Silvana Lacarra
Sobremesa. Abstracciones que hablan
Espacio primero de socialización, la mesa es donde los niños aprenden a compartir y el lugar donde los adultos hacen de la conversación un culto. Mueble con patas y tabla plana, utilizado para apoyar objetos y lugar privilegiado del rito de la comida, la mesa deviene objeto artístico en las manos de Silvana Lacarra (Bragado, Provincia de Buenos Aires, 1962).
Sutil pero de fuerte presencia, Sobremesa es la notable muestra de objetos que ahora despliega en la galería Dabbah Torrejón, en Buenos Aires; son nueve “mesas”, que conversan con otras cuatro estructuras bidimensionales en la pared. Lejos de la presunta neutralidad de las obras -brillantes y concluyentes pinturas de delicado y sutil equilibrio cromático, realizadas con distintas formas volumétricas revestidas en fórmica de manufactura industrial- que venía perfeccionando hasta la fecha, Lacarra utiliza estas esculturas nómades como soporte de su propia emotividad. Ningún pincel genera los colores y formas de las abstracciones sobre los planos de estas mesas aparentes, en las que sigue utilizando de manera excluyente la fórmica de manufactura industrial, con calados, juntas y detalles encastrados apenas perceptibles. Deshabitadas y vaciadas de su funcionalidad, las “mesas” son el objeto, devenidas en sujeto, por donde transita la experiencia vital de la artista. “En esta nueva vida, sus objetos-sujetos se presentan vulnerables, cercanos, quizás demasiado cercanos. (...) ¿Cómo conviven la subjetividad, la objetualidad, y la pintura?”, interroga la curadora Victoria Noorthoorn, con quien la artista trabajó estrechamente tanto en el desarrollo de la muestra como del texto. “La lenta y ensimismada construcción de cada una de estas mesas-signo, mesas-poema o mesas-mensaje, reclaman, a gritos, un espacio social”, concluye.
La separación
Los diseños y texturas diferentes de cada una de las superficies parecen detenerse en un microrelato específico, dentro de la narrativa del conjunto. Una de las obras se llama La separación. Precisamente, las “mesas” son autobiográficas; algunas cuentan la historia de un quiebre afectivo. Compuestas por una o más “mesas”, las obras se presentan en la sala de manera casi teatral. El espectador puede circular y establecer un vínculo con las obras; allí sucede lo poético.
El recorrido no deja lugar a dudas. Se inicia con Autorretrato, una pieza marrón con doce perforaciones romboidales regulares que aparecen retratando un profundo vacío. En la resplandeciente La sagrada familia, su entusiasmo por la familia (aquélla que se quiere y se reúne) se ve eclipsado por señales de escepticismo, de ahí las tres hendiduras circulares en el plano colorado. Sigue con Mi sistema nervioso, que anuncia cierta fragilidad tanto como en Tan de repente, con alguna de las tres piezas que la componen tiradas sobre el piso y con las patas -que ciertamente en todos los casos son desproporcionadamente endebles- para arriba.
Las mesas suelen ser sitios de grandes encuentros y sonrisas, vehementes discusiones y reconciliaciones, pero las de Lacarra están solas, sin siquiera sillas junto a ellas. Reina la ausencia ya que, como dice el sociólogo, psicólogo y filósofo Georg Simmel, “La socialización sólo se presenta cuando la coexistencia aislada de los individuos adopta formas determinantes de cooperación y colaboración que caen bajo el concepto general de la acción recíproca”. La alusión a Simmel no es azarosa; la obra del alemán, quien otorga gran relieve a la interacción social y sostiene que “Todos somos fragmentos no sólo del hombre en general, sino de nosotros mismos”, formó parte de las lecturas de la artista mientras preparaba esta exhibición tan especial.
La reconstrucción
A Lacarra le interesa tanto subrayar la ausencia de la conversación como también aludir a la tertulia, que supuestamente se desarrolla en torno a la mesa, en este caso vehículo y metáfora de algunos momentos existenciales. La obra Charolais, que remite a la raza de vacas blancas y negras, y Juguemos en el bosque, mientras el lobo no está, son dos piezas que rescatan a la infancia; la propia en la zona rural en la que nació la artista y en donde su madre hacía desde bombones caseros hasta complejos bordados, y la de otros niños queridos, con los que a menudo Lacarra juega.
Son recuerdos plácidos. “En el campo sí existe la ‘sobremesa’, pero acá en la ciudad, en Buenos Aires, mucha gente ni siquiera come sentada a la mesa”, dice Lacarra, que encontró su camino como artista durante los años que participó en las Becas Kuitca, a donde llegó pintando abstracciones.
“Estudié una carrera universitaria absolutamente desvinculada del arte. Pintaba, sí con pintura, pero me aburría inmensamente. Me sentía artista pero no sabía a través de qué medio podía transmitir mejor lo que quería. Investigué muchísimo. Exploré con video, trabajé con chapa, vidrio, hasta que por fin di con la fórmica, un material fantástico; firme y caprichoso como yo”.
Su taller es como una carpintería con herramientas y aserrín por doquier, poblada de planchas de fórmica de distintos colores (de 1x2m.y3mm.deespesor),quenosepuedendoblaryconlas que batalla cotidianamente. “Por momentos mi trabajo se asemeja a una pulseada entre el material y yo. Es duro, hay que perforarlo, cortarlo, ensamblarlo. Cuesta, pero la fórmica es el material que más me seduce”, afirma sonriente la artista, contenta por haber logrado transmitir algunas de sus preocupaciones a través de los objetos de esta renovadora y desafiante exhibición.
Perfil :
Desde que Silvana Lacarra (Bragado, Provincia de Buenos Aires, 1962) comenzó a exhibir en 1992, no se detuvo nunca. Su itinerario incluye exhibiciones en prestigiosas instituciones tanto de la Argentina como de varios países de Latinoamérica y Estados Unidos. En el 2005 recibió la Primera Mención de la Fundación Deloitte y en el 2006 recibió el Primer Premio Argentino de Artes Visuales de la Fundación OSDE. Vive y trabaja en Buenos Aires.