UN MANIFIESTO LANZA LLAMAS
Curada por Joaquín Barrera, Las cosas que crecen es la segunda muestra del joven proyecto liderado por la dupla Jen Zapata y Andrés Matías Pinilla ubicado en el barrio de San Telmo. En esta oportunidad, y como apuesta fuerte durante el fin de semana que transcurriría ArteBA, Lanzallamas arremetió con una sólida propuesta colectiva.
Se trata de un trabajo de agenciamiento, un coro de voces compuesto por Lael Servicentro, Julien Antoine, Karina Acosta, Toti D’Stefano, Inti Pujol, Facundo Belén, Adriana Martínez y María Luisa Sanín. Artistas que durante los últimos tres años han estado produciendo desde distintas regiones y latitudes, atravesados en todo momento por un contexto que trasciende las singularidades para adentrarse en lo colectivo.
Servicentro propone coloridas y translúcidas geometrías que nacen de una baldosa y se van apilando y afinando hacia lo alto en lo que bien puede ser un estudiado patrón de construcción o un azaroso juego de combinaciones. Como las torres de una ciudad de segunda selección, se erigen adornos, juguetes, piezas industriales, artículos de uso cotidiano y memorabilia barata. En un controlado, aunque frágil equilibrio, estos artículos que la gente descarta en la vía pública constituyen la materia prima de estas creaciones. No importa en qué estado se encuentren, los desechos ajenos son utensilios preciados para este bricoleur. El resultado: totems kistch que oscilan entre un carácter lúdico y ritual. De hecho, para apreciarlos es necesario agacharse o sentarse, en definitiva, acercarse al piso, que es lugar predilecto donde juegan los niños; aunque las instrucciones de contemplación bien entendemos se mantienen como privilegio de los adultos: se mira y no se toca. Es preciso mantener cierta distancia, de lo contrario cualquier movimiento en falso podría derribar en un segundo éste estético jenga del consumo masivo. Un matrimonio mal ejecutado, una combinación errada y todo se derrumba sobre sí mismo.
¿Cuánto pueden estas esculturas crecer sin colapsar sobre ellas mismas? ¿Hasta dónde soportan el peso? ¿Habiendo perdido casi por completo su valor de uso, cuánto pueden estas mercancías, antes desechadas y ahora auratizadas, aumentar su valor de cambio en la galería?
A una distancia prudencial del suburbio de esculturas, se eleva en un pedestal de cristal Chocho, honor al mérito, otra composición del mismo artista. Solemne dentro de una vitrina se alberga el premio mayor: el trofeo de una sociedad apunta y dispara en dirección a nuestro reflejo. Un espejo –que también parece haber sido rescatado de su obsolescencia doméstica– nos permite completar la puesta al mismo tiempo que nos vuelve parte de ella. Interpretando el papel de voyeurs nos descubrimos parte integrante de la escena que miramos. Pero lejos ya del ritual lúdico y naive, el artista dispone ahora un escenario tanto ácido cuanto sórdido: los soldados, los laureles, el patriarcado y el lugar de la familia (los bebés de la patria). Refleja un pasado tan actual que dicha representación se vuelve rápidamente perturbadora, como el eco de una crítica que el espectador volverá a oír a medida que se desplace hacia el resto de las obras.
En un código similar, la artista mendocina Inti Pujol elige el sarcasmo para su obra Cartel como herramienta para denunciar una nueva cara del viejo artificio y entablar una analogía entre los mecanismos contemporáneos de producción de sentido y los nunca anticuados métodos de enmascarar una mentira.
A través de un guiño u homenaje a la película de Luis Buñuel –El discreto encanto de la burguesía– Pujol anuncia ahora “El discreto encanto de llamarle posverdad a la mentira” vinculando los nuevos métodos de construcción de engaño con aquellos artilugios que el cineasta ya identificaba en aquel momento como rasgos característicos de la clase privilegiada, que pretende ser algo que no es y que constituye un eslabón dentro de una compleja red de complicidades. Exhibiendo el artificio, demanda una reflexión al lugar que ocupamos dentro del entramado social: junto con nuestros privilegios se esconden las hipocresías institucionalizadas (ejército, religión, finanzas, estado) y el poder de los aparatos de dominación y opresión simbólica, cimientos de un sistema que asegura el privilegio y los delitos de las clases altas.
Articulando una tríada poderosa, a la propuesta de Pujol se suman 1 y el espejo, de Facundo Belén, y La novia, de Karina Acosta: obras que refuerzan, aunque también complejizan su enunciado.
Así como Belén denuncia una justicia obsoleta sugiriendo una falla sistémica dentro del aparato judicial, también nos ofrenda un espejo y nos extiende la invitación a destruir la imagen que éste nos devuelve. Despliega una cadena y unas piedras y, dando el primer paso, hace estallar la belleza y el encanto de nuestras máscaras, interpelando al resto de los espectadores a acabar con el culto a las apariencias detrás del cual se esconden todo tipo de artificios, miseria y mezquindad. Invita a cuestionar nuestra comodidad y a tomar las armas al enfrentarnos con nuestra verdadera cara.
Por su parte, Acosta reflexiona sobre la quimera que encierra el ejercicio de la memoria revelándonos su carácter residual. Como un ensamble de fragmentos o una sobreimpresión de distintas vidas, la imagen de una novia con la mirada vedada se convierte en un decoupage de identidades y recuerdos indisociables, un aglomerado de historias lavadas que deviene fantasma colectivo en una de las múltiples caras que la violencia patriarcal ejerce sobre las mujeres.
