Patricia Belli

Americas Collection, Miami

Por Adriana Herrera Téllez | septiembre 19, 2013

Patricia Belli (Nicaragua, 1964) explora la índole incierta de la existencia a través de instalaciones con máquinas que dibujan patrones de movimiento y objetos que reflejan la frágil construcción del equilibrio.

Patricia Belli

Su búsqueda ontológica parte de la interdependencia que existe entre los diversos reinos y de la infinita sed de conocimiento que diferencia – ¿o separa?– al ser humano de las demás criaturas. Pero lejos de la pretensión de una ciencia que en el siglo XIX creía estar a punto de desentrañar todas las claves, su indagación artística está marcada por el conocimiento de la vulnerabilidad compartida con todos los seres.

Belli – consciente del pavor y del prodigio que entraña para el ser humano la existencia –ensaya diversas estrategias para construir el equilibrio desde el mismo centro de la tensión vital creada por el incesante juego entre caos y orden. Puede apropiarse del lenguaje de la naturaleza codificado por la civilización mediante aparatos, y aplicar las leyes de la física para crear objetos artísticos que son proposiciones ontológicas tanto como cuerpos de conocimiento, epistemes, que en cierto modo cumplen una función protectora. En su serie precedente de objetos que se mueven era determinante el equilibrio.

Su observación de los elementos de los desastres que unifican belleza y destrucción – como el ojo en espiral de los huracanes – es un modo de constatar lo incontrolable que rige tanto las fuerzas naturales como nuestra existencia. Su investigación derivó en la construcción de máquinas de dibujar movimientos. Estos pueden oscilar, según su mecanismo, y según la pericia en iniciarlo, entre figuras de gran sincronía o regularidad, y figuras caóticas.

Las formas geométricas surgidas de las máquinas que construyó con minuciosa habilidad (al fin y al cabo es hija de padre carpintero y madre costurera) fueron el resultado de buscar representaciones aparentemente armónicas, controladas, de fenómenos naturales incontrolables. Son derivaciones del “armonógrafo” –apartado inventado en el siglo XIX que hace dibujos en espiral conocidos como las curvas de Lissajous a partir del movimiento de péndulos. Estos trazos contienen la paradoja de ofrecer formas racionales surgidas de desastres que por otro lado se apartan de las anteriores pinturas hiperrealistas que Belli realizaba de gente ahogada bajo este tipo de circunstancias.

Lejos del ánimo lúdico de la máquina de pintar que inventara Raymond Roussell en su literatura alucinada, o de la fascinación de los futuristas ante la tecnología, sus máquinas materializan postulados filosóficos. Belli no alimenta la imaginación de las narrativas de ciencia ficción que prefiguraban cambios sociales a partir de las relaciones tecnológicas. Ella observa el principio de incertidumbre –postulado en la física por Heissenberg-, enfrentándonos a la paradoja de cómo incluso las figuras geométricas surgidas de sus máquinas son impredecibles hasta en el mejor de los casos, cuando la fricción es la adecuada.

Al invitarnos a desatar el movimiento que originará el dibujo, Belli nos convierte en espectadores de lo incierto, y nos lleva a observar un escenario reflejo de lo que escapa a nuestro control. Pero también, nos hace experimentar desde un ejercicio artístico el privilegio de ser parte del juego vital.

Una pieza incluida en la muestra con una rama que atraviesa con sus espinas la tela a la cual está entrecosida refuerza la poética de esta exhibición que nos acerca al reino animal o vegetal por nuestra insignificancia frente a lo incontrolable y por la experiencia de la vulnerabilidad; pero que también nos recuerda que una vez que salimos de los desastres somos capaces de construir ciencia. O de volcar el miedo y la conciencia misma de la emoción de lo incierto en el arte como una forma de salvación. Las máquinas de Belli resitúan la definición de las frontera entre naturaleza y cultura y nos aproximan a los otros reinos con un sentimiento que nos aleja de la prepotencia e insinúa un modo de ternura sobre lo común.