial pero históricamente ha sido para el hombre símbolo de lo inalterable y puro, no por nada decían los viejos alquimistas: Aurum nostrum, non est aurum vulgi (nuestro oro no es el oro del pueblo). El acercamiento de Rozanès a estas culturas no es sólo formal, y basta con revisar los títulos de las obras, una de las estelas birmanas se llama Dharma, el nombre específico de las enseñanzas fundamentales del Buda, las Cuatro Nobles Verdades que conducían al hombre por un camino de menor sufrimiento y que pronunció por primera vez en el Parque de las Gacelas de Sarnath. El conocimiento de la cultura oriental ya se remontaba a años precedentes, en 1995 creó un obra imponente, Sentinelle de la Kundalini (Centinela de la Kundalini), un tótem de acrílico en variantes de blanco y negro, en donde se pueden ver claramente tres alusiones a los chacras (centros energéticos) inferiores, tres a los superiores y al chacra coronilla o portal por donde sube la serpiente Kundalini (una energía invisible representada por este reptil) después de atravesar los seis puntos.
Claro que no todo es inspiración oriental para Rozanès, América precolombina, sus mitos, su cultura y su arte también han avivado su fuego creativo, lo que se evidencia en su Serie de Puertas, que le rinden un tributo a la famosa Puerta del Sol de la cultura tiahuanaco en Bolivia. Su sensibilidad también le permite abordar temas de la naturaleza, retratos imaginarios, geometrías y múltiples evocaciones. ¿De donde arranca tanto apasionamiento por las formas? Quizá la respuesta esté en una enseñanza que ella recibió frente a la montaña, cuando pasmada ante tanta belleza quiso pintar el paisaje. Entonces el maestro que aparece cuando el discípulo está listo para escucharlo se presentó ante ella y le dijo que ella debía“sermontaña”,aprehendersuesencia,yreciénentonces sería capaz de representarla con su arte. Rozanès no hizo prácticas de zazen (meditación budista zen del Japón) porque no le hizo falta, entendió la lección rápidamente y desde entonces supo adentrarse en todo aquello que la cautivó. Luego, en su taller, creó estas joyas multicolores, verdadero caleidoscopios de emociones.
Perfil:
Nació en Bordeaux, Francia. Estudió en la École Nationale Supérieure des Arts Décoratifs (París). Desde 1956 realizó numerosas muestras individuales en la Argentina y en el exterior, en los siguientes museos: de Chartres (Francia), de la Chaux de Fonds (Suiza), Saint-Léger (Soissons-Francia), de La Rioja (Argentina); también en galerías como P. Fachetti (París y Zúrich), Art Shop (Bále - Suiza), Rubbers, Praxis, Van Eyck y Kramer (Bs. As.), Arlette Gimaray (París), Sluis (Holanda). Lelia Mordoch (París). Galería Altera (Pinamar, Argentina). Obtuvo el Gran Premio de Escultura en la Bienal Internacional de Alejandría (Egipto) y el 1er Premio Salón Nacional (Argentina).