macaparana
No hubo puestas de sol impresionistas antes de que las pintara Monet. Oscar Wilde lo sabía y por eso afirmó que la naturaleza imita al arte. Sin el arte, la vida carecería de sentido. Librada a su propia dinámica, la existencia sería tan aburrida que vivir parecería una condena a muerte. Gracias al arte, conocemos la alegría. Todas las artes tienden a la música: van hacia ella como en busca de su perfección. Sueñan con diluirse en ritmos y sonidos que nos arrebatan.
La música nos revela un pasado que desconocemos, pero que, tal vez, sea real. Sin embargo son muy pocos los artistas que logran producir música por otros medios. Uno de esos raros artistas es el brasileño Macaparana.
Macaparana nació como Jose de Souza Oliveira Filho. Fue en 1952 en el estado de Pernambuco. Desde niño se dedicó al dibujo: el hastío de una larga convalecencia le permitió descubrir el placer de inventar mundos con la ayuda de tan sólo un papel y algunos lápices de colores. El pequeño Jose aprendió a desarrollar sus habilidades artísticas en el taller de costura de su padre: fascinado por sus tizas de colores, sus moldes, sus reglas, sus hilos y las agujas, el niño jugaba con las formas puras.
El otro artesano de la familia era su abuelo, que fabricaba valijas de cartón, de la misma forma en que todavía se siguen haciendo en el Noroeste brasileño. Ambas escuelas cimarronas inculcaron en el pequeño Jose el disfrute del trabajo manual y educaron su mirada al enseñarle a centrarla en los pequeños detalles. De esa escuela casera viene la sofisticada factura y el exquisito formalismo de este artista singular.
Macaparana trabaja por series. Cada una de sus series comienza con una investigación. Pero es una investigación en el campo de lo sensible, más que una apuesta racional. Aunque la factura final se parece más a un teorema en estado de perfecta incandescencia, la energía que da origen a sus obras sutiles es del orden de lo sensible: hace poesía con la luz, con el afecto, con el gesto. Experimenta con las posibilidades infinitas que ofrece esa potente mezcla de geometría y color. A partir de allí surgen piezas de congelada música. Cada obra es única y a la vez es el contrapunto de otra. En sus series, cuando vemos una obra aislada, sentimos que estamos viendo -en hueco- otra con la que dialoga y rima, como un verso secreto.
Macaparana se lanza a lo desconocido: trabaja sin plan previo, pero su mano ya intuye el contorno de la aventura que va a recorrer. Dibuja, corta el cartón, interroga la materia, juega con los colores. Así va construyendo un pequeño mundo que agrega a este mundo la esperanza de la belleza. Pacientemente, corte tras corte, plegado tras plegado, Macaparana produce alegría.
En los 70 se instaló en San Pablo. Al mismo tiempo que comenzó a internarse en el mundo del arte cambió su nombre por el de su pueblo de nacimiento: Macaparana. Ese segundo nacimiento lo fue guiando hacia quienes serían sus dos grandes maestros y amigos: Willys de Castro y Hércules Barsotti.
Gracias a la frecuentación de esos dos iluminados del neoconcretismo, Macaparana abandonó la figuración y se internó en el laberinto infinito de la abstracción. A Willys de Castro, uno de los más sofisticados e inteligentes artistas latinoamericanos del último medio siglo, lo frecuentó asiduamente hasta 1988, cuando De Castro murió. La amistad con Barsotti continúa hasta hoy y es tan íntima que Macaparana le dedica el imprescindible catálogo que acompaña la muestra que realizó en la Galería Jorge Mara-La Ruche: ese catálogo - con texto de Eduardo Stupía y diseño de Manuela López Anaya- es una obra de arte en sí misma; posible gracias a la pasión editorial del galerista Jorge Mara.
De Castro y Barsotti funcionaron como los dos elementos opuestos y complementarios que se unen en el yin y el yang. Willys de Castro aportó el costado apolíneo racional, cerebral- de ese nuevo mundo que descubrió Macaparana a sus 30 años. Barsotti aportó el costado dionisíaco: su geometría lírica y apasionada lo deslumbró desde el inicio. Pasión y rigor, imaginación y racionalidad, la mirada de Willys de Castro y la visión de Hércules Barsotti se mezclan y se potencian en la obra de Macaparana. Lo más interesante es que su trabajo no se parece en nada a los de sus dos maestros. Es una obra personalísima que, sin embargo, sugiere que algo indefinible de la poesía mental de ellos sobrevive en el ritmo con que dispone líneas y colores, sombras y volúmenes sobre los cartones y maderas.
La música que compone Macaparana es una maqueta de ritmos en tensión. Con madera, papel, cartón y metal logra silencios felices, que funcionan como intervalos entre notas que sólo se oyen con la mente. De esa forma su ritmo impulsa nuestro placer de espectadores. Con un abanico mínimo de colores como si la restricción fuera su libertad- genera un universo en el que se disfruta del fluir incesante de las cosas. En su mundo corre el caudaloso río en el que Heráclito descubrió el vértigo de las transformaciones perpetuas.
A pesar de la enorme diversidad de sus obras hay algo que es común a todas ellas: la imagen “final” no se alcanza nunca. Aunque parecen concreciones perfectas, completamente acabadas, están siempre en proceso, como si se negaran a recluirse en la densidad final de la materia. Macaparana produce movimiento petrificado.
Las suyas son obras movidas por una agitación tranquila. Impulsadas por una silenciosa vibración conceptual. Al recorrerlas, es la mirada del espectador la que termina dándoles sentido. Como el sol, que está siempre allí, pero es nuevo cada mañana, las obras de Macaparana son una música feliz que hace danzar al mundo; y a cada hora suenan con una nueva melodía.
Perfil:
Macaparana nació como José de Souza Oliveira Filho en el estado brasileño de Pernambuco en 1952. Desde niño se dedicó al dibujo: una larga convalecencia le permitió descubrir el arte con la ayuda de tan sólo un papel y lápices de colores. Esa austeridad inicial, asociada a su pasión por la música y por las labores manuales, definió su estilo.
En 1970 realizó su primera muestra individual en la ciudad de Recife. En 1972 se instaló en Río de Janeiro y en 1973 en San Pablo, ciudad en la que actualmente vive y trabaja. Su primera producción fue figurativa, pero al llegar a San Pablo se relacionó con los artistas del movimiento neo-concreto. Allí tuvo una especie de segundo nacimiento y también un segundo nombre. En 1979, Pietro Maria Bardi –creador y director del Museo de Arte de Sao Paulo (MASP)– junto al artista Antonio Maluf, comenzaron a llamarlo con el nombre del pueblo en el que había nacido: Macaparana. Desde entonces, ha participado en decenas de muestras, ferias y bienales. Fue invitado a participar en la Bienal de San Pablo de 1991. Ha expuesto varias veces en ARCO, Madrid. Entre sus últimas exhibiciones se destacan su participación en ArtBasel (en la galería Denise René) y sus dos muestras individuales del 2010: en las galerías Jorge Mara-La Ruche (Buenos Aires) y Dan (San Pablo).