Este coro de voces que crecen juntas y se amplifican, funcionan desde una óptica deleuziana como múltiples encuentros y conversaciones. No es que un término devenga el otro, sino que cada uno encuentra al otro conformando un bloque que está entre los dos; en una operación de doble captura, una diferencia potencial entre las propuestas artísticas favorece un acontecimiento de manera desterritorializada.
Al igual que muchos de sus compañeros en esta sala, la colombiana María Luisa Sanín dispone un tejido de cámaras que, como cíclopes de ojos biónicos, entran en nuestras casas, vigilan y registran los movimientos que luego almacenarán en otro soporte. Un entramado de cables sueltos no soporta la tensión, no contiene, ni organiza, sino que se convierte en decorativo; una metáfora sobre el funcionamiento de las sociedades latinoamericanas y el modo en que la estetización se vuelve un recurso constante para distraer y cambiar el sentido de la conversación: espejitos de colores que no hacen más que dejar en evidencia lo fútil del engaño. Pero ¿qué hacemos con todo esto que no funciona?, ¿qué valor posee en nuestra sociedad este aparataje sin funcionalidad?
En Shipping and handling, como contracara del estado disfuncional de nuestras estructuras sociales, Adriana Martínez nos reconforta con cierto sarcasmo acerca del implacable reinado del consumo. El fetiche de la mercancía no sólo sigue vigente, sino que su prosperidad rige a lo largo y a lo ancho del planeta.
Como si una misma pregunta polinizara las flores de las calles que caminan, Toti D’Stefano en Santa Fe, y Julien Antoine en La Plata, reflexionan sobre esta ausencia de paradigmas.
¿Es posible proponer nuevos modos de habitar estos espacios abandonados?, ¿qué tipo de prácticas o modos de accionar potencian los afectos, tienden puentes y construyen estrategias para repensar nuestro rol dentro del entramado político y social? El sincretismo se cruza aquí con las víctimas del gatillo fácil y los santuarios para los pibes del barrio convocan una nueva imaginería que busca honrar a los muertos; recordarles que a pesar de ser un número más en las estadísticas de los medios de (des)comunicación, en torno a ellos también se cimientan las representaciones que nacen desde el barrio para fortalecer al propio barrio. Pero, ¿cómo combatir la persecución que se ejerce para volver más dóciles a nuestros cuerpos? Una bandera rosa contesta con un enunciado salido de cualquier chat de WhatsApp millenial: ja ja ja. Un estandarte liderado por botas de taco alto amarillas funciona como una proclama queer que marcha orgullosa reclamando en el espacio público la legitimación de todos aquellos derechos que ya se han convertido en ley en su ámbito privado.
Si bien de manera sutil, de muchos de estos trabajos se desprende cierta idea de ciudades y comunidades afectivas que se contraponen al poder de las instituciones así como lo piensa Spinoza. Si el rol fundamental que los aparatos, como el estado o la iglesia, ejercen sobre sus ciudadanos, radica en un poder que los afecta de tristeza y los deprime, disminuyendo su potencia de actuar, como afirma el filósofo, al interior de estas producciones artísticas habita el germen de aquellas potencias de liberación que pueden pensarse por el contrario del poder, y que nos afectan de afectos alegres y catalizan nuevas prácticas y estrategias de accionar político y social. El valor de la alianza se enraiza justamente en la potencia de lo colectivo.
Como una estrategia, Las cosas que crecen se construye siguiendo los lineamientos de un manifiesto. Es decir, poniendo sobre la escena un sujeto plural que se alza, como una voz disidente, con un discurso persuasivo que ataca la conformidad de un gusto establecido. Como explica Rafael Cippolini, más que sentar una posición, busca sentar una oposición. Supone una transvaloración, así como una visión crítica susceptible tanto de apropiación como de expropiación, desjerarquización y deconstrucción. En línea con esta manera de pensar el manifiesto, las reflexiones y conceptualizaciones que han sido dispuestas en estas salas, buscan acelerar el caos para instaurar un orden que, aunque no siempre nuevo, al menos se muestra disímil del reinante. O como afirma el artista Alfredo Prior, más que hablar de citas y de apropiaciones, lo que nos corresponde desde nuestro emplazamiento marginal, invita a hablar de piratería y de saqueo.
Al igual que en un pacto o acuerdo tácito, los artistas convocados han decidido detener la mirada en las cosas que, estancadas, ya no funcionan. En este diálogo que se gesta entre ellos han conquistado una voz que se alza contra el canon establecido. Su trabajo radica en una incesante búsqueda de nuevos caminos, asegurando la luz y la humedad necesarias para germinar aquello que deseen. Un movimiento que nace del trabajo colaborativo de reflexión, invocando una suma de potencias para contrarrestar al poder. Una comunión que, en el sentido de lo más ateo, permita trazar recorridos, delinear universos posibles, construir mundos nuevos. Una resistencia en líneas de fuga, un mantra o un poema laudatorio: que las cosas crezcan.
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La muestra puede visitarse hasta el 19 de mayo, de jueves a domingos de 15 a 19h en Lanzallamas, Carlos Calvo 637, San Telmo.